Domingo, 10 de abril de 2011 | Hoy
ECONOMíA › OPINION
Por Alfredo Zaiat
El miércoles último el diario La Nación dedicó uno de sus editoriales a la presidenta del Banco Central, Mercedes Marcó del Pont. Desde el mismo título no ahorró descalificaciones. “Absurdas teorías de Marcó del Pont”, sentenció, para luego arrojar una seguidilla impactante: “La pobreza de sus resultados”; “estrafalarias y carentes de lógica”; “fracaso de su gestión”; “pobreza técnica inquietante”; “desafío a la lógica más elemental”; “razonamiento absurdo”; “por sofista o por su falta de preparación”; “desafío para el que no está preparada”. Para un texto de once párrafos y 917 palabras es una acumulación que empalaga, atrapado en la seducción de la adjetivación. Como no tiene la pretensión de ser un escrito literario, sino político, ese editorial refleja la inquietud de sectores conservadores acostumbrados a manejar el Banco Central, hoy desplazados del núcleo central de las decisiones monetarias y financieras.
Las bancas centrales en el mundo son un reducto histórico de los representantes del liberalismo económico, que se ofrecen como expertos en temas monetarios y bancarios. Esos especialistas son en su mayoría militantes de la ortodoxia económica con estrechas relaciones con el mercado financiero. Esa hermandad se ha fortificado con la desregulación y apertura al capital en el marco de una extraordinaria expansión de las finanzas globales. Es una sociedad que muchos gobiernos aceptan porque temen eventuales estallidos de inestabilidad financiera, que esa comunión promete evitar. En ese escenario global de hegemonía de la ortodoxia se puede comprender la resistencia a la presencia de Mercedes Marcó del Pont al frente del Banco Central.
Por años de predominio del establishment en la entidad monetaria, gran parte de sus cuadros técnicos responden a la corriente de la ortodoxia, con subterráneos canales que unen sus intereses con banqueros y cambistas. No es sencilla la tarea de transformar esa estructura que construye resistencias. Tienen su expresión pública en la reiteración de críticas monetaristas a la actual gestión del BCRA, asignándole culpa por la suba de precios. Insisten así con esa idea marcada a fuego en el sentido común que asocia en forma lineal emisión monetaria con inflación. Economistas que se dedican al mundo académico y a la investigación explican que quienes piensan que la banca central puede controlar la cantidad de circulante dejaron de leer sobre economía hace más de 20 años. Afirman que ningún ortodoxo serio en el mundo habla hoy de la cantidad de dinero como una variable que pueda ser controlada por la banca central. Explican que lo que puede hacer la autoridad monetaria en ese sentido es manejar la tasa de interés o el tipo de cambio; no la cantidad de dinero en circulación. Destacan que la experiencia mundial enseña que las metas cuantitativas no son una herramienta óptima para gestionar la política monetaria. Mencionan que el fracaso de ese enfoque llevó rápidamente a su abandono, no sólo en Estados Unidos, sino también en la mayoría de los países desarrollados. Los millonarios paquetes de rescate como el financiamiento a los gobiernos de esos países centrales en crisis, que implican la emisión de dólares y euros en cantidad, son pruebas contundentes de que esa concepción ortodoxa doméstica que atribuye la inflación a la emisión monetaria ha quedado desactualizada. O, en términos del editorial de La Nación, en una absurda teoría.
La inestabilidad de la velocidad de circulación sumada a la volatilidad de la demanda de dinero hizo evidente la imposibilidad de controlar la cantidad de dinero. Por ese motivo, el principal instrumento de política monetaria de las bancas centrales pasó a ser la tasa de interés. Detrás de la avanzada conservadora con la bandera de la inflación por motivos monetarios, se oculta la estrategia de ajuste: proponen que el Banco Central debería dejar de emitir para sostener el tipo de cambio y que, a la vez, debería subir la tasa de interés para enfriar la expansión monetaria por el lado del crédito. Además, al considerar que la inflación es por un exceso de demanda, proponen reducir el gasto público, focalizado en los subsidios. El esquema sugerido es el siguiente: dejar apreciar la moneda, como en Brasil o Uruguay, subir la tasa de interés y bajar el gasto público. El resultado sería el conocido: menos crecimiento, aumento del desempleo, incremento de las importaciones, pérdida de competitividad de la industria local, abandono de la acumulación de reservas, y fabulosas ganancias especulativas con tasas en pesos en alza y dólar en retroceso. Este sendero conduce al déficit de balanza comercial y de cuenta corriente con estación final en una recesión y posterior devaluación. Eludir ese camino es un desafío complejo, lleno de dificultades, que pone a prueba a la heterodoxia en un campo hostil. Pero lo que incomoda al establishment no es sólo que desde el Banco Central se ensaye una política diferente de la ortodoxa, sino que sus delegados no están ocupando la conducción de la institución que consideran de su propiedad.
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