Viernes, 15 de julio de 2016 | Hoy
Por Hugo Soriani
Murió ayer a los noventa y un años en Lanús, su país más que su barrio.
Walter Gessaga tenía la chuequera, la pinta y hasta el nombre y apellido del wing derecho que fue, en el Lanús de sus amores.
Su otro amor fue Yeye, compañera de toda la vida, con quien tuvo dos hijos, Jorge y Silvia.
Con Jorge compartimos nueve años de cárcel, y fue en ese paisaje desolado que conocí a Walter y Yeye, porque es imposible separar en vida a uno de otro.
Los dos caminaron junto a mis padres todos los pasillos de las cárceles que compartí con Jorge. No fueron pocas. El Penal Militar de Magdalena, la temible Unidad 1 de Caseros, el célebre Penal de Rawson y el clásico de Villa Devoto, para volver de nuevo a Rawson cuando casi terminaba la dictadura.
De ahí salimos en libertad la madrugada del 3 de diciembre de 1983.
Jorge llamó a su casa anunciando nuestra liberación, y como en la mía no había teléfono, Walter y Yeye decidieron subirse a su auto esa misma madrugada para avisarles a mis padres la buena noticia. A pesar de que lo habían recorrido mil veces, ese camino de Lanús a Almagro se les hizo interminable. La emoción los perdía y paraban a cada rato para volver a orientarse. En esos años no existía la vocecita que ahora advierte “recalculando”.
Cuando llegaron, mis padres dormían ayudados por una pastilla y no oyeron el timbre que sonaba en la madrugada.
Mi papá se levantó a las seis y vio una nota que se había colado por debajo de la puerta junto a los diarios. La nota decía “salieron los muchachos, un abrazo fuerte, Walter y Yeye”. Esa nota, enmarcada, se luce todavía hoy en el living de la casa de mamá.
Walter nunca fue un militante político. Fue un laburante al que la dictadura le robó un hijo diez años, y eso lo convenció de todo lo que ya intuía. Su experiencia de barrio, de trabajador, de vecino solidario, de buena gente, lo puso siempre del lado de los que menos tienen.
No faltó a ninguna visita. Y cuando Jorge salió en libertad y se fue a vivir a la casa que Walter le había construido ladrillo a ladrillo, siguió visitando a los que quedaban adentro con la misma frecuencia de antes.
Su compromiso fue con todos: llevó ropa, libros, comida, abrazos y compañía. Los presos políticos lo veían llegar y lo recibían como el padre que de cada uno era.
Firmó petitorios, caminó mil marchas, discutió con generales de escritorio, enfrentó penitenciarios, soportó requisas vejatorias, visitó organismos de derechos humanos, ayudó a fundar otros y no dejó de reclamar nunca hasta que salió liberada la última presa política de la dictadura, Lily Nava de Cuesta.
Walter Gessaga, piernas chuecas y ojos de galán, wing derecho de Lanús, albañil aficionado, papá de todos, te doy mi último abrazo y te prometo gritar los goles del Granate como si fueran los de mi River. Al barrio no puede faltarle tu garganta.
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