DISCOS › MARTHA ARGERICH, A CUATRO MANOS CON MIKHAIL PLETNEV
Placer de la música muscular
Dos grandes pianistas y una formidable transcripción de un ballet de Prokofiev. También, Mi madre la oca, de Ravel. Ese es el punto de partida para una grabación extraordinaria.
Por Diego Fischerman
Transcribir una obra fue, durante mucho tiempo, la única manera de poseerla. No había discos y, muchas veces, las composiciones se tocaban una sola vez en vida del autor –o de sus oyentes–. El siglo XIX fue el siglo de las transcripciones para piano. Liszt llegó a adaptar para ese instrumento las sinfonías completas de Beethoven y composiciones tan indudablemente orquestales como la Sinfonía fantástica de Berlioz. Roland Barthes hablaba de “música muscular” para referirse a ese peculiar placer de apropiación, ya casi desaparecido. El musicólogo Peter Szendy habla, en cambio, de “escuchas firmadas”, en el caso de los transcriptores, y de “escuchas bífidas” (atentas a la vez a lo que se oye y a sus diferencias con el original memorizado) en el caso del receptor. El último disco en el que toca Martha Argerich recupera, justamente, esa tradición. Y la recupera con toda la dosis de muscularidad y placer de aquellas épocas en que para escuchar algo no había más remedio que tocarlo.
El notable trabajo del genial pianista Mikhail Pletnev, a partir de movimientos del ballet La cenicienta de Sergei Prokofiev, responde a esa tradición pero, además, con un agregado paradójico: la recuperación del estilo eminentemente pianístico del compositor. En este caso se trata de una versión para dos pianos. Dos de las cuatro manos son las de Pletnev que, además de director de la Orquesta Nacional Rusa –la primera orquesta privada creada en ese país después de la perestroika–, ha grabado uno de los discos para piano más extraordinarios de los últimos tiempos, precisamente con sonatas de Prokofiev (la segunda, séptima y octava). Las otras dos manos son las únicas que jamás podrían quedar en zaga. No sólo corresponden a alguien con una natural empatía con la música de este autor, sino a una verdadera especialista en los dúos de pianistas –los integró con Stephen Kovacevich, con Alexander Rabinovich y con Nelson Freire, entre otros– y a quien, para muchos, es la más grande pianista de sexo femenino desde Clara Wieck y una de las grandes artistas de todas las épocas. Las otras dos manos, claro, son las de Argerich, pero si hay un mérito en el CD que acaba de editar localmente Deutsche Grammophon es la dificultad para distinguir entre una y otro pianista (el folleto aclara, por las dudas, que a ella se la escucha en el canal izquierdo y a él, en el derecho).
Registrado en el Théatre de Vevey, en Suiza, el álbum se completa con Mi madre la oca, para piano a cuatro manos, de Maurice Ravel. Tanto en los nueve movimientos seleccionados del ballet de Prokofiev como en esas cinco piezas para niños (para que las escuchen, no para que las toquen) escritas por Ravel, la compenetración, la interacción, la riqueza de matices y el fraseo consiguen una fuerza conjunta aun mayor que la altura de cada uno de los intérpretes. Argerich y Pletnev logran construir un todo estilísticamente indivisible. El camino entre la orquesta y el piano, en todo caso, es un recorrido realizado varias veces. Prokofiev componía en el piano, luego orquestaba y a veces, más tarde, transcribía nuevamente para el piano. Ravel tenía a este instrumento como su primer destinatario y luego adaptaba las obras para orquesta. Aquí, los dos pianistas, sin dejar de lado su pianismo (en realidad, gracias a él pueden sobrevolar las dificultades técnicas y entender ese descomunal control sobre el instrumento como un fin y no como un medio), construyen una fantástica mímesis de la orquesta. Mímesis que toma formas totalmente distintas, desde luego, con Ravel y con Prokofiev. Si en el primero de los casos el humor y la superposición entre lirismo e impulso rítmico –que en ocasiones, como en el Gallop llega al brutalismo– llevan a Argerich y Pletnev hacia ataques incisivos y, en general, a un sonido lleno de rebordes y asperezas, en la música de Ravel hacen gala de una sutileza en el fraseo y una paleta de recursos rítmicos y de articulación infinitos. La calidad de la grabación, de una gran fidelidad, es otro de los atractivos de una edición ejemplar.