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Una historia ideal para activar el despertar sexual de Meg Ryan
En carne viva, de Jane Campion, propone un cóctel de sangre y sexo, sin descuidar las inquietudes temáticas de la cineasta.
Por Horacio Bernades
En Estados Unidos se estrenó con cortes y en la Argentina es difícil saber si estamos mejor o peor, ya que directamente no se estrenó en cines. Pero ahora, que sale en video, lo hace sin cortes. Se trata de In the Cut (título que terminó resultando profético), el thriller erótico dirigido por la neocelandesa Jane Campion, que LK-Tel edita por estos días con el título En carne viva. No es otra que la película, a esta altura ya bastante famosa, en la que Meg Ryan le da un corte definitivo a su carrera. Sí, In the Cut es ésa en la que la ex reina de la comedia romántica se desviste, goza y se estremece como la que más. Como quien quiere recordarle a todo el mundo que, además de sonreírle a Tom Hanks, le pasan otras cosas. Muchas de ellas, de la cintura para abajo.
No resulta fácil adivinar por qué la distribuidora local decidió no estrenar In the Cut, teniendo en cuenta los nombres involucrados (Jane Campion es, recuérdese, la realizadora de La lección de piano y Retrato de una dama) y hasta sus argumentos de venta, que incluyen ese súbito y tan promocionado despertar sexual de Mrs. Ryan. La exploración de la sexualidad como una de las formas en las que se manifiesta la identidad femenina es una de las constantes en la obra de la Sra. Campion. En sus películas, una protagonista victoriana –notoriamente, Holly Hunter en La lección de piano, pero también Nicole Kidman en Retrato de una dama y Kate Winslet en la anterior Holly Smoke– termina redescubriendo aquello que había mantenido tanto tiempo bajo cuatro llaves.
En En carne viva –primera película de Campion en Estados Unidos, producida por su amiga Nicole Kidman–, la reprimida de turno es Franny (Meg Ryan), profesora de Literatura en un college de Nueva York. De largo pelo color caramelo, Franny se escandaliza tanto como se entusiasma, en el momento en que ve cómo una desconocida le practica una fellatio a un señor, en el oscuro pasillo de un bar. Poco después la chica será asesinada, comienzo de una alianza entre sangre y sexo que está en el corazón de En carne viva, como suele estarlo en toda película del género. Uno de los posibles sospechosos es un alumno de Franny llamado Cornellius, un morocho que prepara una tesis sobre cierto famoso asesino serial y cuyos encuentros con la profesora rebosan de tensión sexual. Pronto aparecerá un segundo y más insospechable sospechoso, no otro que el detective a cargo de la investigación. Se trata de Malloy (el ascendente Mark Ruffalo, a quien se verá a partir del jueves próximo en Colateral), que llegará más lejos que Cornellius en su atracción por la profesora.
Cuando, en medio de uno de sus varios clinchs amatorios, Franny descubra en el brazo derecho de Malloy el mismo tatuaje que tenía el asesino de la chica, la ligazón entre deseo y peligro habrá quedado finalmente sellada. Por si hiciera falta un tercer factor de riesgo, por allí anda también un ex amante despechado y persecutorio (Kevin Bacon, más rubio que de costumbre), que en algún momento se pondrá demasiado violento. Si de violencia se trata, la que puede llegar a pagarlas en lugar de Franny es su media hermana Pauline (la reaparecida Jennifer Jason Leigh), cuya incontinencia sexual la convierte en posible blanco de un asesino que parecería ensañarse con las chicas de costumbres liberales. Por primera vez a cargo de una película de género en Hollywood, Campion logra hacer sintonizar la película con sus propios intereses temáticos, sin abaratar su arte en lo más mínimo. Más preocupada por el mundo interior de la protagonista que por la estricta intriga, la puesta en escena hace primar la sensorialidad de los planos detalle, los travellings cadenciosos y una fotografía cavernosa, húmeda y transpirada, gentileza del notable director de fotografía Dion Beebe y adecuado marco para el despertar sexual de Franny.
Menos convincente resulta En carne viva en términos estrictamente genéricos, ya que los cabos no siempre lucen atados con toda prolijidad y la resolución es perfectamente arbitraria. Tampoco es que les sobre espesor a los personajes, que parecerían cumplir el papel de meras funciones del relato. El resultado es más un logrado, por momentos exquisito, ejercicio de climas y de estilo que un film redondo. En cuanto a aquello que tanto escándalo causó, en la escena de la fellatio efectivamente se ve más (mucho más) de lo que se supone “aceptable” en un film no porno. Si de los desnudos de Meg Ryan se trata, muestran tanto (o tan poco) como cabía esperar.