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Dentro de un equipo sin picos sobresalientes de rendimiento, Aimar y D’Alessandro fueron los más destacados. El detalle:
Cavallero: Sin responsabilidad en los goles, transmitió una vez más falta de seguridad, especialmente en pelotas aéreas.
Zanetti: Jugó más retrasado que habitualmente y le bastó con el oficio, aunque no pasó tanto al ataque.
Ayala: Transpiró con el escurridizo Chevantón, pero sufrió menos cuando el uruguayo salió de la cancha.
Samuel: Por momentos desconocido, con falta de timing para jugar contra el ataque uruguayo. Pero marcó el gol más lindo de todos.
Placente: Estuvo más libre para atacar, pero por momentos abusó de la pierna fuerte, y tampoco gravitó.
Verón: Intentó ser manija y juntarse con Aimar pero le salieron pocas. Marcó el gol de tiro libre y Munúa le tapó uno igual.
Almeyda: Le costó trabajo hacer pie en el medio para cortar el circuito rival, pero levantó en el complemento.
Aimar: Un placer verlo jugar. Siempre quiso ser salida, con la pelota contra el piso, buscando sociedades, y fue víctima de la violencia.
Milito: Su rendimiento fue de mayor a menor, pero no le pesó mezclarse por primera vez con los “extranjeros”. Tuvo ambición, le faltó justeza.
Crespo: Se lo extrañó. Tuvo dos claras situaciones para marcar que no aprovechó, algo imperdonable en un goleador.
C. López: protagonizó una pálida actuación, sin electricidad ni desborde. Un partido para olvidar.
C. González: Lo mejor fue el tacazo que le tiró a D’Alessandro en la jugada del segundo gol. Después, más de lo mismo.
D’Alessandro: Con Aimar, el mejor jugador argentino. Su desenfado le cambió la cara a la Selección. Tuvo su premio con el tercer gol.
Saviola: Otro desfachatado que pensó más en jugar que en las indicaciones. Le faltó profundidad.
L. González: Jugó apenas ocho minutos.