Sábado, 15 de agosto de 2009 | Hoy
ECONOMíA › PANORAMA ECONóMICO
Por Alfredo Zaiat
El análisis de las consecuencias económicas y sociales de los monopolios es uno de los preferidos de los economistas ortodoxos porque es el opuesto a la sagrada ley de la libre oferta y demanda del mercado competitivo. Por ese motivo, dado que le han dedicado especial atención teórica a ese tema, resulta un interesante ejercicio abordarlo con la guía de uno de sus especialistas. También destacados pensadores de izquierda han desarrollado importantes aportes en esa materia. Pero para este caso la explicación proveniente del liberalismo evita interpretaciones erróneas o una doble lectura sobre las próximas observaciones. N. Gregory Mankiw, profesor en la Universidad de Harvard, escribió Principios de Economía, voluminoso manual para estudiantes que se utiliza en muchas universidades del mundo, publicado por la tradicional editorial McGraw-Hill. En una de sus lecciones indica que “no todos los bienes y servicios se venden en mercados perfectamente competitivos. En algunos mercados sólo hay un vendedor, y éste fija el precio. Este tipo de vendedor se llama monopolio. Por ejemplo, la compañía local de televisión por cable puede ser un monopolio” (página 42).
El ejemplo que utiliza para comenzar el capítulo “El monopolio” (páginas 197-214) es ilustrativo para comprender desde una visión económica, tomando distancia de las pasiones políticas, futboleras, mediáticas y alianzas corporativas, la reciente ruptura del contrato que unía a la AFA con la compañía dedicada a la transmisión por televisión de partidos de fútbol del campeonato local. Gregory Mankiw señala que si el lector (de su libro) tiene una computadora personal, probablemente utilizará alguna versión de Windows, que es el sistema operativo que vende Microsoft. Cuando la compañía creada por Bill Gates diseñó por primera vez Windows hace muchos años, solicitó a las autoridades los derechos de copyright y éstas se los concedieron. Le otorgaron el derecho exclusivo a fabricar y vender copias del sistema operativo Windows. Por lo tanto, si una persona quiere comprar una copia de Windows (legal) tiene que pagar el precio que Microsoft ha decidido cobrar por su producto. Mankiw concluye entonces que “Microsoft tiene un monopolio en el mercado de Windows”.
Con el fútbol existe una diferencia que se encuentra en que los derechos exclusivos (la transmisión por cable) no fueron fruto de una creación de la compañía de televisión, sino que les fueron cedidos por sus protagonistas reunidos en la AFA. Con Microsoft, o con las empresas farmacéuticas que diseñan nuevos medicamentos, el copyright, que deriva en posiciones monopólicas, se justifica en que brinda el incentivo a la investigación e innovación. Los derechos de exclusividad de la televisación del fútbol, en cambio, no nacieron por haber creado ese juego (los autores fueron los ingleses en el siglo XIX), sino que fueron cedidos por su dueño en Argentina (los clubes afiliados a la AFA), y han servido como el vehículo para la consolidación de un grupo preponderante, en propiedad directa e indirecta, del mercado de la TV por cable. Este es el factor relevante para acercarse a este tema en clave económica: la concentración y el ejercicio del poder dominante en el mercado del millonario negocio de la TV por cable a través de los derechos de transmisión del fútbol en forma exclusiva.
Mankiw explica que los monopolios surgen porque el gobierno u otro actor social (la AFA) han concedido a una persona o a una empresa el derecho exclusivo a vender un bien o un servicio. Recuerda que antiguamente los reyes concedían a sus amigos y aliados licencias exclusivas para hacer negocios. A veces pasa que esos reyes, por razones diversas o motivos inconfesables, deciden cambiar de amigos, como se verificó en estos días.
La causa fundamental para la existencia del monopolio son las barreras de entrada: es el único vendedor (los derechos de televisación) en su mercado (TV) porque otras empresas no pueden ingresar y competir con él. El profesor destaca que un monopolio, como Microsoft, no tiene competidores cercanos y, por lo tanto, puede influir en el precio de mercado de su producto. “Mientras que una empresa competitiva es un precio-aceptante, una empresa monopolística es un precio-decisor”, indica. El profesor de Harvard menciona que “la diferencia clave entre una empresa competitiva y un monopolio es la capacidad de este último para influir en el precio de su producto. Una empresa competitiva es pequeña en relación con el mercado en el que produce y, por lo tanto, considera que el precio de su producto viene dado por la situación del mercado. En cambio, como un monopolio es el único productor (o proveedor del servicio) puede alterar el precio de su bien (o servicio) ajustando la cantidad que ofrece en el mercado”. Una manera de observar ese funcionamiento es examinar la curva de demanda: es perfectamente elástica la de la empresa competitiva que vende un producto que tiene muchos sustitutos perfectos (los que ofrecen las demás empresas de su mercado), mientras que la de un monopolio es la misma que la de todo el mercado. Por lo tanto, el precio que cobra un monopolio es muy superior al costo marginal del producto, esto es el costo adicional en que incurriría esa compañía por una unidad más ofrecida al mercado. La diferencia sustancial entre los mercados que tienen empresas competitivas y los que operan con un monopolio es que en los primeros “el precio es igual al costo marginal”, mientras que en el otro “el precio es superior al costo marginal”. Esa brecha es lo que se denomina “beneficio monopolístico” o cuasi-renta monopólica, o sea una ganancia por encima del equilibrio de mercados competitivos.
Ese funcionamiento, según Mankiw, “desde el punto de vista de los consumidores no es deseable debido a ese elevado precio”. “Como las empresas monopolísticas no tienen el freno de la competencia, el resultado de un mercado en el que hay un monopolio no suele ser el que más conviene a la sociedad”, sostiene el especialista. Agrega que “como un monopolio conduce a una asignación de los recursos diferente de la que se obtiene en un mercado competitivo, el resultado no maximiza en cierto sentido el bienestar económico total”. Para sentenciar que “siempre que un consumidor paga un dólar adicional al productor como consecuencia de un precio monopolístico, su bienestar disminuye en un dólar, y el del productor aumenta en la misma cuantía”. Esto induce a evaluar que cuando el Estado evita o impulsa a romper un monopolio está instrumentando una medida que promueve la distribución progresiva del ingreso.
Incluso desde la corriente económica ortodoxa, como la de Mankiw, se plantea la intervención de los “poderes públicos hacia los monopolios”. Al respecto, detalla cuatro actitudes: 1) tratar de que los monopolios sean más competitivos; 2) regular la conducta de los monopolios; 3) convertir algunos monopolios privados en empresas públicas; o 4) no hacer nada. Si bien sostiene la superioridad del mercado, el profesor de Harvard destaca que entre los “diez principios de la economía” (detallados en el capítulo 1 del manual de referencia) se encuentra uno que establece que “El Estado puede mejorar a veces el resultado del mercado” (página 8). Precisa que existen “dos grandes razones por las que el Estado interviene en la economía: para fomentar la eficiencia y la equidad. Es decir, medidas que aspiran a aumentar la torta económica o a cambiar la forma en que se reparte”. Mankiw apunta que los economistas utilizan el término “falla de mercado” para referirse a las situaciones en las que el mercado no asigna por sí sólo los recursos eficientemente. Una de las causas de una “falla de mercado” es el monopolio.
Estas explicaciones acerca de cómo funciona un monopolio y su impacto en la sociedad que se ofrece en el manual de economía del profesor de Harvard colaboran para ampliar la comprensión de lo que ha sido un acontecimiento impactante en la última semana. Puede haber actores políticos y sociales más o menos simpáticos, especulaciones más o menos verosímiles sobre las intenciones, interrogantes sobre el curso futuro del negocio del fútbol y la televisión, defensas corporativas e incluso incertidumbres laborales, pero lo que resulta nítido es el impacto favorable que produce el fin de un monopolio desde el punto de vista de la economía y el bienestar social.
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