Miércoles, 27 de agosto de 2008 | Hoy
CIENCIA › DIáLOGO CON ALEJANDRO BENEDETTI, DOCTOR EN GEOGRAFíA, INVESTIGADOR DE LA UBA.
Aunque lo afecta la altura, el jinete se interna en zonas marginales de la Puna jujeña, mientras oye hablar de los sistemas de transportes, del movimiento de los grupos sociales de los cambios que, lentísimos como las montañas, van sobreviniendo.
Por Leonardo Moledo
–¿Qué es lo que usted investiga?
–Los temas fueron cambiando, pero no tanto. Inicialmente, el trabajo que hice fue con el tema de mercados eléctricos dispersos rurales. Concretamente, trabajé con la provincia de Jujuy, en algunas zonas de la Puna y las Quebradas, con aquellas poblaciones apartadas de la red eléctrica central, generalmente poblaciones marginadas. Ahí trabajé con una comunidad de 500 habitantes, que vivió sin electricidad hasta la década del ’90. Lo que yo hice fue un estudio un poco antropológico: estudié la organización de la vida cotidiana a partir de la incorporación de la electricidad.
–¿Cómo se organizan cuando reciben electricidad?
–Yo me interesé por tres cosas. Una, por cómo un caserío campesino, de alguna forma, se fue urbanizando e incorporando algunas pautas constructivas modernas y urbanas. La segunda, que me pareció más interesante, fue cómo se organizó la vida cotidiana (fundamentalmente la jornada de trabajo de las mujeres, que cargan con la mayor responsabilidad en el grupo doméstico y que generalmente tienen la mayor carga social porque los hombres se van o quedan inutilizados por el alcohol). Y, por ejemplo, se verificaba que las mujeres dejaban las labores de tejido para la noche y se focalizaban durante el día en las tareas de huerta. La tercera: cómo la comunidad, a partir de la adquisición de mejor tecnología, comenzó a magnificar sus fiestas patronales, que se fueron haciendo cada vez más numerosas y estruendosas. Esa fue mi tesis de licenciatura.
–¿Y ahora qué está haciendo?
–Bueno, yo estaba cerca de la zona de las Salinas Grandes y en esa época estaban comenzando las obras del Paso de Jama. Ahí comencé a trabajar con un proyecto que lo que hizo fue estudiar todo el proceso de transformación de los transportes a partir de las privatizaciones. Hubo allí una suerte de división del trabajo: algunos se ocuparon de los peajes, otros de las redes de aeronavegación comercial... Yo me puse a trabajar con los ferrocarriles, y lo que hice fue un estudio del proceso de redimensionamiento de la red ferroviaria a partir de las privatizaciones (el proceso de desmantelamiento de la política menemista).
–¿Y?
–Lo que hice concretamente fue contar cuántas estaciones funcionaban antes y cuántas después. Y como tenía la hipótesis de que no era un proceso nuevo, lo que hice fue compararlo con un proceso anterior, la década del ’50. Comparé la extensión de las vías en el ’57, en el ’80 y en el ’98. Pude ver cómo la política de la década menemista lo único que hizo fue profundizar un proceso que venía de largo y que en realidad quien más lo afectó fue la dictadura militar. Muchas décadas de desinversión hicieron que ese proceso se acentuara. Este estudio fue parte de un estudio más amplio de todos los transportes. Cuando terminé con eso, me metí a estudiar el Paso de Jama. Mi primera idea era hacer una especie de comparación entre esa nueva infraestructura vial con lo que había sido en un primer momento la llegada del ferrocarril a La Quiaca, que permitió conectar la capital con lo que era una zona marginada. Finalmente, la tesis se concentró en un lugar cercano al Paso de Jama y, con el tiempo, se fue focalizando en uno de los territorios nacionales que nunca se había estudiado sistemáticamente: el territorio de Los Andes.
–Era un territorio nacional y la capital era San Antonio de los Cobres, ¿no?
–Era una región que hacia fines del siglo XIX se comenzó a llamar Puna de Atacama, con capital en San Antonio de los Cobres, que formaba parte del territorio boliviano. Fue incorporado a Chile después de la Guerra del Pacífico y, por una serie de negociaciones diplomáticas, Bolivia le cedió a Argentina unos terrenos que no estaba muy claro de quién eran (fue en 1889). A cambio, Argentina cedía a Bolivia sus derechos sobre Tarija. La cuestión es que esos territorios que nos cedía Bolivia se incorporaban a Argentina sin el permiso de Chile, que ya había ocupado aquellos territorios. Hay un proceso de negociación de una década, en un contexto de disputa entre Argentina y Chile por el trazado de límites. Finalmente se llega a definir que casi el 70 por ciento pase a la Argentina y el resto quede en Chile. En esas tierras se crea el territorio de Los Andes. Lo que yo hice ahí fue un estudio de geopolítica, de reconstrucción de los procesos de formación territorial, en el que participan no sólo los estados, sino también muchas empresas privadas. Este territorio fue el último que se creó y no se transformó en provincia, sino que se disolvió. Una parte se incorporó a Jujuy, otra a Catamarca y la parte del medio a Salta. El doctorado fue sobre ese estudio. A partir de ahí, mi idea era volver al Paso de Jama. La cuestión es que la definición de este paso (que está muy cerca de otro) se dio sin un estudio de prefactibilidad. No se entendía por qué había que hacer dos pasos tan pegados el uno al otro, lo único que se iba a lograr era que compitieran en una misma ruta. Con un grupo de colegas, descubrimos que había otros intereses en juego, que tienen que ver con la posición de Jujuy dentro de la Argentina, que van más allá de la racionalidad económica.
–¿Y qué cambios se generaron a partir de la creación de ese paso?
–Hasta ahora ninguno. Muchos sectores de Jujuy (la clase media, la clase gobernante) siempre vieron al Paso de Jama como “la” salida a sus problemas: gracias al paso, Jujuy tiene salida al Pacífico, y eso solucionaría todos los problemas económicos de la provincia. El asunto es que detrás de ese paso no hay un proyecto productivo, sino comercial, y los sectores decisivos de la economía jujeña siguen siendo los ingenios agroindustriales, parcialmente la minería y el sector productor de cítricos. Por una cuestión de logística, sigue siendo más fácil salir por Rosario. Finalmente, sirvió para fomentar cierto turismo internacional europeo en un circuito que se está armando entre los salares de Uyuni, el desierto de Atacama y la Puna argentina. Pero no hay ninguna actividad decisiva de la economía jujeña que exporte su producción a través del Paso de Jama por los puertos del Pacífico chilenos. Y fue una obra que llevó muchísimo tiempo y muchísimo dinero. También facilitó la comunicación de Asunción del Paraguay con el puerto de Iquique. Muchos camiones ingresan su producción desde el puerto de Iquique hasta Ciudad del Este. Y no dejan absolutamente nada en Argentina: viajan con el tanque lleno desde Paraguay, se llevan su comida. Lo único que se da es la compra de sexo en Susques (ese es otro de los fenómenos periféricos). A nivel de la economía regional, no hay ningún proceso significativo.
–Para que se constituyan proyectos productivos tiene que haber un grupo social que lo sustente...
–Sí, además en Jujuy la economía sigue estando en manos de empresas monopólicas hiperconcentradas.
–¿Qué pasa con las poblaciones originarias de esa zona? Yo estuve por ahí y me parecieron lugares olvidados...
–No, nunca son lugares olvidados. La Puna argentina hasta la década del ’30 fue una región de terratenientes que arrendaban tierras; a partir de ese momento, aparece el auge de los ingenios azucareros, que lo que hacen es “satelizar” esa región y transformarla en un gran reservorio de mano de obra estacional y barata. Con el tiempo, lo que ocurrió fue que se fue desestructurando toda la economía campesina, agrícola y ganadera, porque los hombres se iban durante mucho tiempo fuera del núcleo a trabajar a otros lugares. Lo que ocurre a partir de la década del ’70 es que toda esa organización se empieza a desarticular: mucha gente no vuelve a su lugar de origen y prefiere vivir en las villas miseria (tanto en Jujuy como en Buenos Aires). Desde la década del ’90, por un lado, distintas dependencias del Estado nacional empiezan a tener sus políticas compensatorias (destinadas a contener el estallido social generado por la privatización y la flexibilización laboral). Mucha gente vuelve a la Puna, porque las villas no pueden absorber a esa población. Se da, en cierta medida, un mejoramiento económico de la zona. Llega un equipo de técnicos de ONG’s y de agencias de cooperación internacional, con la intención de recomponer el tejido social campesino y con todo el discurso ambientalista y ecologista para frenar el proceso de desertificación. La agencia de cooperación alemana, por ejemplo, llegó con la intención de plantar árboles en la Puna mediante invernaderos. Pero a la gente no le interesaban los árboles, le interesaba cultivar otras cosas. Muchas veces ocurría que se financiaba tecnología de cultivos que cuando se rompían eran irrecuperables. La Puna y todas esas regiones no son olvidadas, sino que son eternamente recordadas para tres funciones: por un lado, como reservorio de mano de obra barata; por el otro, es un espacio para la reproducción de muchos profesionales (antropólogos, geólogos, geógrafos) que, lamentablemente, no trae repercusiones económicas sustanciales para los habitantes de la zona, y, por último, para el turismo.
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