Martes, 3 de mayo de 2011 | Hoy
ECONOMíA › ENRIQUE MARTíNEZ, TITULAR DEL INTI, AUTOR DEL LIBRO NUEVOS CIMIENTOS SOBRE LOS DEBATES DEL BICENTENARIO
El libro recoge los Debates del Bicentenario que organizó el INTI. Allí, Enrique Martínez desgrana discusiones sobre la organización económica de la sociedad. Justificó el accionar del Estado en la actividad empresaria en defensa del interés de la comunidad.
Por Cristian Carrillo
“La idea de que el Estado desaparecerá porque es un obstáculo va quedando atrás”, dijo el titular del Instituto Nacional de Tecnología Industrial (INTI), Enrique Martínez. Es una de las conclusiones que compartió con Página/12 en una entrevista donde repasa los contenidos del libro Nuevos Cimientos, que acaba de presentar y que recoge los resultados de los Debates para Honrar el Bicentenario, organizados por la entidad que preside. “El principal cambio de paradigma es que el interés de la comunidad está por encima de todo”, aspecto que, en opinión de Martínez, es el pilar fundamental en la discusión con los defensores del libre mercado como ordenador excluyente de la sociedad. Desde ese lugar, defendió la participación del Estado en el directorio de las empresas, la integración de directores obreros, el rol de las pymes y la necesidad de controlar y oponerse a la lógica del “lucro sin límites”. Algunos de los debates incluidos en Nuevos Cimientos formaron parte de una colección de fascículos que entregó Página/12 a sus lectores.
–El principal cambio de paradigma que el libro plantea es que el interés de la comunidad está por encima de todo. Eso define el accionar del Estado, en muchos planos, por ejemplo con la participación en los directorios de las empresas, o incluso en la ejecución concreta en la prestación de ciertos servicios o hasta en la producción de ciertos bienes. La participación del Estado en la conducción de las empresas en la Argentina surge a raíz de defender una cierta cuota de capital que se tiene, pero en otros países incluso tiene una naturaleza más profunda. Los directores obreros en las empresas tienen su origen en una legislación que busca evitar, a partir del acceso a la información, que compañías inviertan en el exterior más allá de lo conveniente para el país.
–Es lógico. La lógica de que el mercado regula al mundo se instaló no sólo en los ganadores, sino también en perdedores que quisieran ser ganadores. No obstante, cualquier proceso que implique ir en una dirección distinta de la automática exige de un control muy clarificado y regulado de parte del Estado.
–Me parece que nos falta mucho todavía. Estamos aún en el discurso. Cada vez que se avanza en esa dirección aparecen lobbies económicos muy fuertes que objetan hasta la recuperación de los fondos de las AFJP o la incorporación de directores del Estado en las empresas cuando se tiene el capital accionario para hacerlo. El nivel de confrontación es muy fuerte, pero, por suerte, con una lucidez en la ciudadanía que va creciendo y entiende que el Estado, si representa el bienestar general, tiene derecho a avanzar. La idea de que el Estado va a desaparecer porque es un obstáculo va quedando atrás.
–Es el capítulo sobre el modelo empresario que menos se puede apoyar en elementos prácticos, porque en realidad lo que se necesita es un cambio en la naturaleza básica del capitalismo: la idea del lucro sin límite. ¿Cómo se encuentra ese límite? Se lo halla invirtiendo la lógica, donde la comunidad esté primera. Pero no hay muchos ejemplos en el mundo.
–El mercado da una previsibilidad: los que ganan acumulan sin cesar y los que pierden se funden. Acá se trata de otro tipo de previsibilidad, donde a toda la comunidad le vaya bien, y eso se consigue bajo un esquema donde el equilibrio lo tiene que llevar adelante la política pública en pos de un bienestar común.
–El ganadero más exitoso en la Argentina es el que le vende directamente a un supermercado y el agricultor más exitoso es el que le vende a Cargill. Si lo traslado al terreno industrial, la imagen de éxito de muchas pymes es venderle de manera estable a una corporación; es decir, insertarse en la cadena de la corporación y convertirse en un proveedor sistemático. Esto hace que la política la definan el supermercado, Cargill o la corporación industrial. Es un destino muy limitado, porque sólo garantiza el éxito de ese segmento, pero problemas para todo el resto.
–Una posibilidad es construir cadenas de valor donde no haya una dominancia del industrializador final. Una pyme automotriz debería estar reclamando hace muchos años que tengamos en el país un auto de producción enteramente nacional y no lo hace. Cuando el ministro de Agricultura, Julián Domínguez, señaló que es una aspiración que el 30 por ciento de las exportaciones argentinas esté llevado a cabo por cooperativas, estas últimas dijeron que no es factible y que no es una preocupación central. Esa renuncia a agregar eslabones es una renuncia a agregar rentabilidad para la Nación, para mantener los márgenes privados. Si la pyme tiene como aspiración ser subsidiaria de una multinacional, sus obreros van a perder ingresos. Seguramente el empresario no, pero sí los obreros. Jamás se va a convertir una pyme en una firma grande.
–En ese tema estoy en medio de una contradicción. Argentina tiene un desarrollo nuclear muy importante, ha puesto mucho esfuerzo científico y tecnológico, y tengo la obligación de respetar ese trabajo realizado en ese campo. El debate no es energía convencional o no nuclear versus la nuclear, sino que el tema pasa por maximizar la energía auténticamente renovable: la proveniente del viento y el sol. Hay países que tienen más del 50 por ciento de su matriz energética basada en el viento y el sol, y la Argentina tiene mejores condiciones.
–Es una energía que hay que subsidiar en cuanto a la inversión, pero que en el largo plazo es competitiva. Seguro no es tan competitiva con la hidroeléctrica, pero esta última también tiene consecuencias ambientales graves.
–La Argentina está entre los diez mejores países del mundo en biocapacidad y huella ecológica. En ese sentido es un privilegiado, junto con Bolivia, Canadá o Rusia. Pero eso no impide que pensemos en términos de eficiencia en capacidad y que evitemos el desmonte masivo para sojizar o lo que se hace con el manejo de los residuos urbanos.
–La mejor alternativa es la incineración controlada.
–En este aspecto hemos retrocedido mucho en el último medio siglo. En lugar de conseguir que los empresarios rurales se hagan cargo del eslabón siguiente de la cadena de valor y promover la industrialización a escala local, hemos generado una capa de rentistas en base a la propiedad de la tierra, cediéndosela a grandes grupos que la explotan en el arrendamiento. El rentista es mucho más conservador que el productor primario, y además se desinteresa de aquel que trabaja la tierra. El trabajo manual en la tierra se ha hecho cada vez más explotado. Los que contratan a los trabajadores habitualmente no son vecinos de éstos, con lo cual no tienen ni la responsabilidad de mirarlos a la cara.
–El pleno empleo es posible si se lo toma como un objetivo directo. No se consigue a través del estímulo a la inversión. Se requiere de programas orientados a los más humildes. El Estado tiene que actuar como generador de las condiciones y capacitador de la población que lo necesita. Tiene que ser un mecanismo sistemático que reemplace a las formas asistenciales.
–El subsidio otorgado a empresas con la lógica de desgravación impositiva por trabajador a veces supera largamente el costo de inversión. El Estado tiene que utilizar subsidios, pero no puede focalizarlos en el crecimiento económico general, sino en el desarrollo productivo regional y con la gente que vive allí. La única promoción sensata es la que hace la gente que vive en un lugar y no hacia los que viven en otro sitio y vienen a usar a esa gente como trabajadores.
–Para ello se necesitan dos países convencidos: Brasil y Argentina. Brasil no está convencido y la Argentina ha tenido una política muy favorable, pero también baches en el entusiasmo. Se necesita además que el empresario nacional acompañe y la participación de las corporaciones multinacionales aquí es muy grande.
–Venezuela no entra al Mercosur porque una mafia gobierna el Senado paraguayo e impide que se apruebe su ingreso. El presidente Hugo Chávez tiene una concepción estratégica más abarcativa y generosa que en el resto de los demás países. En la Argentina tenemos esa mirada, la Presidenta la tiene, pero no tiene el vigor que tiene Chávez, porque tiene que conciliar muchos intereses. En Brasil, las presiones para actuar como subimperio son infinitas. La llave para que Brasil se incline a una solución hemisférica la tiene Argentina y no Venezuela. Brasil puede pasarla sin Venezuela, pero no sin la Argentina.
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