Domingo, 5 de septiembre de 2010 | Hoy
EL MUNDO › LA EXPANSION DE LAS COLONIAS JUDIAS, LA PARTICION DE JERUSALEN Y EL TERRORISMO SON TEMAS IRRESUELTOS
Los representantes de Hamas, que se opone a cualquier acuerdo con Israel, intentan dañar la imagen de la conducción oficial palestina y dejar en claro que el futuro de Palestina no podrá negociarse sin su participación.
Por Sergio Rotbart
Desde Tel Aviv
Como el primer día, también la segunda jornada de la cumbre de Washington tuvo lugar bajo el impacto de un nuevo ataque terrorista contra dos colonos israelíes (ambos resultaron heridos) perpetrado en Cisjordania por una célula del brazo armado de Hamas, el movimiento rival a la conducción de la Autoridad Palestina (AP). Con tal trasfondo de dos atentados consecutivos, resultó más que obvio que el premier israelí, Benjamin Netanyahu, no hiciera mención alguna al futuro del “congelamiento” de los planes de construcción en los asentamientos judíos erigidos en los territorios palestinos conquistados en 1967.
Si bien ese “gesto” adoptado por el gobierno israelí vence el próximo 26 de septiembre, no está claro si tal fecha marcará la reanudación de la política previa, es decir la reanudación de la expansión colonizadora en Cisjordania, o la adopción de algún tipo de compromiso que satisfaga a ambas partes. La dirigencia palestina ha advertido insistentemente que cualquier regreso a la ampliación edilicia de los asentamientos implicará el cese inmediato de las negociaciones. Por su parte, Netanyahu le dijo al presidente norteamericano, Barack Obama, que el tratamiento de la cuestión de la suspensión de la construcción en los territorios en disputa es meramente “secundario”. El dirigente israelí agregó que él aspira, en cambio, a alcanzar un “marco de principios” acordado que luego sería extendido a un acuerdo específico.
Como auspiciantes del proceso de diálogo directo entre las partes, los norteamericanos son muy conscientes de que ese tópico constituye una disputa hasta el momento irresuelta, y tal vez su expectativa está pendiente de que hasta el 26 de septiembre Netanyahu le proponga a Abbas alguna solución atractiva en uno de los temas nucleares que conforman la agenda del acuerdo permanente. Por ejemplo, el diseño de un mapa de los territorios cisjordanos que serán evacuados por Israel, a excepción de los grandes bloques de asentamientos judíos que permanecerán bajo su soberanía, a cambio de “arreglos limítrofes” en forma de tierras sustitutas que pasarán a manos de la AP. Un esquema de ese tipo podría conducir a la siguiente fórmula de compromiso: en esos bloques la construcción de nuevas viviendas será posible, mientras que en los asentamientos aislados y alejados del límite de 1967, que serán evacuados, el “congelamiento” de los planes de vivienda seguirá en vigencia.
Desde la perspectiva de la dirigencia palestina, sin embargo, ningún mapa que no contemple la partición de Jerusalén sería aceptable. Mahmud Abbas no puede borrar un antecedente crucial: en las negociaciones de Camp David mantenidas en el 2000, cuando el entonces primer ministro israelí, Ehud Barak, le efectuó su supuestamente “generosa oferta” en materia territorial a Yasser Arafat, el líder palestino la rechazó porque ella no contemplaba la soberanía sobre la Explanada de las Mezquitas. El abismo que separa a esta posición palestina en lo que respecta a la Ciudad Santa de la negativa israelí a siquiera tratar la cuestión explica la gran reticencia de Mahmud Abbas a iniciar una negociación en condiciones a todas luces no deseadas, evidentemente obligado por las circunstancias. Su acompañante en la cumbre de Washington, el ministro Nabil Shaat, manifestó ese estado de ánimo de manera elocuente. “Estuvimos tantas veces antes en esto –confesó–, es natural que seamos temerosos y escépticos.” Además, agregó que los atentados atribuidos a Hamas “hicieron que las cosas fueran más difíciles para nosotros, a pesar de que esos ataques ocurrieron en zonas que se encuentran bajo la responsabilidad de las fuerzas de seguridad israelíes, no de los palestinos. Nosotros logramos imponer el orden en los territorios que están bajo nuestra responsabilidad, y los norteamericanos entienden esto”.
Por cierto, en los últimos años ha reinado la calma en Cisjordania. Tal es así que, durante el operativo militar perpetrado por Israel en Gaza, en enero de 2009, cuando todas las capitales árabes se estremecieron a raíz de las manifestaciones contra Israel, las ciudades de Ramalá, Nablus y Jericó eran las más tranquilas del Medio Oriente. Incluso los altos mandos del ejército israelí aseguran que los esfuerzos desplegados por la AP con la finalidad de reprimir a Hamas, para lo cual el gobierno del premier Salam Fayad colaboró con las fuerzas armadas de Israel, merecen ser condecorados. La propuesta formulada por Abbas a favor de introducir una fuerza internacional en el futuro Estado palestino le quitó al propio Netanyahu argumentos en el terreno que el líder del Likud se jacta en dominar como ningún otro.
Los recientes atentados cometidos por extremistas palestinos contra colonos israelíes volvieron a instalar el miedo al terrorismo en los medios masivos. Los representantes de Hamas, que se opone a cualquier acuerdo con Israel, intentan dañar la imagen de la conducción oficial palestina y dejar en claro que el futuro de Palestina no podrá negociarse sin su participación. Simétricamente, en el extremo del lado israelí la dirigencia de los colonos culpa a la AP por los sucesos de violencia, denuncia que las negociaciones de paz son una fachada que esconde la “verdadera cara” de los palestinos, es decir el terrorismo, y exige la inmediata reanudación de la construcción en los asentamientos de Cisjordania.
Pero Netanyahu sabe muy bien que en las carreteras en las que los colonos israelíes fueron atacados, el control de la seguridad está en manos del ejército y del servicio de seguridad del Estado que él gobierna. Acusar a Mahmud Abbas, cuyos subordinados ordenaron la detención de más de 300 miembros de Hamas a raíz de los últimos atentados, sería una provocación descabellada.
Si el súbito discurso pacifista de Netanyahu se enmarca en la intención de complacer a los Estados Unidos y de revertir el aislamiento internacional en el que está sumido Israel en los últimos dos años, la desganada concurrencia de Mahmud Abbas a la cumbre de Washington puede entenderse como la condición que le exigen los países donantes a la AP para seguir aportando fondos al “Estado palestino en ciernes”. A ello se le suma la presión ejercida por Egipto, Jordania y (si bien no abiertamente) Arabia Saudita en el sentido de apartar al conflicto israelo-palestino de la influencia iraní. En este punto, los intereses de la coalición árabe pro occidental y de Israel, que considera el avance regional de Irán una “amenaza estratégica”, coinciden. Por eso fue Hosni Mubarak, el presidente egipcio, el único que se animó a demandar no sólo de parte de Israel el fin de la expansión colonizadora en los territorios palestinos ocupados, sino también de la AP la reconciliación con Hamas, que domina la Franja de Gaza. En un artículo escrito especialmente para el New York Times, el mandatario árabe sentenció: “Los palestinos no podrán conseguir la paz si la división reina en su casa. Si Gaza no va a estar incluida en el marco de la paz, seguirá siendo una fuente de enfrentamientos y atentará contra cualquier acuerdo definitivo”.
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