Sábado, 10 de mayo de 2008 | Hoy
DEPORTES › OPINIóN
Por Pablo Vignone
“La responsabilidad es mía”, repitió Diego Simeone tras la insólita eliminación de River. Matices más o menos, la actitud es la misma que la que se acostumbró a ejercer al costado de la línea de cal: quitarles el protagonismo a los futbolistas. Presumiblemente para ahorrarles la presión, pero de manera indudable que a causa de una debilidad personal por el papel estelar.
“La responsabilidad es mía”, repitió Simeone, como si con eso aclarara algo: si conduce el plantel, es obvio que tiene un cargo responsable y, por lo tanto, una cuota de influencia en el producto final le pertenece. Pero al encerrarse en esa presunta asunción de coraje, en ese tácito “me banco todo”, lo que el técnico se niega en definitiva a poner de manifiesto es ¿adónde va a ir a parar con esa responsabilidad asumida?
Sólo queda especular. ¿Va a hacer una autocrítica pública o al menos para los socios del club o los que pagaron la entrada el jueves a la noche? ¿Va a revisar sus conceptos futbolísticos ante el eventual desastre que supone haber perdido el superclásico y quedarse afuera de la Copa y de sus divisas en sólo cuatro días? ¿Va a jugar, como si fuera una pistola con una única bala en la recámara, con la tentadora idea de la renuncia grandilocuente? Y si no hace ni dice nada, ¿no será que lo suyo es otra formidable actuación del malo de película que hizo echar a Beckham en Saint Etienne, aunque completamente desactualizada?
Simeone se hace responsable para ponerse –literalmente– delante del plantel, no para que los jugadores digan después en el vestuario “¡mirá cómo nos defiende!”, sino para taparlos, para salir primero en las fotos, porque esa actitud forma parte de un sofisma extendido según el cual los técnicos son responsables de todo, de las victorias y de las derrotas. Un sofisma cuyo corolario da con los técnicos como máximos protagonistas del fútbol profesional. Lo que es una falacia completa: a lo sumo, los técnicos pierden los partidos, pero son los jugadores los que los ganan.
Simeone se hace responsable para no perder su rol central, ese que le permite robar cámara con sus gestos ampulosos cada vez que una jugada no termina como pretende: acaso todavía sigue sintiéndose el futbolista que dejó precipitadamente de ser. Esa voluntad suya de cambiar hombres y esquemas de un partido a otro echa luz sobre su concepción utilitarista de las piezas más conocidas como jugadores de fútbol.
Responsables, en este caso, han sido los futbolistas de River, los que estaban en el campo, los que prepoteaban con el 2-0 arriba y los dos hombres de más, pero que luego no se dignaron mostrar la fibra ni el temple ni la condición última de jugador imprescindibles para evitar el naufragio colectivo.
Si Simeone asume una responsabilidad que, en última instancia, no es suya, aunque su motivación sea la más enaltecedora, también está fregado. No deben ser pocos los apoderados que ayer habrán estado llamando a los celulares de los dirigentes de River para tratar de ubicar a sus entrenadores representados. Si hay solidaridad en el fútbol, suele aparecer únicamente en el campo de juego.
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