Sábado, 15 de julio de 2006 | Hoy
Por Osvaldo Bayer
Pese a los reveses constantes de la humanidad, hay seres que no se rinden y siguen la búsqueda. El espanto vivo en los acontecimientos de Palestina y Líbano, el anuncio de Estados Unidos de que votó 80 millones de dólares para ayudar a los anticastristas para voltear a Castro, el aislacionismo de los mellizos Kaczynski en Polonia, gobernantes ultracatólicos y nacionalistas, la continuación indefinida del drama diario de Irak y Afganistán... para hablar apenas de los grandes titulares de los diarios. Pero... siempre ese pero que nos hace sonreír. Sí, el documento profundo y sabio de la Iglesia Evangélica Alemana donde se dicen las cosas por su nombre: “El hambre es un escándalo”. Por fin una iglesia toma el camino que le corresponde. En vez de hablarnos de cielos e infiernos y de otras vidas, ese documento nos habla del hambre, de la pobreza en este mundo. Y toma como referencia a su propio país, Alemania, una de las naciones mejor organizadas del mundo y sin embargo con eso tan típico del capitalismo: desocupación y pobreza que significan falta de igualdad de posibilidades.
La iglesia protestante, la más grande de Alemania, llama nada menos que “escándalo” a la pobreza en la “rica Alemania”. Pero no se quedan con la acusación, promueven soluciones, que por lo menos sirvan para la búsqueda de una sociedad con justicia y con dignidad. Es necesario transferir, y no mirar como producto de una nación libre que los poderosos tengan cada vez más poder económico –y como consecuencia, poder político– y los que tienen menos cada vez más se debatan entre los marginados. Eso no es democracia. La fórmula racional se llama seguridad material básica. Pero se remarca que el apoyo material solidario y un mercado de trabajo asegurado por el Estado no alcanzan para proteger a una sociedad de la pobreza. Más que nunca es determinante una ayuda activa y en especial posibilidades educativas útiles para incorporar a las personas que lo necesiten. Justicia en la participación, es el lema clave.
Y el documento repite con fuerza y autoridad: “Sin la justa repartición de los bienes materiales no existe la igualdad de posibilidades”. Con esto se entierra el fácil principio de: “una sociedad es justa cuando todos tienen las mismas posibilidades”. No, además de las mismas posibilidades la sociedad debe aplicar los principios de la justa repartición. O regulación.
La sociedad es democrática cuando todos tienen la posibilidad de vivir en dignidad. El nivel de transferencia del rendimiento tiene que ser constantemente examinado y ajustado al desarrollo general. Y asegurar los sistemas de seguridad social mediante los impuestos.
La desocupación es para este documento de los cristianos luteranos la causa principal de la pobreza y de la marginación social. Y el mejor método de llevar adelante una sociedad es mediante la educación y el perfeccionamiento. Hay que eliminar de todo sistema educativo las estructuras selectivas que hacen que el éxito en la vida de un niño y de un estudiante dependan de su origen social y no de sus propias capacidades. Por eso son primordiales para el futuro de una sociedad los jardines infantiles gratuitos, a partir del segundo año de vida. Además, la meta de toda democracia debe ser tratar de reducir en todo lo posible, al máximo, al sector de los jornales bajos.
Toda sociedad activa debe ser capaz de superar la pobreza. Y para ello debe asegurar en su constitución y en su vida diaria “el deber social de la propiedad”. Y a continuación se señala algo para pensar con toda profundidad: “no puede ser separado el tema pobreza del tema riqueza”. Si hay pobres es porque en la sociedad una parte goza de riquezas desmedidas y fuera de toda ética.
Sociedad que tiene una parte de conciudadanos que no llegan a satisfacer sus necesidades mínimas es una sociedad inmoral. El mismo calificativorecibe el gobernante que nada hace por igualar las posibilidades. El documento que analizamos dice claramente: “con el estómago vacío no se aprende”. Es decir, que la sociedad misma está implementando un régimen que lleva a la violencia. Pobreza significa además no participación, aislamiento. Y una sociedad, con parte de su población que se aísla y no participa no puede autotitularse democrática. Hay que educar principalmente para que no haya pobreza. Y si hay pobreza hay que implementar la sociedad para terminar con ese estado. Claro, todo eso puede lograrse con dos principios fundamentales de una verdadera sociedad democrática: Solidaridad y Libertad, con mayúscula. Tienen que ser las dos caras de una misma medalla. Los dos principios fundamentales de un desarrollo económico, social y también cultural. La capacidad de un ser humano para crear riqueza no debe ir en beneficio propio más allá de su bienestar, sino que debe utilizar esa capacidad también para los demás, es decir, para la felicidad general. Lo demás es delinquir contra su propia sociedad. En la educación debe estar contenido el principio de compartir, ayudar, terminar con las violencias. Nuestros héroes tienen que ser no los que marcaron fronteras sino los que terminaron con las fronteras, no los que quitaron la tierra sino aquellos que lucharon para que la tierra sirviera a la comunidad, los que dieron su vida para mejorar las condiciones de trabajo. Participar, es la palabra de la democracia, dar la posibilidad de participar. Por eso, no rotundo a la desocupación. No regirse por la oferta y la demanda sino por las necesidades de la dignidad y del cuidado de la naturaleza.
Todas estas son palabras del vocabulario humano, es decir, existen: solidaridad, ética, diálogo, responsabilidad propia. No pertenecen ni a la ilusión ni al concepto de utopía. La educación debe significar integración. No a las diferencias religiosas, no al racismo, no a la violencia. El No a la violencia tiene que empezar por la familia. La familia debe ser la semilla de la sociedad futura. Por eso, atender al niño. Es decir, ir formando un nuevo mundo. No hay otra manera.
Además, el programa político del futuro en toda democracia debe estar basado en una línea de engranaje entre las políticas social, educativa y de mercado de trabajo. Sólo un engranaje integrativo así puede ir traduciendo la complejidad de los déficit de justicia, con la meta de la participación total en la sociedad. Principalmente hay que salir al encuentro de la integración de todos aquellos trabajadores desocupados desde hace mucho tiempo. Señala el documento que no hay otro camino que pensar sobre la base del principio de justicia para todos, en lo social y en lo económico.
Finaliza el documento señalando que los cristianos así como la Iglesia y la Diaconía –como instituciones– tienen el especial deber de luchar contra la pobreza. Allí tienen que concentrarse. Una Iglesia sin sentido de justicia no es la iglesia de Cristo. La aceptación de la pobreza en la sociedad significa un fracaso tanto social como individual a los mandamientos de la religión. Nuestra sociedad dispone de una magnitud de resortes –como nunca en la historia de la humanidad– y por eso no hay lugar para disculpas de no participar y superar la realidad de la pobreza. Ha llegado el tiempo de abrir los brazos. Es el único futuro.
Llama la atención este decidido lenguaje, principalmente enfocado al sistema que ha creado en el mundo la pobreza. Y con la pobreza, la violencia. El documento, que pronto va a salir en forma de libro, no está firmado por pastores o autoridades internas de la iglesia sino por conocidos políticos, economistas y sindicalistas así como juristas y estudiosos de la ética social que conforman la Cámara para el Orden Social. Su presidente es el economista Gert G. Wagner, del Instituto Alemán para la Investigacion Económica (DIW). Este documento nos hace pensar que, pese a la violencia que domina al mundo, el ser humano no se rinde. Busca una salida. En momentos en que se bombardean ciudades o se destruyen a cañonazos puentes y aeropuertos, sale este documento que establece que la única salida es el pensamiento de solidaridad entre los habitantes del planeta.
Este manifiesto es una búsqueda más, pero en la que está comprometida una de las iglesias cristianas que se independizó hace muchos siglos de Roma. Mientras el papa Ratzinger, en Valencia, se dedicaba a proclamar su negación contra el matrimonio de los homosexuales, los luteranos toman la sartén por el mango y reanudan una vez más el problema básico de la humanidad: la búsqueda del sistema que termine con la injusticia y la violencia social.
Lo que más ha sorprendido es el lenguaje casi cándido que emplearon los científicos que lo produjeron. Es que la solución no está en los términos academicistas ni en las engoladas interpretaciones economicistas o filosóficas. Está en esto: al pan, pan; y al vino, vino. Ni promesas caudillescas ni candidaturas que siembran el miedo para aparecer como protectores.
Este documento en Alemania, justo en el momento en que se encuentran Bush y la primera ministra Angela Merkel a comer un asado de chancho salvaje, ha causado mucho interés en círculos políticos y gremiales. Es que ni las bombas ni los cañonazos no van a llenar jamás los estómagos vacíos de los niños que padecen hambre.
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