Sábado, 8 de marzo de 2008 | Hoy
Por Sandra Russo
En Miss Simpatía, Sandra Bullock era una agente de policía que tenía que infiltrarse en un concurso de belleza para descubrir no sé qué cosa. Las candidatas a reina eran estereotipos de mujeres unineuronales, rubias taradas de pueblitos sureños norteamericanos de ésos en los que el día más interesante del año es Halloween. Chicas bobas pero sin maldad. Y sin ni un poco de morbo propiamente dicho. El morbo norteamericano, para el gran público, es la estupidez.
Cuando tenían que hablar frente al micrófono y demostrar que no eran sólo pedazos de hembras, sino también corazones palpitantes y mentes despiertas, las candidatas coincidían en un punto: a la hora de contarle al jurado “con qué soñaban”, todas decían: “Con la paz mundial”.
El morbo norteamericano, decía, para el gran público, es la estupidez. Pero en privado, entre pocos, entre líneas, en el fondo, en el patio trasero, en rigor, a juzgar por los hechos, creo, el morbo norteamericano es tremendo. No hay, y nunca hubo límites cuando, en diferentes oportunidades históricas, Estados Unidos se sintió amenazado o atraído por algo. El morbo norteamericano para manipular la realidad y convertirla en un discurso para débiles mentales es tremendo. Como es tremenda, y apabullante, la docilidad de sus agentes multiplicadores locales.
Las ideas desplegadas en la cumbre de ayer por el presidente Uribe siguieron esa línea políticamente patriarcal, típica de la política exterior norteamericana, de “reservarse el derecho”, cuando no tiene ningún derecho. Sostener tímida pero indudablemente la idea de “ir a buscar al terrorismo donde estén los terroristas” es morbosamente estúpida, pero por estupideces es que han muerto millones de personas muchas veces. Por estupideces se han desatado guerras y se han instalado odios ancestrales. Esa política ya dio incontables muestras de que encubre otros móviles. Violar el espacio aéreo de otro país escudándose en que aquel a quien se buscaba asesinar era “un terrorista tenebroso” explica básicamente que la casa se reserva el derecho a calificar a la gente como “asesinable”, al espacio aéreo del país vecino como “violable” y las recomendaciones de los grupos y cumbres de países como “obviables”.
Si Uribe suscribe como un buen hijo de Bush toda la idea, él, como Bush, lo diga o no, se reserva el derecho de hacer lo incorrecto y después pedir disculpas. Eso es en sí mismo una amenaza, como Estados Unidos es también una amenaza.
“La paz mundial”, como repetían las aspirantes norteamericanas a reinas, no es absolutamente nada. Las rubias taradas repetían eso como quien dice soy buena, mirá qué culo que tengo. Eso dice Bush. Soy bueno, qué pena ese temita de los rehenes en Colombia, ¿era Colombia?, qué pena que lo esté por solucionar un populista, en fin, y bueno, que Uribe se pase de la raya, ja ja, la raya, y que se maten entre ellos.
La paz mundial no es nada. Es apenas un bocadillo de circunstancia tan banal que puede ser repetido por aspirantes a reinas de belleza sin nada en la cabeza. Si no se tiene nada en la cabeza, bien, puede uno ponerse a hablar sobre lo lindo que sería que en el mundo reine la paz. Pero la paz regional es lo único importante en estos días. La paz regional no está en la agenda norteamericana.
La paz latinoamericana, para los latinoamericanos, debería ser lo único importante en estos días. Y fue un alivio escuchar ayer al abanico de presidentes de esta nueva América latina, que salvo Colombia, no está ya acechada por organizaciones guerrilleras y se debate en procesos democráticos que buscan darse fuerzas recíprocas. Para la paz hay equipo. Puede haber laderos sueltos, pero en América latina hoy no hay vicios carnales. Hay política.
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