Viernes, 16 de junio de 2006 | Hoy
“Le dije a mi jefe que me iba a comer... pero no vuelvo más”, confiesa por lo bajo Mario C., con un gorrito y una remera de Auto Zone, negocio de alquiler de automóviles en Los Angeles. Dan Argentina-Costa de Marfil y “que los gringos esperen”, le dice a Página/12 este argentino ilegal. En la pantalla del restaurante Mercado Buenos Aires hay choripanes crudos, cortes de carne porteña y unos seis televisores que pasan el partido. Pero en Estados Unidos el Mundial ocupa apenas el tercer lugar en “deportes” (más preocupado por el béisbol y las finales de basquet de la NBA) y los latinos lo siguen en los pocos tiempos libres que tienen mientras atienden. Los casi 40 millones de inmigrantes (12 de ellos ilegales) se dedican a eso: servir a la white trash, rogar por la residencia, adherirse al Ejército para pagar la universidad, pagar algunos impuestos para demostrar que aunque son ilegales quieren colaborar con la economía más poderosa del planeta. A Marita la descubrí en el tercer piso del lujoso Renaissence Hollywood ordenando una pieza vacía con la TV prendida. Jugaban México e Irán y Marita no iba a dejar de ver los “embates” del tricolor sólo por tener que trabajar. Gritó “gol” y revoleó la almohada. Tenía la puerta abierta, una llave maestra para ordenar cualquier pieza vacía.
Escapándose de su servilidad, gambeteando a los CEO de cabotaje yanqui para que no les descubran esa pasión no compartida, los latinos aprovechan las transmisiones que emite la cadena en español Univisión –con relatores bastante poco preparados, por cierto– para seguir a sus equipos más allá de sus trabajos. Roberto M., un brasileño con rastas hasta la cintura, es cajero de Best Buy, una megarred de venta de electrónicos, y dice que no le importa perderse los partidos por estar trabajando (“Total sabemos que va a salir campeón Brasil”, se resigna).
Las casas de comida al paso han puesto televisores cerca de la calle para atraer clientes: “England fútbol-Soccer”, ponen como para alertar a los fanáticos de ese mundo desconocido para el norteamericano promedio. Curioso, en este caso, los “nativos” ni siquiera se apasionan por su país en este deporte que les resulta extraño. Pero sí se preocupa Mery la guatemalteca que grita “Ay, ay...” desde un puesto en el free shop del aeropuerto de Los Angeles y no se le cayó nada: tiene bajo la caja registradora un televisor portátil y “su equipo” está perdiendo dos a cero contra República Checa. Su equipo, dice: Estados Unidos (“me gustaría que ganara uno de aquí”). Siempre alguien viene con el dato.
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