Por segundo día consecutivo, la ciudad brasileña de San Pablo quedó el jueves paralizada tras una violenta noche con decenas de atentados, que se saldaron con siete muertos y medio centenar de autobuses incendiados (siete desde el comienzo de los incidentes). La gigantesca ciudad brasileña –la mayor de América latina y capital financiera y económica del continente– vive desde la noche del martes una ola de ataques perpetrados por el llamado Primer Comando de la Capital (PCC), un grupo mafioso de presos que el pasado mayo provocó una serie de ataques que causaron 133 muertos, entre policías, civiles y delincuentes, según datos oficiales.

El nuevo estallido de violencia dejó sin transporte público a unos tres millones de usuarios. La ausencia de autobuses en una ciudad de 20 millones de habitantes –11 millones en la capital y 9 millones en su área metropolitana– creó un verdadero caos. El metro, que sí funcionó, no fue capaz de resolver el problema. El jueves circuló sólo un 15 por ciento de los autobuses, protegidos en su interior por policías militares vestidos de paisano. El miedo era tal que hasta las misas por las víctimas del terror, en su mayoría guardias de prisión o policías civiles y militares, estaban desiertas.

* De El País de Madrid. Especial para Página/12.