Después del estallido social del 2001, proliferaron experiencias y debates sobre lo que en el mundo entero se catalogó como una novedad política argentina: formas masivas de acción colectiva que impugnaron la representación del sistema político y que discutieron en las calles sus decisiones y consignas, en medio de una crisis general. El paisaje de la protesta social de entonces estuvo impregnado de tácticas y saberes que los movimientos de desocupados y de derechos humanos ya habían anticipado, en años de laboriosa construcción territorial y simbólica.

Desde la Universidad de Buenos Aires –una de las tantas instituciones argentinas estalladas que hoy transita una agónica fase de su crisis–, la psicóloga e investigadora Ana María Fernández junto a un grupo de colaboradores de su cátedra se dedicó a investigar al calor de los hechos la formación y el desarrollo de las asambleas barriales y las fábricas recuperadas por sus trabajadores. El resultado acaba de ser publicado en el libro Política y subjetividad (Ed. Tinta Limón), que a la vez que detalla estos procesos de autogestión y democracia directa, provoca a pensar cómo estas formas han quedado instaladas en la dinámica social argentina y por qué la legitimidad del gobierno actual no puede esquivarlas.