ECONOMíA › PANORAMA ECONOMICO
Nunca es triste la verdad
Por Alfredo Zaiat
En los años que José Alfredo Martínez de Hoz mandaba en el Palacio de Hacienda la idea brillante que tuvo la dictadura para maquillar la realidad fue la de crear un índice de inflación “descarnado”: eliminar la variación de la carne para que el promedio de precios no sea tan elevado. Otro hijo del Proceso, Domingo Cavallo, siendo ministro de Carlos Menem, inauguró la difusión de informes propios, bajo la supervisión de Juan José Llach, para relativizar el crecimiento de la desocupación que regalaba su criatura de la convertibilidad. Roque Fernández también intentó avanzar sobre las cifras del Indec. Ese virus denominado “no me gusta la realidad” no esquivó a Roberto Lavagna.
Ese virus inquieto tuvo una primera incursión cuando el ministro porfiaba con que había menos pobres que los que indicaba el organismo dedicado a elaborar las principales estadísticas nacionales. Su tesis, demolida por los especialistas, era que los pobres compran más barato y, por lo tanto, el valor de la canasta de bienes básica debería calcularse registrando los precios mínimos y no los promedios, como hace el Indec. Ahora, con las cifras del desempleo, se ahorró el esfuerzo de pensar una innovadora teoría y directamente frenó la difusión del informe con la nueva metodología de medición.
La estrategia fue torpe: se dio a conocer un engendro estadístico, que no tiene consistencia técnica, para sumar confusión. Y con un innegable propósito mediático: mostrar una cifra baja de la tasa de desocupación. En realidad, el desempleo ha caído pero el porcentaje de personas que no tienen trabajo es mayor de lo que se pensaba porque se ha mejorado la calidad del relevamiento, al recuperar en la encuesta formas ocultas de ocupación y de desempleo. Esto que es tan simple de comunicar como de entender ha sido manoseado en forma burda por Lavagna. En lugar de aprovechar la oportunidad de mostrar voluntad de transparencia, a la vez de presentar que las consecuencias desastrosas del modelo de los ‘90 han sido aún peores, el ministro ha colocado al gobierno de Kirchner en el incómodo lugar de protagonizar el primer gran papelón de su corta administración.
En el Indec explican que la vieja encuesta dejó de realizarse y, por lo tanto, la “extrapolación, proyección e imputación” con la nueva para estimar la tasa de desocupación es de una debilidad técnica que obliga a descartarla. Como se enseña en cursos básicos de estadísticas, no es correcto mezclar peras con manzanas, salvo que se quiera hacer una ensalada para confundir. El 14,3 por ciento que ganó los titulares de algunos diarios e informativos de televisión y radio es una estadística “trucha”. Puede ser que Lavagna se haya sentido satisfecho con el “éxito” de su intervención mediática de (des)informar. Pero no llegó a tiempo de frenar en Rosario la distribución de la nueva encuesta, que hoy Página/12 difunde con la colaboración de los periodistas de Rosario/12, que revela que la desocupación alcanzó al 16,3 por ciento de la Población Económicamente Activa. Ese porcentaje incluye a gran parte de los beneficiarios de planes Jefas y Jefes de Hogar como empleados, distorsión que viene de arrastre de anteriores relevamientos. Sin los planes, la desocupación “verdadera” supera el 20 por ciento.
Más sorprende esa maniobra cuando el Gobierno tiene un cuadro laboral complicado pero con una leve tendencia positiva. Existen mejores expectativas en relación con que ya no existe esa angustia paralizante a los despidos. Y también a que con una economía en crecimiento ha aumentado la posibilidad de conseguir empleo. De todos modos, la situación laboral es difícil puesto que esos nuevos trabajos se ofrecen en negro, en condiciones precarias y por bajos salarios. Pero se ha detenido la destrucción de empleo, que era una de las características dramáticas de los peores momentos de la crisis. Sin embargo, como en la segunda mitad de los ‘90, el empleo formal muestra una evolución más lenta que la que se registra en el circuito en negro. El especialista en temas laborales, Javier Lindenboim, explica en El mercado de trabajo en la Argentina en la transición secular: cada vez menos y peores empleos que “se verifica que cuando hay aumento de empleo asalariado éste se sostiene en trabajo desprotegido. Y cuando hay caída, la expulsión es predominantemente de puestos amparados”. Ese dispar comportamiento no tiene que ver con que los costos laborales en la Argentina son mayores a los vigentes en otros países, como sostienen los economistas ortodoxos. Un reciente documento del Ministerio de Trabajo indicó que el nivel de las contribuciones patronales en la Argentina es uno de los más bajos de la región, después de Chile, y de varios de la Unión Europea.
Por más que se quiera forzar la realidad induciendo a los medios a (des)informar, el panorama laboral es tan inquietante y complejo que resulta casi imposible que la sociedad asuma que no hay problemas de empleo. Hace una década que la Argentina tiene una desocupación de dos dígitos: en 1994 superó el 10 por ciento y desde entonces, con pico de 21,5 en 2002, nunca volvió a un dígito. Esto implica que el país va camino a cumplir diez años con desocupación muy elevada, siendo el período más prolongado de este fenómeno de exclusión laboral en su historia económica moderna. Por ese motivo, más allá de las estadísticas, la resolución de la cuestión del trabajo es la demanda social prioritaria en la opinión pública, según un reciente estudio del Centro de Estudios Nueva Mayoría.
Pelearse con mediciones estadísticas es una mala estrategia y tratar de alterarlas, peor.