Miércoles, 31 de diciembre de 2014 | Hoy
Por Mempo Giardinelli
Sería a todas luces preferible no tener que referirse a un candidato presidencial opositor que hasta parece contar –por momentos– con cierto beneplácito de muchos kirchneristas que inconscientemente lo ven, seguro que por sus pocas luces, como el candidato ideal para enfrentar dentro de diez meses. Allá ellos, y allá también los muchos argentinos/as que ya tienen decidido votarlo y de hecho lo sostienen como alcalde de la capital de la república. Pero hay límites, o, dicho de otro modo, hay dislates, torpezas o provocaciones (o como se las quiera llamar) que no se pueden dejar pasar en silencio.
Por caso, la infeliz expresión despectiva acerca del supuesto (por él) “curro de los derechos humanos”. Que esta semana que pasó completó al insistir con otra variante: que “los derechos humanos no pueden servir para el revanchismo”, y que “lo que ahora debe importarnos son los derechos humanos del siglo XXI”.
No son errores políticos de este sujeto, ni frases desafortunadas de ocasión. Son la pura y profunda expresión de una ideología miserable que, por fortuna, la democracia ha sabido aplastar con memoria y verdad, y con leyes y justicia, y también con una educación ejemplar en la materia, tanto a las generaciones de chicos que cursaron y cursan las escuelas argentinas (especialmente las públicas) como al mundo entero que ha sabido mirar éste, que es el mejor espejo de la Argentina, el más noble, el más humanista, el más enorgullecedor de nuestro pueblo.
Cuesta no proferir palabras groseras hacia este candidato que podría llegar –Dios no lo quiera– a la Presidencia de la República. Tiene para ello un lobby gigantesco detrás, empresarial, bancario y sobre todo periodístico, además de la siempre argentina pobre inocencia de la gente, que es una marca nacional como lo es el cretinismo contumaz de los sectores más poderosos, ricos y abusivos de esta compleja sociedad nuestra.
Cuesta mantenerse frío y sereno cuando este personaje, uno de los poderosos de este país, es capaz de proferir, 31 años después de la mayor tragedia de nuestra historia, semejantes barbaridades. Porque eso son, barbaridades, o sea dichos o hechos necios e imprudentes. Tanto como algunos otros que componen su currículum, y sobre todo ilustran acerca de sus cualidades morales. Por caso, cuando a fines de los ’80, en Morón, el entonces intendente Juan Carlos Rousselot intentó aquel gigantesco negociado con la construcción de cloacas que le costó la carrera política: hay muchas fotos en la web que muestran que quien firmaba el convenio por la parte empresaria era este mismo entonces joven “empresario”.
Luego fue también procesado por contrabando y cobro de reintegros por exportaciones e importaciones de autopartes al Uruguay, como informó el diario La Nación en amplia nota del viernes 23 de febrero de 2001. Claro que después fue absuelto, en 2003, por la Corte Suprema de “mayoría automática” instalada por el menemismo, absolución que fue uno de los motivos para la destitución del ministro Luis Moliné O’Connor. Y causa tan compleja, se diría, que en 2006 el juez que la había llevado, Carlos Liporace, renunció para evitar su inminente juicio político.
Más recientemente, en 2009 y ya como jefe de Gobierno porteño, este hombre fue nuevamente procesado, ahora como cabeza de una organización o red montada para espiar a políticos y empresarios, causa que sigue abierta.
Bueno, éste es el candidato que dice que la lucha y los logros de las Madres y las Abuelas de Plaza de Mayo, y de todos los organismos de derechos humanos, son “un curro” y “no sirven para la justicia sino para el revanchismo” (cuando jamás hubo un hecho de venganza o de violencia contra genocidas, asesinos y apropiadores de niños, todos los cuales han tenido y tienen todas las garantías legales que ellos negaron a sus víctimas).
Y es el mismo que declara, seguro que sin pensarlo, que lo que importa “son los derechos humanos del siglo XXI”, lo cual él mismo niega sistemáticamente al negar derechos a vivienda y subejecutar partidas para asistencia social, salud y cultura.
Difícil saber si también en este caso por sus frutos los conoceremos. Pero por sus barbaridades, seguro que sí.
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