CIENCIA › FELIX MIRABEL, ASTRONOMO
Rumbo al ALMA y el misterio de los agujeros negros
Félix Mirabel dirige un proyecto de envergadura internacional (ALMA, que será el observatorio más grande del mundo), a la vez que sigue ligado a la ciencia local y no abandona su pasión por los agujeros negros.
Por Leonardo Moledo
Pocas cosas tan extrañas como los agujeros negros, pocas cosas tan inasibles como el concepto de alma, pocas cosas tan concretas como el ALMA (Atacama Large Millimeter Array), en Chile, el observatorio más grande del mundo, cuyo director científico es desde hace 6 meses Félix Mirabel, astrónomo e investigador superior del Conicet (ahora con licencia). Director de investigaciones científicas de la Comisión de Energía Atómica de Francia...
–¿Sigo enumerando sus títulos de nobleza?
–Bueno, no, pero sí diga que formo parte del grupo que trabaja en el proyecto, el primer proyecto verdaderamente global en la historia de la astronomía. Es un proyecto conjunto entre Europa, Estados Unidos (que representa a México y Canadá) y Japón (que representa a Corea del Sur y Taiwan).
–¿Y la Argentina no participa del proyecto?
–No, pero podría hacerlo de aquí a una decena de años, construyendo dos antenas en Salta y San Juan, para que puedan funcionar en forma coordinada con los observatorios del proyecto. Es prematuro pensarlo, pero debería ocurrir. Ese sería a mi criterio el mejor modo de entrada.
–¿Debería hacerlo?
–Claro que sí. La ciencia básica, para un país como la Argentina, debe desarrollarse en colaboración con países de mayores recursos. Es más: proyectos así facilitarían un desarrollo a nivel tecnológico, del cual el país se podría beneficiar. Todos estos proyectos requieren un financiamiento enorme, que la Argentina no puede afrontar. Pero sí participar, aunque sea modestamente.
–Pero México participa...
–Sí, pero de un modo indirecto. No hace una contribución económica directa al ALMA, sino que muy inteligentemente han participado en un proyecto en el territorio estadounidense a cambio de la posibilidad de utilizar científicamente los datos del observatorio del ALMA.
–Bueno, la Argentina podría participar contribuyendo con científicos...
–Sí, es una posibilidad, pero insisto: el mejor modo es construyendo antenas en la puna salteña, que tiene sitios muy favorables y lugares apropiados también desde un punto de vista logístico, porque están cerca de las vías ferroviarias que comunican con Antofagasta, lo que facilitaría la comunicación entre ambas zonas.
–Pero dado que estamos tan cerca, ¿sería viable un programa de intercambio de científicos?
–Bueno, una de mis primeras iniciativas, desde que llegué al Observatorio, es fomentar estas colaboraciones, no sólo de científicos argentinos sino también peruanos, brasileños y de otros países de la región. Ya está por iniciar actividades un proyecto la primera escuela latinoamericana de astronomía multitemática para astrónomos de la región, financiada en principio por el Observatorio Europeo Austral. Ya tiene más de 300 inscriptos, casi 40 de Argentina y 50 de Brasil, y comenzará a funcionar en diciembre, en Santiago.
–Aquí hay algo interesante, porque como decía al principio de este diálogo, usted es un ejemplo del científico argentino al que le fue muy bien afuera del país, pero que al mismo tiempo siguió en contacto permanente con la investigación científica nacional, incluso con un cargo en el Conicet. Parece una contradicción, pero al parecer puede superarse. ¿Cómo se hace?
–Creo que la Argentina debería aprovechar mejor a sus científicos especializados en el extranjero, explotar más su conocimiento. Ellos han desarrollado trabajos de frontera, de punta. El mejor ejemplo en este sentido es Israel, que aprovecha al máximo a sus científicos y establece programas de colaboración continua entre esos científicos que emigraron hacia Europa y Estados Unidos y la ciencia local. Aquí en la Argentina, el Conicet tendría que facilitar este contacto, visitas cortas de científicos extranjeros por ejemplo.
–Pero hay un programa que va en ese sentido, creo...
–Existe, es cierto, pero se realiza de un modo demasiado burocrático. Debería haber mayor flexibilidad, mecanismos administrativos más ágiles para cualquier científico argentino en el extranjero que quiera venir un tiempo a intercambiar conocimiento.
–¿Cree que algún día se implementará?
–Bueno, la opinión de todos mis colegas que trabajan aquí es que las cosas mejoran: más financiación para la investigación científica, mejores condiciones de trabajo. Al parecer, las cosas van por un mejor camino, modestamente, pero dentro de las posibilidades que hay aquí. Al menos en el campo de la astronomía, que es el que pude apreciar.
–¿Qué le parece si hablamos un poco de los agujeros negros, que le valieron dos tapas de Nature?
–Demostrar la existencia de un agujero negro es muy difícil, porque es como demostrar la inexistencia de algo.
–Es difícil de demostrar, pero siempre se puede hablar...
–Un agujero negro es un objeto que ejerce gravitación, que tiene masa, pero que no tiene una superficie material. Entonces, desde el punto de vista experimental, demostrar que un agujero negro existe es en verdad la demostración de la inexistencia de una superficie material. Pero demostrar la inexistencia de algo es imposible, y allí está la dificultad.
–Bueno, a menos que se demuestre que es lógicamente imposible. Por ejemplo si en la teoría de los agujeros negros hubiera una contradicción.
–Pero no es el caso. Uno puede imaginar mecanismos a través de los cuales la superficie material de estos agujeros se esconde, procesos físicos que no hemos podido concebir hasta el momento, y es por eso que muchos astrofísicos cuestionan la verdadera existencia de los agujeros negros.
–Usted trabaja sobre agujeros negros más bien chiquititos...
–Bueno, no tan chiquitos, son de una masa equivalente a 10 soles. En términos astronómicos son pequeños. Stephen Hawking propone que hay agujeros aún más chicos, miniagujeros negros, del tamaño de una pelota del fútbol.
–Bueno, hay un proceso global de miniaturización.... no es raro que aparezcan agujeros negros cada vez más chicos. ¿Y si hubiera agujeros negros dentro del núcleo de un átomo, por ejemplo?
–Podría ser. Pero no es sólo miniaturización, existe también lo contrario; de hecho, uno de los resultados más contundentes de la astronomía en los últimos años ha sido saber que todas las galaxias masivas albergan en sus centros dinámicos agujeros negros masivos. Por el movimiento de las estrellas se supone que en el centro de nuestra galaxia existiría un agujero negro de muchos millones de masas solares. Se ha visto cómo las estrellas, en las inmediaciones de este agujero, se mueven, del mismo modo que los cometas, alrededor del Sol. Uno podría decir que los agujeros negros son también, en cierta medida, objetos de fe para los astrónomos, son la evidencia de algo que jamás podremos evidenciar directamente por medio de la sensibilidad.
–La fe, en este caso, radica en que todo lo que existe matemáticamente también existe físicamente. Y si uno cree que el universo se rige por las matemáticas, los agujeros negros, si no son contradictorios, deberían existir.
–Claro, pero existen diferentes modelos matemáticos posibles, y el universo real nuestro es sólo uno de esos universos posibles.