Domingo, 27 de mayo de 2012 | Hoy
Por Gustavo Veiga
La escena uno, tan bizarra como patética, sintetiza de qué hablamos cuando hablamos de violencia en el fútbol. Ocurrió el miércoles a la noche en la puerta de la sede social de Independiente. Frankestein dio una nota para los canales de televisión. El monigote de utilería, pura careta, ocultaba a Pablo “Bebote” Alvarez, el jefe de la barra brava que jaquea a Javier Cantero, el presidente que se puso al frente de una lucha en la que pocos lo acompañan. “Queremos paz”, dijo el monstruo a cámara en una parodia en la que sólo le faltó mostrar una estampita de Ceferino Namuncurá o el Gauchito Gil.
La escena dos, un mal ejemplo de nuestro folklore futbolero, se produjo esa misma noche en el estadio Joao Havelange de Río de Janeiro. Boca acababa de clasificarse para las semifinales de la Copa Libertadores ante Fluminense. El equipo se arrimó hacia la cabecera donde estaba la barra y le arrojó sus camisetas como ofrenda. Un día después, Sergio Marchi, el secretario general de Agremiados, denunciaba que “los jugadores tienen miedo”. Los de Boca no parecen sufrirlo.
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