Viernes, 16 de febrero de 2007 | Hoy
DEPORTES › OPINION
Por Diego Bonadeo
Las seis selecciones nacionales americanas que participaron en la última Copa del Mundo (Argentina, Estados Unidos, Paraguay, Brasil, México y Ecuador) fueron más o menos prolijamente distribuidas en dos de las zonas de la Copa América que desde junio se jugará en Venezuela. Las tres primeras estarán en el cuarteto que completa Colombia y las otras acompañarán a Chile. Pero resulta que los grupos son tres. En el restante, el combinado anfitrión –Venezuela– recibirá a Bolivia, Perú y Uruguay. Como consecuencia de las Eliminatorias para Alemania 2006, ninguno de estos combinados participó del Mundial, aunque Uruguay estuvo cerca porque perdió el repechaje con Australia. Es cierto que, práctica generalizada mediante, en este tipo de torneos a las selecciones locales se les dan ciertas prerrogativas porque el negocio así lo exige. Pero, independientemente de lo oxigenante que resulta –para el menos que mediocre fútbol que campea por estas tierras– la evolución del juego venezolano en los últimos años, más en actitud y en aptitud que en resultados, y de la impredictibilidad a que la actividad nos tiene acostumbrados, las complicidades de las dirigencias que asistieron al “sorteo” (que habitualmente para evaluar se manejan con antecedentes deportivos más o menos inmediatos) demuestran una vez más que en la periferia del juego todo está irremediablemente perdido.
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