Sábado, 8 de octubre de 2011 | Hoy
EL PAíS › PANORAMA POLíTICO
Por Luis Bruschtein
Hay un sector recalcitrante en la sociedad que está seguro de contener una verdad que para la inmensa mayoría estaría vedada. Esa inmensa mayoría no estaría en condiciones de ver lo que para ellos es evidente y revulsivo. A veces con paternalismo, a veces con un profundo sentimiento de superioridad, con un elitismo elemental, explican esa diferencia de percepción que les da identidad como pequeño grupo. Reivindican esa percepción que les da rango de minoría, como si fuera de minoría exquisitamente profética.
No es la oposición, sino una fracción de ella la que se hace cargo de esa mirada, que es compartida por algunos columnistas de los grandes medios, que necesitan ese condimento para hacer más vibrantes sus comentarios. Pero esa actitud ante la realidad también tiene raíz en un sector de la sociedad, un sector con más tendencia a los prejuicios y a las miradas conspirativas tipo Sabios de Sión. Este sector alimenta a esos columnistas y a algunos políticos de la oposición en el peronismo disidente o en viejos sustratos del antiperonismo, radicalmente gorilas, por izquierda y por derecha.
Estos políticos, como Eduardo Duhalde o Elisa Carrió, han sido los más castigados por el voto. Después de las PASO, quedaron prácticamente en vías de extinción. Quedó muy expuesta la actitud crispada, al borde de la explosión violenta, siempre predispuestos a la pelea gritona, acusadora y despectiva. Es evidente que más del 80 por ciento de los votantes, entre oficialistas y opositores, no vieron motivos para esa tensión. Y la penaron.
En realidad, toda la oposición estuvo tentada por ese discurso. Algunos lo tomaron más y otros menos, pero en general la tentación fue grande porque es más fácil confrontar entre blanco y negro. Hacer una crítica con matices desde el llano es más complejo y no tiene efectos inmediatos. Los discursos más castigados fueron los más crispados, pero los resultados demostraron que en general toda la gama que integra la oposición fue puesta en penitencia.
Uno podría preguntarse qué habría sucedido si la oposición hubiera asumido otra actitud frente al Gobierno, si, en ese caso, los resultados hubieran sido menos contundentes, si las diferencias hubieran sido menores. Pero sería una pregunta contrafáctica y, como todas ellas, sin respuesta certera. No faltan los que votan al oficialismo porque no ven una oposición que los convenza. Es posible que ante una disposición crítica razonable –ni rupturista ni oposicionista– ese voto cambiara de rumbo. De todos modos, el grueso de los votos que fue cosechando el oficialismo se explica más por sus méritos que por las metidas de pata de la oposición. Cargarle toda la romana a la oposición, como se tentaron algunos después de las primarias, también sería hacer una lectura equivocada.
Leyendo, viendo y escuchando el mensaje corporativo de los grandes medios y observando las actitudes en algunos sectores de capas medias porteñas, se puede ver que ese antikirchnerista ultrarrecalcitrante y esencialmente gorila, a izquierda y derecha, sigue igual que antes de las primarias. Son bastantes en la Capital Federal, pero son poquitos en general. Creen que la mayoría no puede ver la realidad. Con ese argumento no se preocupan por, aunque más no sea, intentar ver lo que piensa la mayoría. Con mucho resentimiento, se sienten profetas desoídos, minoría iluminada y furiosa. Sumergidos en una sopa de omnipotencia sin resignación, insisten con el mismo discurso brutalmente despectivo y descalificador, escriben artículos insultantes y libros con afirmaciones discutibles, citas dudosas y conclusiones terribles que evocan una realidad que comparten muy poquitos. A veces parte de esa producción es consumida, pero es evidente que no es valorada. El que lo escribió y vendió tanto, no será leído de la misma manera la próxima vez.
Algunos que posan de izquierdistas, y otros que desertaron del oficialismo porque pensaron que se desplomaba, insisten mucho con la idea de la hipocresía, del doble discurso, de la traición permanente, de las intenciones aviesas detrás de las propuestas progresistas. Coinciden con otros sectores conservadores para los que todas las acciones del Gobierno están inspiradas por la corrupción. Para ellos es un gobierno del narcotráfico, o de corruptos esencialmente autoritarios que desprecian las instituciones republicanas. Esa verdad conspirativa es su tesoro, que aquilatan con el fanatismo de una revelación.
Cualquier gobierno con esas características despierta odio y rechazo. Es lo que siente la minoría que tiene esa visión del Gobierno. En algunos se trata de una construcción artificial y oportunista, pero hay muchos que, movidos por el odio, realmente creen en esa descripción y, por lo tanto, son agresivos y muy despectivos con los que no piensan como ellos. En zonas como Barrio Norte y Palermo se han dado situaciones de agresión física incluso, protagonizadas por personas con ese perfil. No es común que un gobierno despierte enconos tan desaforados. Hay un antecedente en los primeros gobiernos de Perón. Debe existir seguramente una relación entre el gobierno como acción, propuesta y pensamiento y la intensidad de esos sentimientos. Entre los afluentes culturales, sociales y económicos de esas furias se mezcla el odio contra el advenedizo, contra el recién llegado y contra lo plebeyo. Por supuesto, hay un condimento muy fuerte en ese compuesto, que es el aportado por los afectados por la temática de los derechos humanos y sus familiares y partidarios. En ese tema, en el que la gran mayoría de la sociedad ya tiene una posición asumida, no hay término medio. El que odia por esa razón, lo viene haciendo desde hace tiempo y con mucho ímpetu, con la diferencia de que ahora, sus sentimientos quedaron mimetizados entre los otros odios y amplificado junto con ellos por los grandes medios y los columnistas enojadísimos.
Las encuestas que están circulando sobre las elecciones presidenciales indican que Cristina Kirchner ganaría en primera vuelta con un porcentaje tanto o más alto que en las primarias. Hay votos del peronismo disidente y del progresismo opositor que fueron a la Presidenta, con una altísima composición del voto por parte de los sectores más humildes. Y votos del radicalismo que se corrieron hacia Hermes Binner.
De todas maneras, esa minoría recalcitrante que odia visceralmente al kirchnerismo, al que concibe como lo peor de lo peor, debe soportar ahora que sea uno de los gobiernos con más respaldo popular de la historia. Que esa pústula de arribistas, hipócritas y corruptos, que serían los KK, como les dicen, vuelva a gobernar este país en un ciclo que se extenderá finalmente por doce años, seguramente constituye una situación insoportable para ellos. Ese pequeño grupo seguramente atraviesa uno de los momentos más difíciles de sus vidas. No es para envidiarlos.
Tampoco es para no prestarles atención, porque de la mano de esta forma de sentir y pensar han venido siempre los revanchismos. De minorías como éstas se formaron los comandos civiles, por ejemplo, o han proporcionado las excusas de izquierda, centro y derecha para justificar reacciones sangrientas y antipopulares. Todo lo irracionales y desaforadas que puedan parecer esas posiciones ahora, en otro momento histórico podrían convertirse en paradigmas del sentido común de bandas de linchamiento como han sido los golpistas del ’55 y del ’76. A la oposición política no le conviene confundirse con estos grupos, partidos o dirigentes. La Argentina no está en el ’55 o en el ’76, es otro momento histórico y los discursos del odio son nada más que eso, no juntan votos ni abren puertas al futuro.
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