CONTRATAPA

Facho con chispa

 Por Juan Forn

Jean Cocteau decía que Víctor Hugo era un loco que se creía Víctor Hugo. Cincuenta años después, con el atraso que la caracteriza, la revista Cabildo dijo que Borges era un actor que se creía Borges. Lo que dijo en realidad, desde las páginas de cultura de su edición de julio de 1981, era que Borges no existía: ése era el título de la nota (“Borges no existe”), firmada por un tal Dan Yellow, que sostenía que, a mediados de los años ’30, Leopoldo Marechal inventó un cacofónico seudónimo (Jorge Luis Borges) para los artículos que quería publicar sin su firma, que luego sumó a Mujica Lainez, a Bioy Casares y al oriental Wimpi a la diversión, que le crearon entre todos un pasado y una personalidad al personaje, y que “pasó lo mismo que con Frankenstein: el monstruo cobró vida propia y sobrepasó a sus creadores”. Razón por la cual no les quedó más remedio que contratar a un actor que encarnara al inexistente Borges: “Se encontró el candidato ideal, un tal Aquiles Scatamacchia. Se lo vistió adecuadamente, se le dieron dos o tres lecciones sobre urbanismo elemental (Scatamacchia mondaba con techito) y se lo lanzó a la vida pública”. Por ese motivo, concluía la nota, Borges nunca ganaría el Nobel, ya que la Academia Sueca estaba al tanto de la mascarada.

Insólitamente, la nota fue recogida por la corresponsalía de Le Monde en la Argentina y publicada en el diario francés, en un suelto sin firma, que fue reproducido días después por el semanario L’Express. Mientras tanto, en el número siguiente de Cabildo, el responsable de su página de cultura, Aníbal D’Angelo Rodríguez, confesaba a los lectores que tanto Dan Yellow como Aquiles Scatamacchia eran invenciones suyas, que todo se trataba de una evidente chacota y que lamentaba que, “mientras en Argentina pasan cosas trascendentales que apenas merecen comentario en esos medios”, su broma periodística hubiese originado una tormenta. “Si yo afirmara, por ejemplo, que Francia no existe y alguien se tomara esta afirmación mía tan en serio como la anterior, podría cundir el pánico”, seguía D’Angelo Rodríguez. “La Francia que conocí y amé parece haber sido sustituida por una mala comedia, representada por actores de segunda como Aquiles Scatamacchia.”

Este remate daba pie a que, en el número siguiente de Cabildo, el “auténtico” Aquiles Rosendo Scatamacchia asegurara por carta que el “inexistente” era D’Angelo Rodríguez y que él, en cambio, no sólo existía sino que no era ningún actor de segunda, puesto que, en 1936, la revista Caras y Caretas había publicado una foto suya anunciándolo como un nuevo valor que surgía, y en 1938 había hecho de segunda figura en la película La Virgencita de Madera, momento en el cual sacrificó su carrera para ser Borges. Para entonces, El País de Madrid también se había subido a la calesita: su corresponsal en Buenos Aires resumía todo lo ocurrido y entrevistaba a Borges, para saber qué pensaba del asunto. “Puede usted decir que no soy uruguayo ni actor, aunque no estoy seguro de existir”, contestaba Borges, además de comentar: “Hace poco los militares se enojaron con un actor que hace imitaciones mías por televisión. Yo le expresé inmediatamente mi solidaridad. La gente, por lo general, no tiene sentido del humor. Y mucho menos los militares”.

Todo esto ocurre, como dije, en 1981. Borges ya no es aquel que en 1976 saludó a la Junta Militar como un gobierno de caballeros, pero los de Cabildo no le hacen la joda por lo oportunista de ese viraje (mucho se dijo entonces acerca de dicho cambio: yo trabajaba de cadete en Emecé, la editorial que publicaba a Borges, y me acuerdo que el comentario general era que lo había hecho para ganar el Nobel). Ni tampoco es que lo castiguen por ponerse en la vereda de enfrente del gobierno militar, porque, al parecer, también Cabildo estaba en contra de la dictadura, según afirmó el propio D’Angelo Rodríguez en otra pieza de su autoría: “Cabildo siempre denunció la entrega del Proceso. Al punto de que fue la única publicación que se les animó a los militares, y por ello la clausuraron. En absoluto apoyamos a los masones del Proceso. Tenemos dos visiones del país totalmente distintas” (es decir, Videla, Massera & Cía no eran lo suficientemente ultracatólicos, nacionalistas y antisemitas para Cabildo).

Rememorando el episodio veinticinco años después en algunos blogs nacionalistas, D’Angelo Rodríguez se jacta de la chispa y picardía borgeanas de aquella travesura. La misma chispa y picardía exhibió por esa misma época en una carta enviada a Página/12, en respuesta a una nota de Sergio Kiernan sobre su ayuda a criminales de guerra nazis ingresados a la Argentina en 1947: “Querido Sergio: Muy entretenido tu artículo sobre la gente que mi madre y yo contribuimos a salvar. ¿Sabés qué pasa? Que no todos tenemos la suerte que tienen Uds. los zurdos, que pueden asesinar a cien millones de personas y no tener ni uno solo de los asesinos juzgados y condenados. Otra cosa, querido. Parece que te tocó en el trigémino lo de las narices ganchudas. Pero yo no tengo la culpa de lo que ves en el espejo al afeitarte. La culpa la tiene la endogamia que Uds. prolijamente practican y que es la responsable de que se consideren judíos. Yo tengo sangre italiana, española y croata, pero soy argentino. Vos y tus nenes, si los tenés, van a seguir considerándose judíos aunque pasen veinte generaciones”. Pocos meses después, comentando la aparición del suplemento adn, vuelven a brillar las dotes de D’Angelo Rodríguez: “El diario La Nación se ha desprendido del Cultural dominical que tenía una larga historia, no toda ella digna de crítica, optando ahora por una revista que acompaña la edición de los sábados. Quiera Dios que no haya nada simbólico en este paso del Día del Señor al Shabat...”.

Evidentemente, D’Angelo Rodríguez quiere que el zurdaje registre la chispa y la picardía que son capaces de tener las huestes nacionalistas ultracatólicas antisemitas. No le va muy bien con el zurdaje, pero entre algunos pibes despistados parece haberlo logrado. En mi último viaje a Buenos Aires pregunté en un kiosco de revistas si quedaba gente que compre Cabildo y el tipo me contestó, con la imperturbable cara de piedra de esos porteños que lo han visto todo y nada los sorprende: “Acá vienen pendejos que la piden creyendo que es la competencia de Barcelona, hasta que se avivan de que los de Cabildo la escriben en serio”.

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