Una agencia internacional de noticias publicó tiempo atrás una foto que muestra niños con rasgos orientales, en un aula, en clase sobre uso de preservativos. Los chicos, en la imagen, juegan con el látex, hacen un globo enorme con uno de ellos y se ríen. Se divierten. Aprenden.
¿Es pensable aquí una foto semejante? Imaginemos: una maestra reparte profilácticos en el séptimo grado de una escuela porteña, del conurbano, en una escuela rural, de frontera. Lo mismo da. Por su edad, los niños están a las puertas de usarlos para algo más que diversión y aprendizaje. Sale la foto. Se publica en los medios. Pensemos en el obispo que quiere tirar a un ministro al mar por andar repartiendo el demonio por ahí. ¿Adónde querría tirar a la maestra? ¿Adónde la mandaría efectivamente el cura del barrio de la escuela, del pueblo, de la ciudad, lo mismo da?
Hay una explicación para comprender esa asignatura pendiente que es la educación sexual. La presión de la Iglesia, esa omnipresencia púrpura en la vida política del país, marca rumbos y decisiones (o la ausencia de ellas, que también es una decisión). Es una explicación cierta, aunque incompleta.
Es una explicación que no tiene en cuenta que en este mismo país y con esta misma Iglesia un día hubo vocación para instaurar el divorcio y se debatió, se polemizó, se vio una marcha llena de chicos de colegios católicos en la Plaza de Mayo, pero el divorcio llegó y nadie murió en el intento. Hace apenas 18 años.
La otra explicación para que esa foto sea imposible en este costado del mundo es la escasa predisposición de las autoridades, sobre todo las educativas, para dar la batalla. Que no sería ni tan larga ni tan mortífera.
Desde muchas escuelas (tal vez menos que las necesarias) es un reclamo que se suele elevar, por canales más o menos institucionales. Son ellas, principalmente las de nivel medio, las que conviven con las consecuencias de la ausencia de educación sexual. Solamente en la Capital, en 70 escuelas secundarias relevadas el año pasado se detectaron casi 900 casos de alumnas madres o embarazadas y alumnos padres. De los 500 mil abortos que se practican en la clandestinidad por año en el país, son miles los que se evidencian más en la escuela que en la casa. Sin cruzar la General Paz hay casos, y no pocos, de chicas que les comunican su embarazo a los docentes antes, incluso mucho antes, que a la familia.
Quienes desde los ámbitos de poder guían sus decisiones encuestas en mano harían bien en revisar de nuevo la muestra del CELS, el Cedes y FEIM que revela que nueve de cada diez habitantes del conurbano y la ciudad de Buenos Aires están a favor de incorporar la educación sexual en los planes de estudio de todas las escuelas primarias. La cifra se eleva al 99 por ciento si se trata de las escuelas secundarias.
La Iglesia llama al castigo divino a quienes escandalizan a los jóvenes repartiendo paquetes indecorosos. ¿A qué clase de castigo llamaría contra una maestra que hablara de masturbación en clase?
Esa es la tarea pendiente: estar dispuestos –políticos, gobierno, esa categoría heterogénea que se suele llamar sociedad– a bancarse el desafío. A dar la pelea y soportar los Baseottos que aparezcan.
También, a ser consecuentes con lo que se le dice al encuestador y, llegado el momento, bancarse que la nena vuelva del colegio y agite el cuaderno de clases:
–Pa, me saqué diez en métodos anticonceptivos. Ahí sí, la foto será posible.