Viernes, 4 de diciembre de 2009 | Hoy
DEPORTES › OPINION
Por Gustavo Veiga
La sobreactuación política de la FIFA no resultó creíble. Ayer celebró la reunión de su Comité Ejecutivo en Robben Island, la isla-prisión donde Nelson Mandela pasó recluido 18 de los 27 años que estuvo detenido durante el Apartheid. El acto de contrición, un montaje para mostrar unida a la familia del fútbol, contó con la presencia de ex detenidos, todos jugadores amateurs en tiempos de cautiverio y todos promotores de la Makana Football Association. ¿Qué es la MFA? La liga que los militantes del proscripto Congreso Nacional Africano (ANC) crearon en la cárcel para practicar el bendito juego con sus propias reglas, una bocanada de aire fresco –acaso la única– en los oprobiosos días de la segregación racial.
“Los carceleros estaban allí, con sus armas, vigilantes, pero era el único espacio donde nos sentíamos libres, ya que las reglas del juego las poníamos nosotros y en aquel rectángulo de juego ellos no existían”, evocó Toni Suze, un ex prisionero político del régimen blanco. Mandela no podía practicar fútbol con ellos. Estaba aislado en la misma celda que los visitantes de la FIFA disfrutaron como un souvenir turístico. Allí donde el primer presidente negro de la nueva Sudáfrica era el preso 466, el hombre al que se privaba de ver los partidos de la asociación Makana, llamada así en honor a un jefe tribal.
La analogía es imposible de resistir. ¿Por qué la FIFA decidió ser políticamente correcta en Sudáfrica? ¿Cuál es la parte simbólica de esa reunión en una prisión aún más simbólica que resulta difícil de digerir? La historia, siempre la historia, pone las cosas en su lugar. A la poderosa federación nunca se le hubiera ocurrido realizar un encuentro de su Comité Ejecutivo en Dachau, el campo de concentración nazi ubicado en Alemania, en vísperas de los mundiales de 1974 y 2006 que se disputaron en ese país. ¿Pediría hacer una reunión semejante en la ESMA con ex detenidos desaparecidos si la Argentina organizara alguna vez un hipotético segundo Mundial? Se entiende que no, porque nadie se prestaría a ese golpe de efecto tan banal como macabro.
El fútbol siempre fue bendecido bajo las peores dictaduras, incluso la sudafricana. Recién en 1976, cuando se produjo la matanza de Soweto, la federación local resultó expulsada bajo la presidencia de Joao Havelange. Dos años después, el brasileño se subió al palco del estadio Monumental, se saludó con Videla y dejó inaugurado nuestro Mundial o, mejor dicho, el de ellos: los genocidas y la FIFA.
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