Domingo, 19 de diciembre de 2010 | Hoy
ECONOMíA › OPINION
Por Alfredo Zaiat
Un integrante destacado de un equipo económico de fines de la década del noventa relataba apenado la evaluación distorsionada sobre la situación socioeconómica que tenía el jefe y los miembros de la misión del FMI cuando venían al país. En esos años de negociación permanente con esa tecnoburocracia, los funcionarios argentinos trataban de hacerles comprender que la sociedad no toleraba más ajustes de las cuentas públicas debido a que profundizaban la exclusión social y la pobreza. Como se sabe, no tuvieron éxito en obtener indulgencia de esas delegaciones del Fondo. La explicación que encontró ese protagonista para esa dureza en las negociaciones, además de la concepción económica ortodoxa del FMI, tenía que ver con el recorrido que hacían durante su estadía en Buenos Aires los participantes de esa misión.
La narración del atribulado funcionario del Palacio de Hacienda era la siguiente: “El jefe de la misión del FMI desciende del avión y rápidamente un auto con vidrios polarizados viaja por autopista para situarlo en un hotel cinco estrellas (se refería al que está ubicado en Retiro). Luego deja sus pertenencias y se acomoda en la amplia y cómoda habitación, que probablemente tiene una hermosa vista al Río de la Plata, para empezar a trabajar. Varias jornadas agotadoras tenemos con el jefe de la misión del FMI. En ese trajín, su recorrido habitual es Paseo Colón-Ministerio de Economía. En los alrededores de su cuartel observa la exuberancia del complejo Puerto Madero, la riqueza de sofisticadas construcciones que se expone a lo largo de la Avenida del Libertador, la suntuosidad de algunos edificios públicos, se divierte en La Recoleta y envidia la vida relajada que expresan los habitantes del país que pasean y corren por los bosques de Palermo. ¿Cómo podíamos convencerlo de que existía otro país, necesitado, de pobreza creciente y que no podíamos seguir ajustando?”.
Esa mirada deformada del hombre fondomonetarista estaba en función de los intereses de ese organismo financiero internacional sobre la necesidad del ajuste para garantizar el pago de la deuda, pero también estaba influenciada por esa subjetividad alimentada por esa Buenos Aires opulenta. Hoy, sin las misiones de auditoría del Fondo que tanto extrañan los conservadores, la misma conducta se replica en sentido opuesto con la situación de la pobreza en Argentina, con analistas y economistas del establishment junto a la cadena nacional de medios privados entregando una visión parcial y distorsionada. Es obvia la existencia de pobres y que un porcentaje de la población sigue con necesidades básicas insatisfechas. Que permanecen bolsones de exclusión, carencias de infraestructura (agua, cloacas, asfalto, viviendas, escuelas, salas de primeros auxilios) y marginación social. Son desafíos pendientes a saldar con núcleos familiares golpeados durante décadas de olvido por parte del sector público. Ahora bien, que aún persistan zonas de pobreza luego de varios años de crecimiento económico sostenido no significa que no haya mejorado la situación social y que los niveles de exclusión sigan siendo los mismos que los de la década del noventa. Eso es lo que la mirada distorsionada de ciertos analistas promueve con el estallido en Villa Soldati. Resulta peculiar la tarea de sensibilizar al auditorio con la pobreza por parte de los mismos protagonistas, y de sus adherentes, que lideraron y alentaron un modelo de país fábrica de pobres. No sólo expresan esa hipocresía en temas sociales, sino que también se ignoran estudios internacionales sobre la evolución de la pobreza en el país en los últimos años.
La pérdida de credibilidad del sistema nacional de estadísticas, a partir de la necesaria pero pésima participación oficial en el Indec, fue la grieta para el ingreso de representantes de la ortodoxia & otros para imitar esa mirada deformada de los miembros de la misión del FMI. Si la situación del Indec no colabora ni el sentido común de crecimiento económico y aumento del empleo y salarios convencen, los informes del PNUD y de la Cepal, ambos organismos de la ONU, vienen al rescate para poner en perspectiva la evolución de los indicadores sociales.
El Panorama Social de América Latina 2010 de la Cepal, distribuido hace un par de semanas, reúne muchísimas estadísticas y amplias evaluaciones respecto a la pobreza, ampliándola a un concepto multidimensional para no restringirlo al ingreso monetario. En ese documento se destaca que las nuevas cifras disponibles muestran que entre 2006 y 2009, la Argentina (área urbana) redujo la pobreza y la indigencia a razón de 3,2 y 1,1 puntos porcentuales por año, respectivamente. En ese sentido, resulta ilustrativo el reportaje a la secretaria ejecutiva de la Cepal, Alicia Bárcena, publicado en la edición de hoy del suplemento económico Cash.
Una idea que pretenden imponer en el espacio público es que el crecimiento económico no redujo la pobreza. Otra vez la Cepal viene a ordenar el debate. “Los cambios observados en la pobreza provienen de distintas interacciones entre el crecimiento del ingreso medio de las personas (efecto crecimiento) y los cambios en la forma en que se distribuye este ingreso (efecto distribución)”, se explica en el documento. Para precisar que en cinco de los países en que la pobreza disminuyó en 2009 (Argentina, Chile, Perú, República Dominicana y Uruguay) predominó el efecto crecimiento, mientras que en otros cinco (Brasil, Colombia, Ecuador, Panamá y Paraguay) tuvo una participación mayoritaria el efecto distribución. La Cepal también elogia que, en los últimos años, la mayoría de los países de la región ha presentado una incipiente tendencia hacia una menor concentración del ingreso. “Entre 2002 y la última estimación disponible, la brecha entre quintiles extremos de la distribución se redujo en 14 de un total de 18 países”, entre ellos la Argentina.
En el Panorama Social 2010, los especialistas de la Cepal indican que América latina ha producido cifras asimilables a la noción de pobreza multidimensional por medio de la aplicación del método de las necesidades básicas insatisfechas, que evalúa la incidencia de carencias básicas en la población, en aspectos como la vivienda, el acceso al agua potable y al saneamiento, y la educación. Con esa noción, que incluye el ingreso monetario, la Cepal concluye que “en la última década, prácticamente todos los países de la región muestran una reducción de la incidencia de la pobreza multidimensional, que en seis casos supera los 10 puntos porcentuales”. Para concluir que “la evidencia desplegada reafirma la tendencia hacia el mejoramiento de las condiciones de vida”.
Pese a las notorias mejoras en la región en la primera década de este siglo, incluyendo a la Argentina, la agenda de desafíos en materia social sigue siendo importante. Para abordarla se requiere de un diagnóstico dinámico de los procesos socioeconómicos, evitando las trampas de la mirada estática y descontextualizada que el jefe de la delegación del FMI tenía y que ahora está en poder de los profetas del caos.
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