Domingo, 8 de julio de 2012 | Hoy
Por Juan Gelman
La noticia se conoció el miércoles pasado: Al Jazeera difundió los resultados de la investigación científica que durante nueve meses llevó a cabo (www.aljazeera.com, 4-7-12). Su resultado: el dirigente palestino Yasser Arafat, presidente de la Autoridad Palestina, falleció envenenado por una dosis de polonio 210, una rara sustancia radiactiva de la que sólo se obtienen cien gramos por año para fines técnico-industriales y que requiere la posesión de reactores nucleares de vanguardia (www.iaea.org). Sólo un Estado-nación no precisamente fallido puede producirlo. El análisis de la ropa interior y hospitalaria que usó Arafat, celosamente custodiada por su viuda, reveló que conservaba un alto grado de polonio 210, “sorprendente” para los expertos del Instituto de Radiofísica de Lausana (Reuters, 2-7-12)
Arafat tenía 75 años, llevaba tres viviendo en su reducto de la Mukata –una ex cárcel británica en Cisjordania– rodeado por tropas israelíes y bombardeado con frecuencia por la aviación de Israel. Así murieron diecinueve palestinos en el 2002 (//articles.cnn.com, 4-6-02) –un ejemplo–, pero Arafat, no. En las últimas semanas de ese encierro, su salud comenzó a deteriorarse y fue internado en un hospital francés donde murió el 11 de noviembre del 2004. Los médicos que lo atendieron sólo registraron los síntomas de la enfermedad, pero no pudieron hacer un diagnóstico. Comenzaron las especulaciones y no faltó el periodista que afirmó que se trataba de sida, contraído por Arafat porque solía acostarse con sus guardaespaldas (//frum.nationalreview.com,
19-7-07). Se llama David Frum y es miembro de la junta directiva de la Coalición Republicana Judía (www.rjchq.org, 3-4-10).
Líder indiscutido del pueblo palestino y reconocido a nivel mundial, sin heredero político de su estatura, convertido en símbolo de la lucha por la autodeterminación, sobreviviente de no pocos atentados, la mera existencia de Arafat era un desafío para Israel. Tenía otro “inconveniente” para el Estado sionista: su laicismo. Israel alentó la formación de grupos religiosos como Hamas para dividir a la Organización de Liberación de Palestina (www.theamericanconservative.com, 12-2-07). A Jerusalén le resultaba difícil presentar a Arafat como un jihadista islámico extremista. Aunque no se puede afirmar que Israel estuvo detrás de su envenenamiento, hay otros elementos políticos y fácticos que inclinan a pensarlo.
El periodista israelí Uri Dan, confidente y colaborador del ex primer ministro Ariel Sharon, presenta en su libro Ariel Sharon: An Intimate Portrait (Palgrave Macmillan, Nueva York, 2006) algunos indicios no desdeñables. Dan le había sugerido al premier que capturara al líder palestino y lo procesara en Jerusalén, como a Eichmann, pero Sharon le aseguró “que estaba abordando el problema de otra manera” (www.haaretz.com, 15-2-07). El propio Sharon declaró públicamente, siete meses antes del deceso del líder palestino, que se desligaba de la promesa hecha al presidente W. Bush de “no dañar a Arafat, la señal más fuerte de que Israel podría atacar al inquieto líder palestino” (www.usatoday.com, 23-4-04). Y así fue.
Es la segunda vez que el polonio 210 aparece como protagonista de hechos oscuros. La primera le tocó en Londres al ex agente de la KGB rusa Alexander Litvinenko, que acusó al Kremlin mientras agonizaba. Pero las ejecuciones extrajudiciales son costumbre de Israel. Se atribuyó al Mossad, equivalente israelí de la CIA, el asesinato en Bruselas del ingeniero canadiense Gerald Bull, que había trabajado para Saddam Hussein en el Proyecto Babilonia de construcción de armas capaces de alcanzar el territorio de Israel. El hecho se produjo en marzo de 1990 (www.independent.ie, 20-2-10) y fue a balazo limpio.
Los hechos, no las suposiciones, acreditan la participación del Mossad en el fallido intento de envenenar al dirigente de Hamas Khalid Mashaal, el 25 de diciembre del 1997. El suceso apareció en los medios y el periodista Paul McGeough lo narró con detalle en su libro Kill Khalid: The Failed Mossad Assassination of Khalid Mashaal and the Rise of Hamas (The New Press, Nueva York, 2009). El episodio parece una mala película de Hollywood.
Dos agentes del Mossad esperan la llegada de Mashaal a su oficina en Ammán y uno de ellos, ubicado detrás del blanco, le inyecta una sustancia venenosa en el oído izquierdo. No puede hacerlo por completo dado que el chofer del agredido golpea la mano del agente con un periódico. El agente sale huyendo, un guardia de seguridad lo persigue, no puede detenerlo, pero anota el número de la placa del automóvil en el que se escapa con su compañero, avisa a la policía y ambos son detenidos. El rey Hussein de Jordania exige al primer ministro israelí Benjamin Netanyahu el inmediato envío de un antídoto, éste se niega, pero Bill Clinton lo presiona y nada menos que el jefe del Mossad, Dani Yatom, lleva el antídoto a Ammán. Mashaal salva la vida y el rey libera a los dos agentes a cambio de la libertad de Ahmed Yasin, fundador y líder moral de Hamas, que cumplía una condena a prisión perpetua en una cárcel israelí.
A diferencia del tío de Hamlet, que inyectó veneno en un oído de su hermano, el rey padre del príncipe, y se quedó con su reino y con la reina, el Mossad en este caso fracasó.
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