Lunes, 16 de noviembre de 2015 | Hoy
DIALOGOS › ALICE M. GREENWALD, DIRECTORA DEL MUSEO QUE RECUERDA LA CAíDA DE LAS TORRES GEMELAS
“Un museo no va a detener al terrorismo en ninguna parte”, reconoce la responsable del 9-11 Memorial Museum, de Nueva York. Es el lugar donde se homenajea a las casi 3 mil víctimas del peor atentado de la historia. Aquí, cuenta cómo se definieron las características del memorial, el sentido de su construcción y el significado de lo que representa.
Por Andrew Graham-Yooll
Alice M. Greenwald es la directora del Museo Memorial 9-11 en Manhattan, que se inauguró en mayo del año pasado. En su paso por Buenos Aires, donde asistió como conferenciante al encuentro de profesionales de museos de América, El Museo Reimaginado, aceptó dialogar sobre su museo, “que recuerda los hechos de un día y de mucha gente”. “Pero esto no terminó. ISIS es la metástasis de Al Qaida”, advirtió. Al momento de la entrevista, no habían ocurrido aún los atentados en París...
–¿Cómo se sitúa en contexto un museo que es una gran morgue que representa y muestra la historia en torno a una sorprendente y brutal demolición?
–Obvio es que esa pregunta nos la hacíamos a partir del momento de inicio del proceso creativo de un museo. Reunimos historiadores, educadores, curadores y comprometimos también a un gran número de ciudadanos, gente que tenía relación directa como familiares y amistades de la gente que murió en el atentado. También había que contactar a los primeros que acudieron al lugar, a rescatistas, expertos en conservación, los hombres y mujeres que trabajaron en el lugar durante nueve meses y funcionarios de gobierno. Uno de los aspectos fundamentales de este museo es que se halla en el lugar del atentado. Esa realidad requiere que lo que se instala primero de todo es rendir homenaje a las víctimas inocentes, que son casi tres mil.
–¿Hay una cifra total conocida del número de víctimas?
–Sí y no. Sí, porque hoy se conoce la cifra de 2977 muertos. No, porque desde el 9-11 ha habido gente herida en aquel momento del ataque a las Torres Gemelas que fallecieron luego, cuatro meses después, algunos... Seis años después, otros, y quizás se desconozca el total. Por ejemplo, hay un diálogo en torno a una mujer, “la dama del polvo” Marcy Borders que fue fotografiada saliendo del humo y los escombros cubierta de polvo gris. Esa mujer falleció de cáncer de estómago el 24 de agosto a los 42 años, salió su foto en muchos periódicos, y hay cierto debate en torno a si se la considera una víctima del 9-11. El criterio establecido es que toda persona herida aquel día es una víctima. Las autoridades médicas de la ciudad tendrán que decidirlo. Nosotros recordamos a 2977 personas que incluye a los muertos en las Torres, los que murieron en el Pentágono y a todos los pasajeros en los cuatro aviones desviados ese día. Además hay seis personas que murieron en el World Trade Center en un atentado en febrero de 1993, cuando estalló una bomba en un sótano.
–¿Esa fecha fue la ocasión del incidente de la bomba en el estacionamiento?
–Así es. Por lo tanto, recordamos a todas las víctimas de actos de violencia en torno a las Torres. Esa es nuestra primera obligación. En segundo término, el museo tiene que decirle a la gente lo que sucedió y el efecto que tuvo sobre los que fueron testigos. En todo el mundo vieron esa acción. Se estima que lo vieron dos mil millones de personas, un tercio de la población mundial en 2001, por televisión, mientras ocurría en tiempo real o en las repeticiones hora tras hora a lo largo del día. Es un nivel extraordinario y sin precedentes en el nivel de audiencia colectiva de un hecho. A partir de esa realidad pensamos que lo primero que hay que hacer es ayudar a la gente a recordar cómo fue ese día. Además, hay que recordar que ya asoma una nueva generación, la de los adolescentes de 14 años, los chicos del octavo grado de la escuela intermedia. Obviamente no tienen memoria de aquel día, para ellos es historia antigua. Por ello el museo tiene que mostrar lo que sucedió. La forma en que decidimos hacer eso fue, primero, narrar cómo fue avanzando ese día 11 de septiembre: a las 8.46 el primer avión desviado impactó, todo el mundo piensa que fue un accidente horrendo. Quince minutos después el segundo avión impactó y de inmediato todo el mundo sabía que esto no era un accidente sino un ataque bien coordinado. Luego vino la progresión al informe que el Pentágono había sido atacado, colapsó la torre sur, el primer edificio en desmoronarse... Minutos después, aunque no nos enteramos de inmediato, el Vuelo 93 cae en un campo en Pennsylvania y ahí nomás colapsa la torre norte. Fueron 102 minutos increíbles, el mundo se hallaba en un estado de sorpresa ante tan horrible momento. Narramos esa secuencia usando artefactos, audio, película, todo tipo de historia oral.
–Entonces, la exposición arranca con la acción inmediata. ¿Qué ocurre a partir de ahí con la observación política?
–De ahí vamos a un espacio de exposición histórica que presenta un interrogante intelectual. La primera parte pertenece al corazón, a los sentimientos, la reacción emocional ante un panorama de terror. Sacamos al visitante del corazón y nos instalamos en su cerebro para hacer una pregunta. ¿Por qué fue el World Trade Center objetivo del terrorismo no sólo una vez pero dos? ¿Qué nos representaba a nosotros y qué a los otros? Para los Estados Unidos y el mundo, las Torres Gemelas eran un emblema de poder económico, de centro de la globalización, de audacia, esos edificios eran audaces en su altura. La gente los veía como algo que representaba a los Estados Unidos. Otros, como sabemos, las vieron como un objetivo, desde hace bastante, como ser 1990. Sabemos de conspiraciones para derribarlas y que el primer intento que tuvo éxito fue en 1993. Por lo tanto tenemos que hablar de eso que no fue una acción de Al Qaida. Era un grupo liderado por un jeque de Egipto instalado en Nueva Jersey. Estaban conectados con otros grupos por medio de lo que es la gran ideología del islamismo. Por lo tanto teníamos que recorrer el camino de 1993 a 2001. Presentamos a la organización Al Qaida, cómo surge de la invasión soviética de Afganistán. Qué ideas exploraban en esa etapa. Nosotros no se lo decimos al público, dejamos que ellos mismos lo digan, para autoincriminarse. (N. del R.: La guerra soviética en Afganistán se extendió entre diciembre 1979 y 1989. Murieron entre 850.000 y 1,5 millones de civiles. Uno de los subproductos del conflicto fueron los grupos insurgentes o “muyajedín” que recibieron ayuda masiva de los Estados Unidos y de varios países islámicos.)
–¿Qué tipo de preguntas personales y de situación reciben ustedes? El discurso de mi generación muchas veces gira en torno a las preguntas, “¿dónde estabas el día que mataron a John Kennedy el 22 de noviembre de 1963 en Texas?” o si no, “¿dónde estabas cuando lo mataron a John Lennon en Nueva York el 8 de diciembre de 1980?” Hay una sensación de fecha y lugar en el recuerdo de estas situaciones que hacen a la historia de vidas individuales.
–Es un punto de comienzo. Me explico, para aquellos que no conocen el museo. Estamos bajo tierra: estamos siete pisos bajo la superficie, son unos 70 pies, o más de 20 metros. Es bastante profundo. La razón de esto es que estamos in situ de un sitio arqueológico con restos de edificios. Son los cimientos del World Trade Center. Por legislación federal de conservación estamos obligados a mostrar eso al público. Por lo tanto, la única forma de ver algo de lo que queda de lo que había es viajar hasta ahí, 70 pies bajo superficie.
–Es así como se decidió el sitio del museo...
–Y como se decidió el diseño arquitectónico, que instala a las personas en el espacio y los transporta para abajo. Pero antes de llegar se camina por un plano inclinado, suave, al espacio enorme más abajo. Es enorme, una escala difícil de describir. La magnitud de la escala era lo que hacía al World Trade Center. Lo primero que se encuentra, al comienzo de la visita, es un mapamundi con palabras en movimiento. Acercándose se escuchan voces de personas que se expresan en 28 idiomas. El mapa se fracciona en seis paneles individuales que se mueven en un mundo fracturado y se escucha a la gente decir dónde estaba cuando supieron del ataque. Decimos al principio que esto ocurría en los Estados Unidos, pero que era una experiencia global.
–Por lo tanto la pregunta válida es, ¿de todos estos millones cómo es que usted llega a ser directora de este museo?
–Yo vivía en Washington y me llamaron para invitarme a ir a Nueva York. Toda mi vida laboral la he pasado en el campo de los museos. Pasé 19 años con el Museo Memorial del Holocausto y tuve el privilegio de ser parte del equipo que, hacia fines de los ochenta, contribuyó a crear la exposición permanente en Washington, primero como asesora, luego como directora asociada. Fue para mí una educación extraordinaria de observar cómo una institución pasaba de la planificación, al desarrollo conceptual, la construcción, la compleja exploración de qué se mostraba, escenas difíciles, visualmente explícitas, material violento, todo en el ambiente pacífico de un museo. Pasamos por todo esos interrogantes: estuve en la inauguración, estuve en la transición a una institución que funcionaba, por lo que tenía la trayectoria que era adecuada al nuevo proyecto. Dicho esto, recibí un llamado de la Lower Manhattan Development Corporation, un ente que crearon la ciudad de Nueva York y el Estado de Nueva York después del 9-11 para canalizar los dineros para renovar todo el bajo Manhattan, todo, residencial, comercial, cultural. También eran responsables de crear un museo memorial. Me llamaron en 2005 y me invitaron a presentarme para este cargo directivo dado que recién en ese momento había concluido el concurso de diseño.
–Eso suena a un flor de llamado telefónico...
–Yo amaba mi trabajo y no veía cómo irme de Washington D.C. en ese momento. Además, pensé que ésta sería una tarea sumamente difícil en lo político, porque la competencia fue muy dura. A diferencia del museo del Holocausto, que se centraba en hechos de hacía más de medio siglo cuando iniciamos la planificación, en este caso sólo habían transcurrido cuatro años hasta cuando me llamaron. La gente todavía estaba de duelo y no lo vi como una buena idea meterme en eso. Pedí información, prometí pensarlo y si se me ocurría recomendar a una persona mejor. Un tiempo después tenía que ir a Berlín por cuestiones del museo del Holocausto. En el viaje saqué una descripción del proyecto. Pensé que sería bueno reunirnos a conversar el tema, aunque no pensaba aceptar el trabajo. Pero había algo de mis treinta años de trabajo en el campo de los museos que podía ser aplicable. Fui a la entrevista y tuvimos una conversación estimulante y sentí que esa gente estaría dispuesta a hacer lo que yo pensaba sería la forma de proceder.
–En resumen, ¿puede describir ese algo de esa experiencia que le parecía aplicable al proyecto?
–En los términos más simples, yo había aprendido en Washington cómo hacer un museo que contara una historia. Algo que mete al público en la historia. La presentación era teatral, se caminaba a través de la narración. Hay mucha narración fílmica que sitúa al visitante en el momento de la historia. Se hace muy real y esa era la técnica que llevé al museo del 9-11. La filmación era el medio de los años 1940. Nuestro medio hoy son los email, los mensajes de voz, los grabadores de cabina en un avión, y la televisión fue el medio que comunicó y documentó la historia.
–En la conversación que tuve con uno de los organizadores de la conferencia de El Museo Reimaginado me dijo que el Museo Memorial del 9-11 representaba no sólo la memoria pero también una especie de contraataque. Casi como una resistencia que incluye el argumento que el conocimiento era una forma de contraatacar. La percepción fue que la exposición era casi una acción militar.
–El contraataque es humanista. No usaría el término militar porque no pienso en términos militares. Yo lo veo como un museo de la humanidad y mostramos lo peor de lo que son capaz otros seres humanos en gran escala y hacerlo como un espectáculo mediático. Como seres humanos somos capaces de eso. Es horrible, pero podemos hacerlo. Por otra parte también vimos en el 911, en el día del atentado y en los días, semanas y meses de recuperación extraordinarios ejemplos de generosidad humana, de empatía y coraje. Era lo mejor de lo que somos. Vimos civiles que no dejaban a sus colegas en sillas de ruedas. Los primeros en llegar entraron a los edificios sabiendo que iban a su muerte. Hay una historia acerca del intendente Giuliani que hablaba con un funcionario de bomberos y le preguntaba si podía rescatar a la gente. El jefe de bomberos le respondió: “Puedo sacar a todos los que están por debajo del fuego”. Fue su forma de decir que no iba a poder sacar a nadie por encima del impacto. La mayoría de personas que murieron estaban ahí. Se veían a bomberos y policías cargando equipo pesado por las escaleras, subiendo hasta 70 pisos para evacuar a la gente, sabiendo que ellos quizás no saldrían. Eso es coraje. Cumplían con sus funciones más allá del empleo. En el museo se puede ver la forma en que respondió la gente a su necesidad de recordar a sus seres queridos, o cómo hacer un mundo mejor después del 9-11.
–Era increíble la cantidad de gente que se congregó alrededor del Nivel Cero, muy cerca de los escombros.
–La gente corrió al Nivel Cero para rescatar gente. Y la reacción de muchas partes del mundo fue de preguntar cómo podían ayudar. Sin embargo, el rescate dejó de ser prioridad luego del 12. Ya no había a quienes rescatar. La última persona en salir lo hizo alrededor del mediodía del 12 de septiembre. El compromiso a partir de ese momento era lograr algo de los muertos para dar a sus familias. Las circunstancias del ataque y el colapso de los edificios hizo que los restos quedaran fragmentados y degradados. La autoridad médica de Nueva York aún guarda miles de elementos y restos sin reconocer. El compromiso es que ese material queda ahí en perpetuidad y a medida que mejoran los análisis de ADN se logrará más identificación. Pero hoy, a 14 años del atentado, el cuarenta por ciento de los familiares no recibió nada de sus seres queridos. La ausencia se hace muy dura.
–¿Cómo se representa la ausencia?
–El concepto de memorial se dirige específicamente a la ausencia. En dos espacios de Nivel Cero, algo más de tres hectáreas de las seis y media hectáreas que ocupaban las Torres Gemelas hay grandes caídas de agua que llegan a un vacío. Primero la catarata llega a una especie de enorme pileta, luego fluye un pozo central y desaparece. Aquí se invierte la verticalidad de las dos enormes presencias físicas, en vez de subir, el agua baja. Los nombres de las víctimas están en los parapetos de las piletas y a la noche están iluminados. Esto trata de ausencia. El museo es una presencia, los artefactos cuentan una historia, los recuerdos se comparten, pero la caída del agua representa la ausencia.
–Puede decirse que no se conmemora a los muertos, sino que se enfatiza de una u otra manera que la gente aún permanece ahí.
–Recordamos a esa gente no por la forma de su muerte sino cómo vivieron. En nuestra exposición memorial se ven las caras y se leen los nombres. También se ve la enorme variedad étnica: murió gente proveniente de noventa países. Por lo tanto, recordamos países, etnias, las tradiciones y la fe, en todos los sectores de la economía, y las edades iban de dos años y medio a los 85. Es un microcosmos del mundo que había aquel día. Invitamos a familiares y colegas a grabar sus memorias y contarnos el tipo de historia que puede surgir en cualquier reunión familiar donde se recuerde al tío tal o la prima aquella, donde puede surgir la risa en la anécdota.
–En un programa radial allá por 2001 el poeta laureate, Robert Pinsky, convocó a la audiencia a expresar su dolor o lo que quisiera mediante la poesía. Quedó sorprendido por el aluvión de textos que le llegaron con todo tipo de expresión y escritos.
–Los usos de la poesía. Conocí una mujer que era editora de poesía en la revista New Yorker y ella explicaba las dificultades que surgían al seleccionar las piezas que se podían publicar luego de semejante experiencia. El título también tiene que ser el correcto. Hubo mucha expresión creativa porque la gente necesitaba mostrar su dolor y su conmoción. El arte es un camino. Sí, esto es un museo memorial, pero también es un museo de historia, hablamos del después en Estados Unidos y el resto del mundo. Y quisimos ser muy abiertos en cuanto a las preguntas que surgen del 9-11. ¿Cómo sabemos lo que realmente sucedió? ¿Por qué lo hicieron? ¿Quién realmente lo hizo? ¿Cuáles son los efectos a largo plazo? Todas estas preguntas y muchas más también surgen del dolor expresado en poesía y arte. ¿Cómo se puede vivir en una democracia cuando el terrorismo es una amenaza constante? ¿Cómo se protegen los derechos civiles teniendo en cuenta la seguridad nacional? Esto ha sido para nosotros enfrentar un enorme conflicto. Es difícil negociar todos estos temas.
–¿Cómo se puede saber qué más ocurría en ese día? Al fin, esto fue sorpresivo, pero ¿qué ocurría en la agenda más grande, de la ciudad o el país?
–Tengo una historia de una directora de escuela secundaria en el bajo Manhattan, Ida Dulch, que en ese 9-11 estaban recién iniciadas las clases y había estudiantes por todas partes y preguntando dónde ir y cosas así. También era el día de las elecciones primarias municipales y el colegio era lugar donde se votaba. Los vecinos entraban a la escuela y ella estaba en la puerta con su teléfono portátil (walkie-talkie). Un estudiante se acerco muy agitado y anunció que un avión había chocado con el World Trade Center. Ella trató de calmarlo pero ya le llegaban otros mensajes con la noticia. La gente votaba, los chicos miraban por las ventanas. Un guardia de seguridad le avisó a la directora que los chicos veían cosas que no debían ver. Se refería a la gente que saltaba de las ventanas. La directora se negó a cerrar el colegio, pero cuando chocó el segundo avión, cerró la elección y cerró todo, y logró sacar a los 600 estudiantes, meterlos en el Metro que aún funcionaba y los mandó a casa. A todo esto, en lo único que pensaba la directora era que su hermana estaba en el piso 105 y no salió. Tenemos su foto en el museo y la directora hizo construir una escuela en su memoria. Ese es el mensaje que el museo quiere trasmitir: está en nosotros hacer un mundo mejor.
–Si me permite cierta crudeza, esto ¿adónde nos lleva?
–Un museo no va a detener al terrorismo en ninguna parte. Eso sería muy ingenuo. Si hay gente con malas intenciones, y tienen los medios y el método para atacar, lo harán. Lo sabemos. El ser humano es capaz de acciones horrendas. Lo único que tenemos es una forma de responder. Este museo da una forma de respuesta constructiva. No estamos dando ni órdenes ni instrucciones Creo que el museo no solo es testimonio de lo ocurrido, pero también es testimonio del potencial de cada uno de lograr cambios positivos.
© 2000-2022 www.pagina12.com.ar | República Argentina | Política de privacidad | Todos los Derechos Reservados
Sitio desarrollado con software libre GNU/Linux.