Viernes, 9 de octubre de 2009 | Hoy
Por Juan Forn
Una hermosa mañana de otoño de 1980, Vera Nabokov recibió una llamada telefónica en sus habitaciones del Montreux Palace Hotel, avisando que su hijo Dimitri no podría almorzar con ella debido a un “pequeño” accidente. En realidad, Dimitri había destrozado su Ferrari 308 GTB contra un parapeto en la autopista entre Lausanne y Montreux. Con el cuello fracturado y quemaduras de tercer grado en el 40 por ciento de su cuerpo, fue ingresado de urgencia al Hospital de Lausanne, adonde permaneció las siguientes cuarenta semanas, primero en terapia intensiva, después en el Pabellón de Quemaduras Graves (donde lo sometieron a seis injertos de piel) y por fin en el ala de Rehabilitación. Menos de tres años antes, en otro sector de ese mismo hospital, Vladimir Nabokov había expirado pacíficamente, tomado de la mano de su mujer y de su hijo. Cuando subieron al auto de Dimitri para irse del hospital, Vera rompió el mutismo con que había enfrentado los trámites y los pésames. Mirando ciegamente el cielo por la ventanilla, dijo: “Alquilemos una avioneta y matémonos”. No había derramado una sola lágrima hasta entonces y, en cuanto hubo pronunciado esas palabras, recuperó la compostura que había tenido durante toda su vida.
Hoy sabemos que, en aquellos últimos instantes de vida, Nabokov le había ordenado a Vera destruir la novela que dejó inconclusa cuando se lo llevaron al hospital. En una carta de mayo de 1977 hablaba “del manuscrito que no me gustaría dejar inconcluso a causa de esta enfermedad, y que en mis delirios nocturnos he recitado entero más de cincuenta veces para un auditorio compuesto por unos faisanes, y mis padres muertos, y dos cipreses, y unas devotas enfermeras, y un médico de la familia tan viejo que ya es casi invisible”. Agregaba que sus “accesos de tos y tropiezos verbales hacen de esta lectura un acontecimiento mucho menos triunfal que el que espero que tenga la versión definitiva entre los lectores inteligentes, cuando sea adecuadamente publicada”. No hubo versión definitiva, no hubo publicación adecuada, no hubo siquiera conclusión: pero sí título (The Original of Laura) y 138 fichas de cartón escritas a ambos lados, en lápiz, con letra abigarrada y asombrosamente prolija (el procedimiento habitual que usaba Nabokov para redactar todas sus novelas, antes de pasarlas a una dactilógrafa).
En los catorce años que siguieron, Vera Nabokov no logró juntar coraje para cumplir el último deseo de su marido. Cuando estaba por morir, en 1991, le confesó a su hijo que las 138 fichas de The Original of Laura estaban guardadas en una caja de seguridad de un banco de Ginebra y le transfirió la llave y el difícil encargo. Dimitri, devenido heredero universal y albacea de la obra de su padre, comentó el asunto con Brian Boyd, el biógrafo de Nabokov. Este le confesó que Vera le había permitido una vez leer The Original of Laura (pero en su presencia y sin derecho a tomar notas). Dimitri le preguntó qué opinaba del texto. Boyd dijo que había tenido que leer a las apuradas e incómodo por la mirada vigilante de Vera y que le había parecido fulgurante, pero fragmentario y trunco. Dimitri no habló más del tema. Boyd mencionó el episodio en una nota al pie cuando apareció el segundo tomo de su biografía de Nabokov. Pasaron diez años sin que nadie reparara en el asunto hasta que, en 2005, un tal Ron Rosenbaum escribió en la revista Slate una nota titulada “Dimitri: por lo que más quieras, ¡no lo quemes!”, en la que anunciaba al mundo que el hijo de Nabokov estaba a punto de destruir el último libro de su padre y convocaba a los lectores a votar online si el libro debía destruirse o publicarse.
El resultado fue abrumadoramente favorable a la publicación y Dimitri, que no da reportajes hace treinta años, tuvo que salirle al paso. Primero aseguró que nunca se le había cruzado por la cabeza destruir The Original of Laura, que en su opinión era “el destilado más puro de creatividad de mi padre” y pudo ser “su novela más brillante, más radical y original”. Pero la trama tocaba fibras extremadamente delicadas en el terreno autobiográfico y, cada vez que él se topaba con las “necedades criminales” que escribían ciertos lolitólogos (la última: que su padre había sido abusado en la infancia por su querido tío Ruka y de ahí le venía la pedofilia), pensaba que la memoria de su padre sólo descansaría en paz cuando se le garantizara que no quedaba más pasto para las fieras; es decir, cuando se destruyera todo lo que quedaba inédito, empezando por The Original of Laura. “¡Sacrilegio!”, aullaron los nabokovianos. Dimitri los ignoró nabokovianamente.
Hasta el accidente de 1980, Dimitri era cantante de ópera. Sus padres le habían sugerido que estudiara Derecho. El dinero de Lolita permitió que fuera a Harvard y después, cuando decidió dedicarse a la lírica, a los conservatorios de Milán y Reggio Emilia, donde en 1961 fue elegido mejor bajo en una competencia en la que un tal Luciano Pavarotti ganó como mejor tenor. Compartieron escenario haciendo La Bohème y nunca más volvieron a cruzarse. Pero, en los veinte años siguientes, la prensa italiana siguió de cerca la carrera de Dimitri como playboy y piloto de carreras amateur; hasta lo bautizó “Lolito”. En cuanto a la lírica, después de cantar el Réquiem de Verdi en Duluth (Minnesota), Dimitri “aceptó la invitación” de su padre para colaborar con él en la traducción al inglés de las novelas que Nabokov había escrito en ruso de joven. Cuando murió su padre, Dimitri siguió traduciendo por las suyas y amplió su área de influencia: con la caída de la URSS empezó a verter al ruso los libros que su padre había escrito en inglés y hasta se animó a traducir algunos al italiano (el sentimiento es correspondido: tanto en Rusia como en Italia lo adoran “como a un hijo adoptado” y le han pedido reiteradamente que deje Suiza y fije residencia con ellos).
Una polineuritis lo confinó a una silla de ruedas en el año 2000. Desde allí lidia, con saña y sorna, con los lolitólogos y los periodistas que dan noticias sobre Nabokov. A ambos dejó de una pieza cuando anunció que The Original of Laura se publicará el próximo 17 de noviembre (el anticipo exclusivo del libro lo dará Playboy en su número del mes que viene). Eso no es todo: el libro reproducirá en forma facsimilar las 138 fichas de Nabokov, una por página. Debajo de cada ficha se podrá leer la transcripción en letra de molde del texto manuscrito, acompañado de los comentarios de Dimitri. Existe un libro muy pero muy parecido: es una novela también, tiene un autor muerto que deja un libro escrito a mano, en fichas, y hay, como en Laura, un responsable de comentar las fichas, de aclarar al lector lo que no se entiende, de mantener la pureza del texto, pero a ese comentarista le importa muchísimo más ocupar el centro de la escena que darle ese lugar al texto que comenta. El libro se llama Pálido fuego y, como recordarán los memoriosos, su autor es Vladimir Nabokov.
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