Pendencias pendientes

Por Juan Sasturain
Gustavo Mujica

Lo pendiente es algo que pende, por definición. ¿Cómo pende lo pendiente? En términos físicos, hay en principio tres maneras de pender. Primero, la del péndulo, cuya condición es esencial y permanente, su mismísima razón de existir: si deja de pender deja de ser lo que es. Después, está la manera de pender de la gota o de la manzana, cuya condición pendiente es precaria, un estado ocasional, simple cuestión de tiempo, algo que –como se dice– “cae de su peso” en términos naturales o lógicos. Y en tercer lugar está la manera de pender del aro, pendiente –literal– del lóbulo; o la del jamón pendiente del gancho, que están alevosamente colgados porque su condición es también provisoria pero sujeta a voluntad ajena, no meramente una cuestión temporal. Se dirá que el murciélago también pende, como el perezoso, pero en el caso de los bichos es una posición elegida, el resultado del arbitrio personal, un gusto o costumbre.

Pero cuando se habla de cuestiones, asignaturas o deudas pendientes en la sociedad –que de eso se trata en este caso– no hay un uso físico sino metafórico de la expresión, asimilada a la idea de lo postergado o pospuesto, es decir, con un fuerte matiz temporal: lo pendiente es aquello que no se encaró aún, no ha sido considerado prioritario o no ha llegado su hora.

Así, desde el hipócrita discurso convencional, lo pendiente en una sociedad como la nuestra se identifica con lo no resuelto, lo que se vive como imperfección provisoria, impedimento para la culminación de un modelo todavía inacabado. Sea con un esquema temporal –lo que aún falta: es cuestión de tiempo– o con un modelo espacial –hay sectores postergados– siempre se presupone algo perfectible que debe ser completado: falta una etapa en el proceso o falta una pieza del rompecabezas.

Y, en líneas generales, no es así.

Lo intrínsecamente perverso de estos análisis es que el esquema y el modelo no se completan o llegan a la perfección en el momento en que se cumple con lo pendiente, sino que el modelo mismo presupone su existencia, porque está construido y funciona como funciona a partir de la postergación infinita, sin solución de continuidad, de las mal llamadas “cuestiones pendientes”.

En nuestro país y en este contexto que nos toca, el liberalismo crudo y el neoliberalismo mal cocido han vendido siempre las flagrantes desigualdades económicas –entre naciones, entre sectores sociales– como meras cuestiones subsanables en términos de tiempo: el subdesarrollo de algunos países es sólo una etapa hacia el desarrollo pleno del que disfrutan otros ahora, que llegará en el futuro si se hacen bien los deberes; cuando en realidad la postración de unos es resultado de la expansión de los otros. O, en términos de política económica interna: sólo hay que esperar –estar pendiente– de que la copa rebalse y gotee hacia abajo, cuando en realidad la copa se llena a partir de la “necesaria” sed de los esperan que alguna vez rebalse. Que será nunca...

Vale la pena volver a los significados originales de lo pendiente, a los modos físicos de pender. La desocupación, el desequilibrio distributivo, la deuda eterna en educación y salud penden en nuestras desquiciadas sociedades como el péndulo: son estructurales para el sistema del perverso mercado que nos rige y ahoga; pendientes por naturaleza, deben seguir y seguirán ahí, mientras el discurso las venda como cuestiones pendientes como pende la gota o la manzana. Y en realidad penden como el aro de la oreja y el jamón del techo: se las ha colgado ahí y hay que bajarlas, son dependientes de otros gestos. Es una cuestión, entonces, de pendencia: las cuestiones pendientes en la sociedad son estructurales, no se solucionan solas, deben someterse a una escala de prioridades que no son las que propone el mercado.

No hay solución sin pendencia. En criollo: algún (otro) culo tiene que sangrar.

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