Jueves, 22 de junio de 2006 | Hoy
Por Osvaldo Bayer
Desde Alemania
Null zu null, cero a cero. En alemán. Pero también en argentino y en holandés. Sí, jugaron bien, pero nada más. No jugaron para ganar, sino para no perder. De cualquier manera, un juego de calidad. Buenos jugadores. Pero ahí se quedó la pelota. Buenos los veintidós, alguna jugada brillante. Rutina bien hecha. Pero es como si hubieran jugado un “amistoso”. Claro, a ninguno de los dos seleccionados le hubiera gustado perder. Un gol hubiera dramatizado un poco el juego. Técnica, sí. Pero un no rotundo a la emoción. Null zu null, como dijo al pasar un cronista alemán con ironía. No tanto. El resultado sí, pero hubo hasta cierta belleza en algunas jugadas. Esperemos más. El cero a cero está bien una vez, pero que no se repita. Porque si no vamos a terminar todos en el voto de castidad. Falta un poquito más de calentura. O como decía don Atahualpa Yupanqui cuando probaba el locro que le ofrecían: “Un poquito más de picantito, un poquito más de picantito”.
Pero la noticia de “Bruno”, el oso bandido que recorre Alemania dejando sus huellas sin que nadie pueda localizarlo, sigue superando al fútbol. Ya hay mucho nerviosismo. Sobre todo porque hay un plazo y si no se lo caza o adormece antes, a partir del sábado el oso vagabundo podrá ser muerto por quien lo descubra. Los cuidadores “del orden” están más que deprimidos. No hay alarmas ni detectores que puedan localizar a este viajero. Lo único que falta ahora es que se aparezca en pareja y abandone su rapidez de ubicuidad de puro enamorado. Ya hay unos cuantos que hemos prometido que, de encontrarlo frente a frente en la calle, lo vamos a aplaudir y esconder en el cuarto de la computadora.
La otra noticia que tiene muy ocupados a los alemanes –desde filósofos a sociólogos, pasando por hombres del Derecho y la Justicia– es un insólito episodio ocurrido en el Mundial. A ocho hinchas, los guardianes de un estadio mundialista los obligaron a quitarse los pantalones, prendas que les fueron requisadas, y los imputados tuvieron que ver el partido en calzoncillos porque en sus pantalones de cuero llevaban una propaganda impresa de cerveza que no era la marca que pagó por la exclusividad en esa cancha. El hecho ha encendido discusiones muy agitadas, más desde que la televisión mostró a un espectador en calzoncillos. ¿No es una falta a la dignidad humana en nombre de intereses comerciales?, se preguntan sesudos docentes de las ciencias de la educación. ¿Los guardianes tienen suficiente poder legal como para bajarles los pantalones a otros seres humanos? Los custodios se defienden diciendo que ellos sólo les negaron la entrada y que fueron los hinchas los que ofrecieron sacarse los pantalones para poder entrar igual a ver el partido. Y que ellos aceptaron porque así quedaba anulada la falta de respeto al contrato con la firma que había pagado la exclusividad. Se nota, por la discusión que ha comenzado, que esta problemática va a ocupar como tema a cátedras universitarias de Etica y a especialistas del Derecho. Hasta los contratos universitarios hacen ya variar los conceptos de respeto a las normas sociales. Lo único que ahora falta es que a los hinchas en calzoncillos se los acuse de exhibicionismo en lugares no habilitados.
Pero no son los únicos problemas que tienen que enfrentar los miembros de esta civilización tan afinada en sus detalles. Otra noticia ocupó los comentarios periodísticos: una pareja de fanáticos belgas dejó su coche en una calle cercana al estadio de Gelsenkirchen. Y para orientarse después, cuando regresaran al lugar donde estacionaron su vehículo, anotaron lo que creían era el nombre de una calle. Cuando volvieron, y dieron con la calle con el mismo cartel, no encontraron el auto. Fueron a la policía y mostraron el papel con el nombre que habían escrito. Pero la policía, con cierto desprecio, les señaló que lo que habían anotado era, en alemán: Einbahnstrasse, es decir “Mano única”, y no el nombre de la calle. Apartir de ese momento hubo un gran operativo de automóviles policiales que revisaron todas las calles de mano única. Cinco horas después, el operativo había sido un éxito. Entre cientos de coches extranjeros venidos al campeonato mundial de fútbol desde el exterior, se había logrado localizar el auto perdido en una calle “de mano única”. Un alto funcionario policial, un tanto deprimido, señaló que la próxima vez los visitantes tendrían que asistir a cursos rápidos de idioma y no aparecerse sin conocer las palabras básicas para conducirse públicamente. O si no, elegir alguna forma más perceptible para llamar a las calles: como cambiar su nombre por productos conocidos. Así las comunas cobrarían derechos y todos nos sentiríamos felices de vivir en la calle “Mercedes Benz” o en la avenida “Coca Cola”.
Fantasías de un sistema publicitario que va cooptando cada vez más espacios. ¿Se llegarán a alquilar o a vender las mentes? ¿Los pizarrones de las escuelas? ¿Las lápidas de las tumbas? ¿La entrada al paraíso? Bueno, no exageremos. Conformémonos con que no nos quiten los pantalones en los aeropuertos por no ser de una determinada marca.
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