Sábado, 8 de octubre de 2011 | Hoy
DEPORTES › EL CLIMA MUTó DEL FRíO INICIO A LA CáLIDA DESPEDIDA
El partido arrancó con poca gente y casi nada de fervor. Pero a medida que se consumaba la goleada, le gente se fue prendiendo y terminó cantando y ovacionando a los jugadores, sobre todo a Messi.
Por Facundo Martínez
El fin de semana largo, la lluvia que castigó la ciudad desde el jueves, la restricción que el Gobierno de la Ciudad le aplicó a la venta de entradas, y acaso también la desilusión que provocó la floja actuación de la Selección en la Copa América, atentaron ayer con el debut del equipo argentino en las Eliminatorias para el Mundial de Brasil 2014. Tampoco ayudó el tránsito, pero lo cierto fue que a escasos 20 minutos del inicio del encuentro, el Monumental estaba ocupado como mucho en un 40 por ciento, que con el correr de los minutos llegó a transformarse en poco más del 60.
Los números acompañaban. Poco más de 25.000 entradas vendidas, una cifra irrisoria para lo que se suele venderse en un partido de la Selección por Eliminatorias, más teniendo en cuenta la presencia, con capitanía incluida, de Lionel Messi, y el inicio oficial de un nuevo ciclo, con el entrenador Alejandro Sabella al frente del equipo. Justamente, en el último partido internacional que se jugó en este estadio, la final de la Copa América entre Uruguay y Paraguay, se habían vendido unos 60.000 boletos.
Para los chilenos, en cambio, el debut frente a Argentina en el Monumental fue un lleno total en la Centenario media, donde todo era color de rojo, algarabía y aliento incondicional. El “Chi, chi, chi, le, le, le, ¡Viva Chile!”, retumbaba en el semivacío estadio de River, al menos hasta que el marcador se volvió irremontable. Entonces la alegría mermó, salvo en el pequeño sector que ocupaba la que probablemente era la barrabrava del conjunto trasandino.
La barrabrava oficial del fútbol argentino, que copó la parte alta de la Centenario, era el único contrapunto para los entusiastas chilenos, que agitaban las manos y revoleaban pañuelos, mientras los locales apenas se encendían para chiflar a los jugadores visitantes a medida que eran nombrados por la voz del estadio. Ahora sí, cuando la misma voz nombró a los jugadores de Sabella, el único ovacionado fue Messi. Para el resto, Sabella incluido, ni siquiera un tibio aplauso. No había clima. Y extrañaba mucho ver este escenario raleado, con tantas ausencias.
No hubo euforia en la salida de los jugadores, tampoco en el momento de los himnos, salvo del lado de los chilenos. Todo parecía reservado para el partido. Y así fue. Un poco más de aliento para Messi, mientras los argentinos se preparaban en su campo para el inicio del partido, que el colombiano Wilmar Roldán hizo comenzar a la hora señalada.
El gol de Higuaín en el arranque del encuentro, cuando apenas se jugaban 8 minutos, desató la alegría de los hinchas locales, incluso de los que lentamente continuaban ocupando sus lugares en las tribunas. Pero seguía faltando algo, que parecía debía ser responsabilidad absoluta del equipo: un contagio de actitud, de predisposición, de entrega.
Recién cuando Messi estuvo cerca del gol, se encendió la llama. Y unos minutos después, cuando el crack frotó la lámpara y puso el 2-0, el clima del estadio se encendió definitivamente. Y bajó el aliento desde las tribunas, en señal de agradecimiento al mejor jugador del mundo. Y siguieron los olés, y olés, porque Chile no podía parar los avances argentinos y se mostraba amedrentado por la diferencia en el marcador.
El toque final lo dieron los hinchas argentinos, que con la tranquilidad del resultado, a puro cantitos y silbidos se acordaron de los ingleses, de Malvinas, y del apoyo de Chile a los europeos en esa guerra. Y el final encontró a todo el estadio cantando eso de “un minuto de silencio” para Chile que está... que con el 4-1 estaba futbolísticamente liquidado. Y siguieron aplausos, aliento y la gratificación, y nuevamente los olés, todo por una goleada que, tanto los hinchas como el equipo, necesitaban para reflotar el romance.
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