Viernes, 4 de diciembre de 2009 | Hoy
EL PAíS › OPINION
Por Mario Wainfeld
La sesión preparatoria tuvo varios condimentos que sazonarán el próximo bienio parlamentario. Medición de fuerzas en los días previos, negociación febril al cierre, disensos al interior de la oposición, disciplina en los bloques oficialista, radical y de la Coalición Cívica, entre los grandes. Y un acuerdo que en trazos gruesos determina el número primero, cuya letra menuda surge de la pulseada negocial después. Se le adicionó un cierre vigoroso en el que el radicalismo se dio el gusto de gastar al Frente para la Victoria (FpV) y los adalides de ésta plantearon una cuestión reglamentaria con un fragor que también habrá derivado de otras variables. Si se despeja la paja del trigo, la sesión (inédita por el detallismo con que se debatió y dirimió) fue razonable y sistémica. Se rosqueó en salones cerrados, en pasillos y en el recinto. No hubo desmesuras ni desmanes. Se consensuaron las autoridades de la Cámara y la composición porcentual de las comisiones. Ese pacto básico, que tributa a la nueva correlación de fuerzas, respetó la presidencia del cuerpo para Eduardo Fellner, como debía ser. El jujeño incluso cosechó aplausos ecuménicos y una alabanza breve de Aguad. Tensiones, cinchadas, arreglos en lo sustancial, mayorías contingentes y móviles. Así funcionará el nuevo Congreso, si funciona.
El equilibrio logrado reconoció al FpV la titularidad de comisiones estratégicas y una minoría ajustada (mitad menos uno) en ellas. En las otras, la proporción es la vigente en el recinto, 55 para la oposición, 45 por ciento para el partido de gobierno. Aquella primará en las comisiones “de control”, éste en las más estrechamente ligadas a la gobernabilidad y a la gestión de gobierno, en las que deberá sumar algún diputado ajeno para hacer mayoría.
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Primó la corrección política, en el interior y en la calle. Los agoreros macanearon, una vez más. La movilización y las barras armonizaron bullicio y respeto. La diputada Lidia Elsa “Pinky” Satragno no acertaba con el reglamento, equivocándose mayormente a favor del sector que expresa. Se la trató con aquiescencia, salvo en el cierre de la sesión, cuando se quedó un ratito de más con la presidencia y aprobaba cada moción de Aguad sin conceder réplicas a la contraparte.
A diferencia de lo que pasaba cuando las barras “del campo” dominaban el Parlamento, no hubo agresiones, ni pechazos, ni pressing a los diputados. El frentista Agustín Rossi y el radical Oscar Aguad disputaron el primer round de un combate que será prolongado.
El juramento se organizó con el cuidado de no “cruzar” rivales enconados. Los diputados pasaron en grupos de cada provincia, en función de los juramentos alternativos posibles y en conjuntos que no echaban chispas. Casi todos se ciñeron al ritual. Graciela Iturraspe añadió un juramento por los 30.000 desaparecidos. La siguieron otras legisladoras. También hubo quien se encomendó al “Movimiento obrero organizado”.
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El sistema electoral proporcional permite que lleguen a Diputados fuerzas con un porcentaje relativamente bajo de votos, con piso en el 3,5 por ciento del padrón. Un régimen bien distinto al que rige en otras democracias, como la chilena, la inglesa o la norteamericana, entre muchas donde los partidos mayoritarios se quedan con casi todas las bancas. Los reglamentos y la costumbre parlamentaria profundizan el fenómeno con mucha permisividad (y hasta incentivos) para la formación de bloques alternativos, en general divisiones respecto de las propuestas electorales. Pululan los bipersonales y los unipersonales. La cuenta nueva debe hacerse cuando los representantes del pueblo decanten sus posiciones, pero Fellner seguramente no exageró mucho cuando habló de 40 bloques. Una negociación con ese panorama es de por sí trabajosa, le sacará canas verdes a quienes busquen respaldo para cada proyecto de ley.
La consigna de la mayoría opositora de ayer era desbancar al oficialismo, un mínimo común denominador sencillo. Llegar a acuerdos sobre temas concretos, que afecten intereses y ronden ideologías será más arduo. El FpV, a su vez, sudará la gota gorda para conseguir los números necesarios. Tal el escenario futuro, que refleja la votación del 28 de junio. Un oficialismo en disminución, una oposición atomizada, sin liderazgos, ni conducción aceptada.
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El oficialismo quedó en minoría circunstancial, pero la oposición fue moderando sus ambiciones originales. Aguad autoelogió la vocación de no ir por la presidencia del cuerpo; hace un par de semanas fatigaba redacciones y canales de cable propugnando lo contrario. La proporción de las comisiones, el liderazgo del FpV en las más sensibles significan retoques a la ofensiva inicial. “El grupo A”, como llamó Patricia Bullrich al conglomerado que hizo quórum e impuso el sesgo general del acuerdo (ver nota central), afinó el lápiz y cedió en su codicia inicial.
El oficialismo depuso el afán de mantener la presidencia primera, que quedó en las respetables manos del radical Ricardo Alfonsín. Pero en el tira y afloja obtuvo la vice segunda, en la que Agustín Rossi colocó a una de sus más fieles colaboradoras, Patricia Fadel. La tercera quedó en una bruma que alude a divergencias entre opositores y dará que hablar en los próximos días.
El “Chivo” Rossi y Fellner se arremangaron para mejorar el equilibrio y consiguieron persuadir al ahora diputado Néstor Kirchner de bajarse de la vicepresidencia primera.
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Graciela Camaño armó de arrebato un bloque de seis diputados y tuvo un rol determinante en las tratativas. También tomó el timón para arrancar la sesión, conduciendo a la atónita “Pinky” y dándole a la oposición una foto que la alegró: el quórum propio. Camaño es un cuadro político de experiencia y competencias muy superiores a la media. El cronista supone que su influencia no tocó techo ni finalizó ayer.
Eduardo Macaluse, unido a Proyecto Sur, tuvo palabras razonables cuando sugirió esperar el ingreso del FpV y no actuar de “prepo” como (acusó) hacían sus adversarios. Macaluse fue quizás el único legislador que, alineado contra las retenciones móviles, exigió decoro y les paró el carro a las patoteadas de los ruralistas en las comisiones.
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Fernando “Pino” Solanas y sus aliados se sumaron en la contingencia al grupo “A” que condujo el radicalismo. Martín Sabbatella mantuvo en una breve intervención su prédica de los últimos días, “terciar” en la confrontación entre las fuerzas alternativas más votadas (UCR, Peronismo Federal, PRO, Coalición Cívica). Su reclamo para que el centroizquierda unificara posiciones no primó en el sector. El contrafactual acerca de cuánto podría haber obtenido “bisagreando” dará mucha miga en adelante y prefigura un debate que hace al modo de construcción y a la caracterización del oficialismo. En alguna medida se irá saldando con el discurrir de la nueva Cámara y las posiciones ante iniciativas concretas que pueden alimentar nuevas confluencias o enfrentamientos mayores.
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La competencia entre varios presidenciables signará al nuevo Parlamento, todos bregarán por expresar el mayor antikirchnerismo posible. Compatibilizar eso con un accionar conjunto, sin embretar la gobernabilidad, no será sencillo y constituirá todo un desafío.
El kirchnerismo, que en 2003 distaba mucho de tener quórum propio y que, en sentido estricto, no lo tenía hasta ahora, deberá acomodarse a su rol de primera minoría, disciplinada y orgánica. Eso y tener un liderazgo asumido son sus ventajas relativas. Claro que el liderazgo ha mostrado fallas desde el conflicto de las retenciones hasta acá y que Kirchner fue batido en las urnas. Un sarcástico operador parlamentario K metaforiza sobre el tema: “En términos futboleros, nosotros tenemos un nueve de área y ellos no. Claro que nuestro nueve se ha perdido algunos goles, pero es mejor tener uno que jugar sin alguien de punta”. El cronista, hincha de River (que padeció todo un torneo sin disponer de un nueve), comprende la imagen.
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Como casi todo en los tiempos que corren (o vuelan), el cuadro de ayer será narrado en versiones tan disímiles que costará creer que se habla del mismo hecho. Lo central fue: la cordura, la primacía de la regla del número en el diseño grueso del acuerdo, la existencia de concesiones mutuas, el consenso básico. Y la foto del variopinto conglomerado opositor, que festejó el cambio del peso relativo en la Cámara pero no unificó personería ni saldó sus divergencias internas, que también son un dato de la nueva etapa que se abre.
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