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“Gombrowicz o la seducción”, una perla encontrada del cine argentino
Un acto de justicia: se editó la película de Alberto Fisherman sobre el esquivo y talentoso escritor polaco que vivió en Bs. As.
Por Horacio Bernades
Las opiniones divergen. Para algunos es una de las mejores películas argentinas de los ‘80. Para otros, una de las mejores de los últimos veinte años. Y no faltan quienes creen, lisa y llanamente, que está entre lo mejor jamás filmado aquí. Lo paradójico es que Gombrowicz o la seducción jamás llegó a tener estreno regular: se la vio en funciones especiales, ciclos de revisión y hasta en horarios de madrugada en la televisión de cable. Pero jamás siete días a la semana, cinco veces al día. De allí que su reciente lanzamiento en video represente un indudable acontecimiento, aunque también una suerte de continuidad con este destino marginal al que la película de Alberto Fischerman parece irremisiblemente condenada. Editada por el sello Blakman (que también acaba de lanzar ese clásico del experimentalismo argentino que es The Players vs. Angeles caídos, del propio Fischerman) en una tirada limitada y calidad no del todo impoluta, no es tarea sencilla encontrar la copia en video de Gombrowicz o la seducción. Pero si se la busca en la zona de Corrientes y Callao (tanto en casas de venta de videos como en videoclubes selectos, y hasta en algunas librerías) se puede llegar a tener éxito. Vale la pena: se trata de una verdadera perla rara.
Trabajando con continuidad en la publicidad y mucha menos continuidad en cine, con su opera prima –la citada The Players...– Alberto Fischerman logró convertirse, a fines de los ‘60, en referente central del cine argentino de vanguardia. En noviembre de 1970 fue protagonista principal de aquella “noche de las cámaras despiertas” en la que él y un grupo de cineastas amigos filmaron, en cuestión de horas, un puñado de cortos que debían presentarse en un acto público, un par de días más tarde. Episodio reconstruido en el documental homónimo, que se conoció este año. De allí en más, quien parecía destinado a ser una suerte de John Cassavetes local se caracterizó por su propensión a desaparecer. Reaparecería a mediados de los ‘70 con un episodio para un film colectivo (Los pocillos, del largo Las sorpresas), a comienzos de la década siguiente con otro episodio para otro film colectivo (El hambre, incluido en De la misteriosa Buenos Aires) y recién con el regreso a la democracia presentó su segundo largometraje en tres lustros, Los días de junio. Un par de años después volvía a desaparecer, esta vez en el anonimato, con esa seguidilla de productos puramente alimenticios que fueron La clínica del Dr. Cureta, Las puertitas del Sr. López y Ya no hay hombres. Finalmente, Fischerman desapareció del todo en 1995, cuando, de un día para otro, se murió, a los 58 años.
Entre tantas desapariciones, una aparición fulgurante, la de Gombrowicz o la seducción, que Fischerman filmó en 1986, con apoyo del Instituto de Cine y de la Secretaría de Cultura municipal, rodeado de un equipo integrado por estudiantes de cine. Film-ensayo que fusiona los testimonios a cámara con la representación desembozada, la evocación con el drama en tiempo presente, Gombrowicz... reconstruye, desde los márgenes del cine oficial, la figura de Witold Gombrowicz. Periférico por antonomasia, a fines de los años ‘30 el célebre autor de Ferdydurke y Transatlántico vino a parar a la Argentina y se quedó acá por treinta años. Inevitablemente fragmentaria, dada la personalidad en fuga del propio Gombrowicz (y del propio Fischerman, en definitiva), Gombrowicz o la seducción practica un doble movimiento. Por un lado, se deja arrastrar por una deriva que en ocasiones la arrima al delirio (una amiga polaca del escritor, pía fabricante de iconos religiosos, narra el martirio vivido por un San Cayetano de plástico, al pasar por la fragua). Por otro, la película de Fischerman regresa una y otra vez a una escena central, suerte de sesión de espiritismo en la que cuatro discípulos argentinos del escritor polaco recuerdan anécdotas mínimas y máximas epifanías, mientras actúan una vez más sus propias internas, hechas de celos, neurosis y cariños.
Pero la evocación de los discípulos está mediada por una ensayadísima representación, en la que la distancia irónica, los diálogos sobreescritos, sus propias mimesis del maestro y una deliberada teatralidad se imponen, difuminando para siempre todo límite entre verdad y fingimiento. En una época en la que la más vivificante producción del cine argentino explora territorios afines, Gombrowicz o la seducción aparece, hoy mismo, como una película más nueva que nunca.