Viernes, 26 de marzo de 2010 | Hoy
EL PAíS › OPINION
Por Martín Granovsky
Nadie cantó “Zamba de mi esperanza”, pero casi pasa. El hall del Ministerio de Trabajo estaba lleno. También el entrepiso, que balconeaba como el palco de un teatro. Los empleados del ministerio habían tenido la idea de poner una placa en el hall del edificio de Leandro Alem y Viamonte y ahí estaba, colocada bien alta sobre una pared.
Dice el texto: “En memoria de los miles de trabajadoras y trabajadores que por su lucha en defensa de la democracia, los derechos humanos y la justicia social fueron privados de su libertad y asesinados por la dictadura militar implantada el 24 de marzo de 1976”. Y abajo la fecha: “24 de marzo de 2010”.
Habló Pedro Wasiejko, secretario adjunto de la Central de Trabajadores Argentinos. Dijo que los más perjudicados por la dictadura fueron los trabajadores, “doblemente”. Primero porque la represión golpeó más sobre ellos. Y luego porque, según aseguró el dirigente de los trabajadores del Neumático, “se perdió un mínimo de 800 mil puestos de trabajo y se alejó lo que antes parecía un valor eterno de la Argentina, que era el pleno empleo”.
Es nítida la cifra sobre los más castigados. El Programa de Investigaciones sobre Conflicto Social de la Facultad de Ciencias Sociales de la UBA, que dirige Inés Izaguirre, tomó una muestra estadística de los desaparecidos, dejó a un lado para el análisis a los estudiantes, las amas de casa y los jubilados y examinó la inserción ocupacional del resto. Sobre un universo de 100, el 50,8 por ciento eran obreros industriales y de servicios, urbanos y rurales y el 21,4 por ciento, asalariados de servicios urbanos calificados y técnicos. Un total de 72,2 por ciento.
Cuando en el hall habló Hugo Moyano, secretario general de la Confederación General del Trabajo, pareció aludir al ex presidente Eduardo Duhalde, que el martes 23 de marzo se mostró fatigado por los juicios a represores. Moyano recomendó “no olvidar, sino todo lo contrario”, “porque la dictadura atacó al mismo tiempo la democracia, los derechos laborales y la justicia social”.
El ministro Carlos Tomada dijo que la dictadura cargó contra “los trabajadores, los delegados, los sindicatos, las organizaciones y las instituciones laborales colectivas, y suprimió el derecho de huelga y la negociación”.
Tomada fue quien contó que la iniciativa de la placa había surgido de los propios trabajadores del ministerio. Fueron ellos, también, quienes al investigar el tema y buscar documentación se encontraron con que, durante la dictadura, “Zamba de mi esperanza” había estado prohibida.
“Como si hubieran querido prohibir también la esperanza”, dijo Tomada.
En uno de sus últimos programas Cómo hice, sobre canciones famosas en el Canal Encuentro, el ex Almendra Emilio del Guercio eligió la historia de esa zamba que en una época era el primer rasgueo que se aprendía al empezar guitarra. Fue Yamila Cafrune, la hija de Jorge Cafrune, quien recordó que estaba prohibida. La escribió el mendocino Luis Profili y la registró a nombre de Luis Morales. Prohibida y todo, Cafrune la cantó en Cosquín. “Aunque no está en el repertorio autorizado, si mi pueblo me lo pide la voy a cantar”, dijo Cafrune. Terminaba enero de 1978. Pocos días después comenzó un viaje a Yapeyú para rendir homenaje a San Martín por los 200 años de su nacimiento. Iba a caballo, pero no llegó. Lo atropelló una camioneta el 1º de febrero de 1978. Y se murió. O lo mataron.
Tomada dijo que todos los empleados del ministerio participaron de la iniciativa, pero que “el impulso de la placa lo dieron sin duda los trabajadores más jóvenes”. A los del grupo Menos 30 no les cabía la sonrisa en la cara. Y a los demás tampoco.
Debe ser por eso que casi pasa que se canta.
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