Domingo, 5 de septiembre de 2010 | Hoy
ECONOMíA › OPINION
Por Alfredo Zaiat
Las acciones y bonos cotizaron con altibajos descendentes en los mismos días que la relación Gobierno y corporaciones empresarias estuvo en máxima tensión. La explicación que predominó en la mayoría de los análisis del mercado fue que ese comportamiento estuvo motivado por medidas oficiales que involucran a un grupo económico dueño de medios de comunicación. En esos días las principales plazas bursátiles contabilizaban pérdidas debido a las dudas especulativas acerca de la recuperación económica de Estados Unidos y Europa. El rumbo del mercado argentino fue parte de esa tendencia internacional. La misma con opuesta orientación fue la que predominó en las últimas ruedas, con la consiguiente alza sostenida de papeles empresarios y títulos públicos. Mejoras de cotizaciones que se registraron en un contexto donde la pelea política mediática no ha perdido intensidad. Sentencias contundentes repetidas en el espacio público como verdades absolutas, cuando no existen evidencias que las confirmen, confunden para la comprensión de las particularidades del actual proceso económico. Son preconceptos, a veces interesados para defender privilegios y otras por anteojeras ideológicas, que se instalan en el saber convencional ante la carencia de oportunas réplicas. Se aplican cuando se buscan explicaciones de política doméstica a la evolución de los precios de activos financiero o, más importante, en cuestiones estructurales para el entendimiento del funcionamiento de la economía, como esa inmediata asociación de emisión monetaria con inflación.
Cuando el Banco Central dispuso el inevitable ajuste del Programa Monetario fue como si se hubiera disparado una orden de largada para el asalto de un ejército de economistas y analistas ortodoxos. Irrumpieron en cuanto medio de comunicación al alcance para afirmar una y otra vez que esa modificación se traducirá en más inflación. El Programa Monetario modificó sus parámetros de aumento del circulante debido a que el presidente del Banco Central de entonces, Martín Redrado, los había proyectado con escaso rigor técnico en base a un crecimiento de la economía de apenas el 2,5 por ciento. El Producto estimado para este año es cercano al 9 por ciento. Esa misma carencia profesional quedó en evidencia ante la exitosa estrategia de pagar una porción de la deuda con un pequeño porcentaje de las reservas. Política que resistió generando un innecesario conflicto institucional, además de que sus pronósticos de cataclismos económicos a partir de pagar deuda con reservas no se concretaron. Por el contrario, el stock de reservas continuó subiendo y al cancelar pasivos con esos dólares se amplió los estrechos márgenes de autonomía de la política económica.
Con esa vulgar y primitiva idea de emisión monetaria=inflación han empezado a gatillar representantes de la ortodoxia desde hace varios días, incluyendo el editorial de La Nación del martes pasado. Economistas que se dedican a investigar abandonando slogans fáciles explican que quienes piensan que la banca central puede controlar la cantidad de circulante dejaron de leer sobre economía hace más o menos 20 años. Afirman que ningún ortodoxo serio en el mundo habla de la cantidad de dinero como una variable que pueda ser controlada por la banca central. Explican que lo que puede hacer la autoridad monetaria en ese sentido es manejar la tasa de interés o el tipo de cambio; no la cantidad de dinero en circulación.
Emmanuel Agis, economista-coordinador del Departamento de Política Económica de la Sociedad Internacional para el Desarrollo-Capítulo Buenos Aires, precisó en un artículo reciente que “la experiencia mundial indica que las metas cuantitativas son una pésima herramienta para gestionar la política monetaria”. Y que el “absoluto fracaso” de ese enfoque llevó rápidamente a su abandono, no sólo en Estados Unidos sino también en la mayoría de los países desarrollados. Señala que “la creciente inestabilidad de la velocidad de circulación sumada a la volatilidad de la demanda de dinero hizo evidente la imposibilidad de controlar la cantidad de dinero”. Por ese motivo, el principal instrumento de política monetaria de las bancas centrales pasó a ser la tasa de interés. Para concluir que “dado que el control de los agregados monetarios es prácticamente una quijotada, sería más adecuado replantear los objetivos y las herramientas de la política monetaria”. Para contrarrestar la corriente de confusión en esa materia que abonan los pronosticadores de la city con diplomas de licenciado de Economía, Agis rescata una ilustrativa anécdota: en 1983 le preguntaron al entonces presidente del Banco Central de Canadá, Gerald Bouey, por qué había abandonado el control de la cantidad de dinero (M). Su respuesta fue contundente. Dijo: “Nosotros no abandonamos M, M nos abandonó a nosotros”.
Detrás de la avanzada conservadora con la bandera de la inflación por motivos monetarios, se oculta la estrategia de ajuste que proponen: el Banco Central debería dejar de “emitir” para sostener el tipo de cambio. En lo que va del año, la entidad monetaria acumula compras por unos 7400 millones de dólares, monto que a principios de año el sector privado y el BC estimaba para todo 2010, según indica el economista Ramiro Castiñera de Econométrica. Esa intervención más activa se originó en que se redujo considerablemente la fuga de capitales. Frente a ese panorama, la ortodoxia obsesionada con la “emisión” de moneda propone el esquema brasileño. Este consiste en abandonar la política de acumulación sostenida de reservas, disminuir por lo tanto la emisión para sostener la actual paridad cambiaria y, de ese modo, apreciar el tipo de cambio. Esto significa la disminución del precio del dólar y el comienzo del rápido camino al déficit de balanza comercial y de cuenta corriente, para concluir en una recesión y posterior devaluación. Esta es la trampa que encierra el postulado de la ortodoxia emisión=inflación.
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