Lunes, 21 de junio de 2010 | Hoy
CONTRATAPA › LA PATRIA TRANSPIRADA. SUDáFRICA 2010
Por Juan Sasturain
Enviado espacial a su casa
Para algunos cínicos –parafraseando con humor a Von Clausevitz– la guerra es apenas el fútbol por otros medios. ¿O era al revés? No importa. Se sabe –dicen, y exageran– que los países, la división política de los pueblos, es hoy sólo la expansión de sus estadios, o poco menos. Dan el ejemplo memorable de Area 18, la gloriosa novela del Negro Fontanarrosa, y la toman como texto más anticipatorio que paródico. Se pasan de rosca, claro. Sin embargo, en días en que, como hoy, se cruzan o superponen la celebración de un embanderado día patrio con la contienda futbolera universal, la cuestión se reaviva, y muestra aspectos de llamativa ambigüedad que acaso valga la pena intentar descular.
En principio, resulta raro que no nos extrañe que del mismo modo que hay símbolos patrios, haya símbolos futboleros. O, mejor: a la inversa. Los equipos de fútbol, los clubes –Boca, Manchester United, Galatasaray, quiero decir–, al institucionalizarse copian a las naciones y (al menos en la Argentina, modelo cercano) lo primero que hacen es plasmar esa identidad en símbolos: un escudito y una bandera, para no hablar del himno del club, el colmo de la formalidad institucional, emblema musical muchas veces desconocido.
Sin embargo, la génesis, el proceso que lleva a armar este breve y contundente repertorio simbólico patriótico/futbolero es diferente y tiene que ver con la ubicación de la bandera: al principio o al final. Para no hablar de lo que pasa cuando –doble vuelta de tuerca– la Patria se constituye en equipo y se pone la camiseta, como sucede esplendorosamente en un Mundial.
Ya hemos explicado o descripto alguna vez que para la Patria –Belgranos mediantes– lo primero son los colores plasmados en la bandera. En el fútbol, a la inversa, en el principio los colores están en la camiseta, esa parte del uniforme deportivo en la que se concentra la identidad. Por eso, en el (club de) fútbol, la camiseta es lo que la bandera a la patria: el emblema madre. Cuando nada queda, sólo queda eso.
¿Qué pasa cuando la nación, que no es un club pero tiene bandera, escudo e himno, se propone como Patria y se “baja” a competir como si fuera un equipo, es decir, se pone una camiseta: el equipo Patria “saca” los colores de la bandera, realiza la operación inversa a la del club. Y no es un gesto especular, el proceso no es reversible.
Quiero decir: no admite una lectura lineal. Porque el tipo de pertenencia es diferente. Uno elige ser hincha de un club, de una camiseta, y esa elección es saludablemente arbitraria e inmotivada. Es una identidad construida, personal –disfrutada y padecida–, más allá de compulsiones barriales o familiares.
Por el contrario, y aunque resulte sospechoso al buen sentido, no es tan simple ni espontáneo ser “hincha” de la Selección –de los colores de la Patria bajados a una camiseta–, ya que las compulsiones e imperativos de adhesión son múltiples y polisémicos, ambiguos, entreverados de intereses y riesgos (ciertos o figurados) de repugnante manipulación.
Si eso es detectable en los hinchas, en nosotros, quiero decir, por qué no va a ser –más alevosamente aún– una cuestión que se plantee entre los mismos jugadores. Quiero decir: la competencia internacional tal como se da en la actualidad y se exaspera en todos sus aspectos durante un Mundial como éste, en el caso de los jugadores de élite –y de algún modo la mayoría de los participantes lo son–, tiende en algunos casos estelares a operar, paradójicamente, como lavandera magistral de banderas.
Sobre todo porque al indudable tironeo desparejo de pertenencias entre club propio y selección del país (por el diferente peso específico que tienen hoy los grandes equipos de liga del mundo respecto de la mayoría de las selecciones nacionales) se suma un tercer factor, absolutamente determinante: los sponsors y las marcas dominantes.
Porque es una realidad pavorosa de estos tiempos que en las camisetas de todos los países del mundo se pueden perder y desdibujar los escudos y los colores más o manos patrios, pero nunca las marcas que manejan (los intereses de) los jugadores y el tremendo negocio futbolero.
La globalización mercantil, lavandera de banderas, vendedora de humo tan bien empaquetado, sobrevuela como un ominosa sombra todo lo que –todavía y a su pesar– el juego esporádicamente ilumina. Vamos, Argentina, por mantener esas luces encendidas.
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