Viernes, 5 de septiembre de 2014 | Hoy
CULTURA › A LOS 55 AÑOS, MURIO GUSTAVO CERATI, ARTISTA INELUDIBLE DEL ROCK EN LA ARGENTINA
El doloroso proceso iniciado con el ACV de mayo de 2010 terminó ayer: el ex líder de Soda Stereo falleció por un paro cardiorrespiratorio. La multiplicación de reacciones aquí y en Latinoamérica son reflejo de la huella que deja un músico que hizo historia.
Por Luis Paz
Gustavo Cerati falleció ayer por la mañana en la clínica Alcla, a casi 18.500 kilómetros de Japón. Alguna vez, el músico que impuso una nueva forma de modernidad en la Argentina anticipó que su muerte ocurriría en esa isla asiática. Era, según contó en una entrevista con la edición local de la revista Rolling Stone, su “único sueño de grandeza”. En él, Cerati daba un gran concierto para el público nipón a sabiendas de que sería el último. Por eso, intentaba “un solo de guitarra increíble”, y lo lograba. Como cada vez. Luego simplemente caía dentro de un cajón, acomodaba la tapa y juntaba sus párpados. Desde ayer, su cuerpo permanecerá en Buenos Aires, a treinta horas vuelo de Japón, pero sus más de treinta ediciones oficiales, entre CD y DVD, podrían hilar un solo eterno que cubra todo el viaje. Situaciones como ésta, que desnudan el caudal de su obra, aparecen hoy entremezcladas con el dolor de su familia, sus amigos y sus fanáticos y con el de todo el ambiente artístico latinoamericano, cuando se hace el intento de abrir las ventanas de la angustia y de la añoranza. El llanto es público y privado, aunque en ese campo no haya más por hacer que solidarizarse con sus afectos. Desde la obra pública de Gustavo Adrián Cerati Clark, que falleció a unos jóvenes y flamantes 55 años (cumplidos hace tres semanas), se puede apenas intentar abrazar aquello que el ex Soda Stereo dejó aquí y para todos: una música osada, inteligente y conmovedora que abrió las fronteras de la música nacional para siempre. Al cierre de esta edición, una multitud empezaba a desfilar por la Legislatura de Buenos Aires, donde sus restos eran velados hasta el funeral de hoy; el Gobierno nacional dictó un decreto que instituye un duelo nacional de dos días. Entretanto, en la entrega de los Premios Gardel en el Teatro Gran Rex, anoche los artistas trataban de superar el estupor rindiendo toda clase de tributos.
Su último concierto fue el cierre de la gira latinoamericana con la que presentó Fuerza natural, el disco que estrenó en diciembre de 2009 en la despedida del Club Ciudad de Buenos Aires como predio para recitales, con un concierto para 20 mil personas. El 15 de mayo de 2010 tocó casi dos horas en el estadio de fútbol de la Universidad Simón Bolívar, de Caracas. Según la prensa local, antes de hacer “Déjà Vu” (el corte difusión de Fuerza natural), preguntó: “¿Cómo les va? Este es el último concierto, por ahora, de la gira. ¡Y quién sabe hasta cuándo!”. Luego de ese show se descompuso y, tres días después, como consecuencia de dos ACV, fue intervenido en el Centro Médico Docente La Trinidad de la capital venezolana. Quedó internado, fue trasladado al instituto Fleni, luego a la Clínica Alcla, más tarde al Sanatorio Los Arcos y de vuelta a Alcla, desde donde salió el peor parte, firmado por el director médico de esa institución, Gustavo Barbalace: “Comunicamos que hoy, en horas de la mañana, falleció el paciente Gustavo Cerati como consecuencia de un paro cardiorrespiratorio”. Unos días antes, la madre del músico había contado que Cerati aferraba su mano y empezaba a mostrar nuevas reacciones.
El último tema que Gustavo Cerati cantó sobre un escenario fue “Lago en el cielo”, de Ahí vamos, su disco de 2006: “El tiempo es arena en mis manos. Un lago en el cielo es mi regalo, para hacerte sentir algo que nunca sentiste”. Nada más queda. O toda su obra, en ese remolino insólito por el cual Cerati puso su cuota de modernidad a la posteridad.
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Gustavo Adrián Cerati Clark nació en Buenos Aires, el martes 11 de agosto de 1959, día de paro nacional declarado por las 62 organizaciones y la CGT en apoyo a la Fotia, la federación tucumana de la huelga azucarera. Antes que cualquier Stratocaster, la Jackson Soloist, la acústica de doce cuerdas de Alvarez Yairi, la Paul Red Smith o la 335 de Gibson, su primera viola fue bien rústica: una escoba que azotó al ritmo de The Beatles y que sumó a otras en una banda de palos con amigos de la primaria. En la escuela tuvo un buen desempeño, cientos de amonestaciones, varios cuadernos dibujados con personajes de ficción, un segundo lugar en una competencia de velocidad y la dirección del coro del Instituto San Roque, que perdió cuando eructó durante una misa. Estaba terminando sus estudios secundarios cuando los militares volvieron a irrumpir en 1976.
A nivel mundial, entre la recesión de la posguerra europea, la guerra de los mundos sedada y los golpistas de la región, el mercado de productos y servicios ponía paños tibios al repliegue industrial. En 1979 nacía la década de la publicidad de segmento, orientada a los nuevos profesionales de las nuevas profesiones fantasmas, y el joven Gustavo comenzaba a cursar Publicidad en la Universidad de El Salvador y a trabajar como visitador para un laboratorio. En la música, el estallido del punk ya había devengado al postpunk y estaba pronto a acabar en new wave. Ese fue el detonante: cuando XTC, The Police y The Cure se cruzaron con David Bowie, Brian May, Jimmy Page, Frank Sinatra y Luis Alberto Spinetta en su formación, Cerati encontró la fórmula de su magia.
A los 25, cuando presentó a la prensa el debut de Soda Stereo, el grupo que compartió con Zeta Bosio y Charly Alberti, sólo había vivido diez años en democracia. Soda Stereo fue estrenado a la prensa en un local de Pumper Nic. Polisémica, su voz retumbó en la hamburguesería cuando “Dietético” anunció: “El régimen se acabó, se acabó”. Era irónico. Era 1984. Y era el cierre del primer cuarto de siglo de vida de los apenas dos de los que dispuso de forma plena.
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Gustavo Cerati fue despabilado por el under porteño de los ’80 y, luego, fue él quién despabiló a la escena. Fue Soda Stereo el mayor crossover y, a partir de los ’90, la gran bestia pop latinoamericana. En 15 años, el trío diseñó un modelo, un modo y una moda infalibles de comportamiento mediático, hasta acabar su obra con una gira consagratoria sobre el cordón del milenio. En el medio, álbumes cruciales para definir al pop argentino como Nada personal, pero también discos inquietos como Dynamo o Canción animal, quizás el disco emblema de la música urbana moderna de la Argentina. Latinoamérica se rindió frente a sus melodías entre el ’86 y el ’87, y en esas giras se enhebraron las primeras conglomeraciones regionales masivas en torno de un espectáculo de rock. La expansión de esa estructura (la del rock como espectáculo) durante la década del ’90, desde Miami, el DF y Buenos Aires a toda capital posible, también es en gran parte mérito de un grupo que buscó sin pausa las posibilidades de ofrecer el mejor espectáculo musical posible.
Soda fue el primer grupo argentino en publicar un CD, en utilizar al videoclip (“Dietético” fue el primero, pero también fueron pioneros en su uso como estructura narrativa, con “En la ciudad de la furia”), en tener a una persona dedicada a la imagen de la banda (Alfredo Lois, desde 1983) y en recurrir al formato DVD. Sin contar que, además, brindaron las más intensas giras latinoamericanas de la historia, y que en 1991 reunieron un cuarto de millón de personas en un concierto gratuito en la avenida 9 de Julio, y poco después otro cuarto de millón en un aniversario de la ciudad de La Plata. Si a Gustavo Cerati le faltaba cantarle a alguien luego del final de Soda Stereo, su carrera solista alcanzó al resto y en marzo de 2007, finalmente, convocó a otras 200 mil personas en Pampa y Figueroa Alcorta. En ese concierto, se emocionó al presentar a su ídolo Spinetta en “Té para tres”, durante un show gratuito de esos en los que se brindó igual que si fuera con entrada paga fue a menos . El dato es que el Flaco fue uno de los mayores admiradores públicos de la obra de Cerati.
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En tres décadas en la música, Gustavo Cerati fue reconocido por sus contemporáneos como un músico trascendental, por las generaciones siguientes como admirado y motivador y por las anteriores como un artista continuador de una tradición noble. Aquí queda, tocando “Vampiro” junto a Charly García, encarando un cover de The Police con Andy Summers, grabando con Roger Waters en una iniciativa de Fundación Alas. O retratado, junto a la también fallecida Mercedes Sosa, en el DVD de Cantora, allí donde La Negra le aconseja gárgaras de bicarbonato para poner a punto la voz. Como si fuera su madre, Lilian Clark, pidiéndole que deje de fumar 40 cigarrillos por día, una de esas pocas cosas que la fuerza enorme de voluntad de Gustavo Cerati no pudo lograr.
“No sé por qué se producen los cambios. Creo que tienen que ver con los prejuicios: tengo prejuicios de volver a hacer una cosa que ya hice, quiero hacer otra. Y está eso de la investigación que uno tiene, que lo pongo entre comillas, como lo de la experimentación, porque sigue siendo una especie de juego. Uno se divierte abarcando nuevas cosas y, a medida que uno crece como compositor, tiene que crecer en cuanto a producir emociones y producirse emociones”, un análisis registrado para siempre en Una parte de la euforia, esa reseña en DVD sobre la historia pública de Soda Stereo y su impacto en la cultura musical argentina y americana.
Cerati fue un científico del sonido y un alquimista de la música moderna. En Cerati convivieron el cambio y la permanencia: cambió para permanecer, nunca buscó ser igual a sí mismo. Si el debut de Soda Stereo era etéreo, Nada personal fue más existencial. Si Signos era una nueva búsqueda de estudio, Ruido blanco era el primer documento de una historia viva. Cuando Canción animal explotaba, Dynamo exploraba. Y desde el pico del monte, con su Sueño stereo se despedían con un eco amplificado. En soledad sintetizó canciones en Bocanada y luego hizo bailar con Siempre es hoy, entonces se calzó la guitarra y la mochila de pedales en Ahí vamos, antes de despedirse, sin quererlo, con Fuerza natural, una galería casi folk, liviana y de calidad extrema. “Para mí los discos siempre funcionaron como etapas”, solía decir. “El riesgo es el camino más intenso”, determinó en “Sueles dejarme solo”. Lo supo bien e, indudablemente, el factor riesgo, la valentía artística, es uno de los detalles más claros en su música.
En el quinto y último de los discos que llevan sólo su nombre, Cerati irradió optimismo: “Tengo todo por delante / nunca me sentí tan bien”, cantó. Este es, también, uno de sus álbumes más domésticos desde lo conceptual (entre noticieros para relaciones, amor sin rodeos y más de un déja vù) y lo estructural (compuesto en su chacra de Uruguay en tiempos de goce culinario): y donde al fin su máxima es entregada: “Nada me importa más que hacer el recorrido”, asegura en el tema “Magia”. Ese recorrido –algo bien distinto de una carrera de velocidad, en lo que fue muy bueno de niño– abarcó 50 años y más de treinta conjuntos de canciones. Por ese camino dejó más de 1500 conciertos y treinta discos de estudio, de remixes, en vivo, compilaciones, bandas de sonido y DVD. Sobre todo queda lo esencial: las canciones..
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Cerati se fue como vivió: en la búsqueda. Se retiró a la fuerza de los escenarios (¿lo habría hecho de otro modo?), con un notable disco, habiendo cerrado el círculo con el regreso estacional de Soda Stereo (había que sanar aquellas lágrimas de la gira despedida), y con su talento, su creatividad y su gracia en perfecto estado. En el desglose, su voz fue infalible pero no por magia, sino por preparación. Seductor, quejoso, dulce, potente, iconoclasta o confesional, no desafinaba ni dejaba de hacer sentir. Desde los estándares del guitarrista de rock & pop de su época no le quedó nada por hacer. Pero no era estándar y se superaba técnica, sónica, estética, poética y sintéticamente de un disco a otro, en combo o por las suyas, hayan sido en experiencias eléctricas, acústicas, sinfónicas o electrónicas. Siempre a pleno en el rito musical.
Estrella pop, guitar hero, gran cantante, sex symbol, lo que se quiera. Pero el Cerati compositor es de una importancia notable. “Final Caja Negra”, por caso, es una de las obras de pop progresivo más intensas de la música en español. Pero Cerati también fue capaz de establecer un mundo feliz (por tan desdichado) en aquel debut de Soda, de anticipar algunos recursos del grunge en “De música ligera” o hasta de anteceder momentos estéticos y musicales del britpop en ciertos pasajes de Canción animal, su disco del ’90. Ya como solista, rumbeó con propiedad entre la vanguardia y el clasicismo, entre el rock de guitarras, el pop de canciones y la electrónica del ritmo. Y siempre, siempre, en una obra integral de sonido, emoción e imágenes (paganas o retro). Si lo de Cerati fue rock en lo sustancial, fue igualmente pop en lo espectacular.
En su sitio oficial, Cerati.com, quedan en audio sus comentarios sobre su último canto. Basta entrar en la ficha del disco Ahí vamos y bajar hasta el track 7, hacer click y oír: “‘Lago en el cielo’ es la perla del disco. Lamentablemente tomo partido por ese tema, digo lamentablemente porque a todos uno los quiere. Pero es la canción de amor del disco. Me sirvió para reforzar la idea de ir despacio. Vamos para el mismo lugar, sí, ahí vamos. Pero vamos despacio”. El ya llegó, contra su voluntad.
Entre los lamentos, es notable ver el respeto y el cariño de la comunidad musical, de cada artista o técnico con el que trabajó, tanto como la admiración y el regocijo de miles hacia su música. Pero en el plano egoísta aparece la imposibilidad de continuación para su obra. El problema no es que ya no exista la posibilidad de nuevas canciones suyas. Lo más triste es tomar cuenta de la partida de una sensibilidad única, de un esteta moderno que fue cenital en la supervivencia y evolución de la música argentina moderna en la mayor parte de los últimos 25 años. De allí, que la pena vaya más allá de las relaciones personales, que se convierta en en mensaje compartido entre su público fiel y ocasional, en expresiones instantáneas de recuerdo y homenaje. De allí, que las despedidas saturen ahora las redes sociales y medios. Y de allí, que los servidores de la memoria sonora colectiva de Latinoamérica donde se alojan “De música ligera” se dejen ganar por emociones que solo se producen en la despedida de los artistas que dejan huella.
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