CULTURA › JUAN SASTURAIN

Con el agujero en la media

Durante los primeros meses de 1973, Horacio Salas charló largamente con Tuñón, grabó su historia de vida, de laburo, de viajes, de política, de poesía y de poetas. El resultado fue un libro hermoso –Conversaciones con Raúl González Tuñón– que salió en el ’75 y que el poeta, por unos meses nomás, no llegó a ver publicado. Pero nosotros sí. También teníamos desde fines de los ’60 el disco en que decía sus poemas, laburo de Héctor Yánover, alguien que antes y después –como no hace tanto Pedro Orgambide– se ocupó de hacer leer y oír a Tuñón. Y todos pero todos quedamos –autores interlocutores y lectores oyentes– claramente tocados. Es que Tuñón no era ni es de ésos aparatosos que te sacan, ni de los provocadores que te voltean, ni de los solemnes que te aleccionan. Tuñón es de los que te conmueven, te hacen moverte con él y a partir de él.
Y es un gran poeta. De semejante intensidad que pudo sobrevivir tanto al ninguneo de los dueños ideológicos de la pelota cultural que lo tachaban con negro, como a los dogmas de la disciplina partidaria que lo subrayaba mal y con rojo. Como el pasto que vuelve y vuelve entre y pese a las junturas de los adoquines –la imagen me lo asocia a Pugliese, con quien comparte un destino y entonación comunes–, la poesía de Tuñón tiene algo de invencible y de verdadero.
Lo que vive de tantos poemas es, en principio, los climas, las atmósferas, los personajes y lugares clavados por versos llanos y definitivos: “Entonces comprendimos que la lluvia era hermosa” en el comienzo de Lluvia; la letanía de Los seis hermanos rápidos dedos en el gatillo, o el detalle de Los ladrones que “cuando la madre se les muere / le ponen luto a la guitarra”.
Y después las imágenes, mínimas escenas iluminadas y en foco, pero sin congelar, vivas para siempre. Me quedo con tres de ésas. Una, el consabido consejo –tenía diecisiete cuando escribió esto– al solitario paseante de la feria: “El dolor mata, amigo, la vida es dura,/ y ya que usted no tiene ni hogar ni esposa/ eche veinte centavos en la ranura/ si quiere ver la vida color de rosa”. Otra –y una de las más hermosas de la poesía argentina– es la de la bohemia en París a los 25, con la amiga en la buhardilla: “Tú crees todavía en la revolución/ y por el agujero que coses en tu media/ sale el sol y se llena todo el cuarto de sol”. Y la última, del ’41, en plena guerra y con los nazis todavía con la tortilla de su lado y sartén en mano, es esta determinación alevosa: “Subiré al cielo,/ le pondré un gatillo a la luna/ y desde arriba fusilaré al mundo,/ suavemente,/ para que esto cambie de una vez”.
Tuñón, que no pudo ver la Revolución pero creyó en ella, dejó muchos poemas hermosos y un libro extraordinario, La calle del agujero en la media. Nunca fue derrotado.

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