Martes, 19 de junio de 2007 | Hoy
DEPORTES › DENUNCIA DE UNA AGRUPACION AL OFICIALISMO
El contrato de venta de los porcentajes de Higuaín, Belluschi, Fernández, Musacchio y Antonio tiene muchos puntos irregulares.
Por Gustavo Veiga
Si el futuro de River se proyectara a partir de su presente de descalabro, sus hinchas y socios deberían santiguarse. Y los que no son creyentes tendrían que evocar su pasado de gloria para evitar el llanto. Ya no se trata de profundizar en las razones de un club que colecciona fracasos futbolísticos, porque, como sostiene su presidente, José María Aguilar, tal vez “todo se arregla con ganar tres partidos consecutivos”. Pero lo que ya sugiere una situación escandalosa de la que nadie toma nota es cómo sus principales dirigentes continúan haciéndose los distraídos en operaciones que comprometen el patrimonio de la institución. El contrato por el que River se desprendió de distintos porcentajes correspondientes a los pases de Gonzalo Higuaín, Fernando Belluschi, Augusto Fernández, Mateo Musacchio y Juan Antonio a cambio de 13 millones de dólares es un claro ejemplo de esa sinrazón. Aunque se firmó el 29 de agosto de 2006, aún hoy sus consecuencias se hacen sentir. Hombres de honor, de épocas que no son las nuestras, hubieran utilizado una sola palabra para definirlo: obsceno.
El convenio de trece carillas y veintidós cláusulas en el que River y el club Locarno de Suiza formalizaron una típica operación de triangulación (este último juega en la Serie B de su país, ni siquiera informa de las adquisiciones que hizo en su página web y les sirvió de pantalla a terceros para hacer un pingüe negocio) obliga al vendedor a cederle al comprador un certificado de transferencia por Belluschi el próximo 30 de junio. O, lo que es igual, “a favor de otro club afiliado a la FIFA”, como ya sucedió cuando Gonzalo Higuaín abandonó River para irse al Real Madrid. Según una nota que todo indica fue a parar al cesto de basura y que le envió la Agrupación Cuerpo y Alma Riverplatense (CAR) al presidente Aguilar y a la Comisión Fiscalizadora del club, el convenio “podría ser considerado leonino” (¡vaya novedad!) porque River “se ha hecho cargo de todos los impuestos, aportes y gastos que genere el contrato y, además, se obligó a mantener indemne al Locarno de toda pérdida, costo o reclamo que ese club tenga que efectuar para satisfacer o cancelar impuestos y gastos emergentes de cualquier operación relacionada con los jugadores involucrados”.
Pero eso no es nada, a medida que se avanza en la denuncia del CAR. Se desprende del acuerdo, según lo indica la cláusula 17, que “River Plate será obligado a pagar al Locarno o a quien éste indique (¿acaso es el intermediario israelí Pinhas Zahavi? ¿el verdadero comprador en las sombras?) una indemnización total cuyo monto no será inferior a dólares estadounidenses 17.000.000, sin perjuicio del derecho de Locarno de reclamar a River Plate por los daños”. Para la agrupación que le elevó la nota a Aguilar, la indicación de que los suizos pueden derivar el pago de la indemnización a un tercero “aparecería como un nuevo indicio de que existirían otros involucrados en esta operación...”.
Muy diferente sería el caso ante un incumplimiento del Locarno, ya que en el contrato se señala como multa para resarcir a River el 30 por ciento del precio pactado en la operación (3.900.000 dólares, sobre 13), por lo que el CAR interpreta: “La desproporción entre estas cifras y la otorgada para el incumplimiento de River genera una desigualdad injustificada e inexplicable en contra de los intereses de nuestra institución”.
Si Higuaín ya abandonó el club antes de tiempo y Belluschi podría hacerlo en 13 días más por pedido del Locarno y/o el verdadero inversor, más comprometido quedó River en relación con los pases de Augusto Fernández y los pibes Musacchio y Antonio (de este último, la institución de Núñez tiene sólo el 60 por ciento). La denuncia que realizó el CAR señala en este punto lo siguiente: “Finalmente, el día 30 de junio de 2008, el Locarno puede solicitar la cesión del ciento por ciento de los derechos federativos de los juveniles (quedando River sólo con la parte de los derechos económicos que le corresponden), con el agravante de que ese club puede cambiar, hasta esa fecha, cualquiera de los tres jugadores juveniles por el que ellos prefieran. Es insólito que una de las partes, a su libre arbitrio, y hasta casi dos años después de la firma del documento, pueda cambiar el objeto del contrato, en este caso, los jugadores por otros de similares o mejores características...”.
Los denunciantes también se preguntan: “Quién puede seriamente calcular cuánto vale hoy Augusto Fernández, cuyo 30 por ciento se vendió junto con los otros dos juveniles, en un total de sólo un millón de dólares...”. Cuando se reunió la comisión directiva para aprobar este contrato en septiembre de 2006, Mario Israel, el secretario general del club –a quien la oposición le atribuye ser el verdadero arquitecto de este tipo de operaciones– se negó a mostrarlo invocando una cláusula de confidencialidad.
Como fuere, la firma del convenio entre River y el Locarno les permitió a Aguilar y al puñado de fieles que aún lo respaldan cerrar el balance al 31 de agosto del año pasado con un discreto superávit. Si los 13 millones de dólares no hubieran sido documentados –la última cuota de 3.900.000 dólares venció el 30 de mayo de este año– el club podría haber concluido el ejercicio con un pasivo de 11 millones de pesos.
Este tipo de alquimia financiera no es nueva en la maltrecha economía riverplatense. El 27 de agosto de 1999, la institución firmó un convenio con Torneos y Competencias (TyC). Por abonar 7.000.000 de dólares en siete cuotas de un millón hasta el 30 de junio de 2005, la productora obtuvo a cambio el derecho de explotar en forma exclusiva la página oficial de River en Internet. De ese modo, las cuentas arrojaron superávit cuatro días antes de finalizar el ejercicio. Con los primeros fríos del invierno, los dirigentes suelen apurar ciertas ventas. Da lo mismo si se trata de futbolistas con futuro inmensurable o de derechos virtuales. En Núñez los números no cierran y una urgencia siempre viene acompañada de una sospecha.
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