ECONOMíA › UN MUNDO DE BURBUJAS Y RIQUEZA CONCENTRADA
Que se acaba la plata dulce
Por Julio Nudler
El mundo se prepara para un aumento en las tasas de interés, con lo que se relativizaría uno de los rasgos que vino favoreciendo la migración de capitales hacia la periferia y, en el caso argentino, limitando las aspiraciones de los acreedores defolteados. La expectativa indica que la Reserva Federal empezará dentro de pocos meses –quizás hacia agosto– a elevar el precio de sus fondos, que está fijado en un ínfimo 1 por ciento anual. Se revertirá así un ciclo descendente iniciado con el estallido de la burbuja especulativa en 2000, cuando tanto la FED como otras bancas centrales viraron hacia políticas monetarias expansivas por los temores a una deflación. Hoy esas aprensiones han desaparecido.
Los datos ayer divulgados sobre la marcha de la economía norteamericana en el primer trimestre, con un crecimiento del 4,2 por ciento anual, junto con cierta aceleración en la suba de precios, que a nivel consumo ronda el 2 por ciento (excluyendo los volubles alimentos y la energía), inducirán la aplicación de la típica receta de encarecer el dinero para así prevenir un recalentamiento de la economía y presiones inflacionarias. Aunque, en realidad, más que los precios de bienes y servicios preocupa el alza en los activos, con el consiguiente peligro de otra burbuja.
Aunque la Unión Europa no logra arrancar, y se prevé que sólo crezca 1,7 por ciento este año, Japón y China, además de Estados Unidos, están impulsando el crecimiento mundial, que promedió casi 6 por ciento en el segundo semestre de 2003 y se situaría no debajo del 4,6 por ciento este año. Si bien en muchos bienes industriales hay oferta excedente, commodities como la soja, entre otras, están muy demandadas y con precios muy altos, en buena parte por la avidez amarilla.
Como en cierto modo ocurre en la Argentina, la convivencia de crecimiento y desempleo funciona como un arma antiinflacionaria en los países centrales. Hoy la producción puede aumentar en el mundo desarrollado sin requerir demasiados trabajadores adicionales, con lo que los ingresos generados quedan más en los bolsillos de los accionistas y las cúpulas gerenciales que en los de los asalariados. El efecto derrame del crecimiento apenas si funciona.
La riqueza se concentra y, como a los ricos no les resulta fácil consumir más de lo que ya consumen, invierten en activos diversos, de inmobiliarios a bursátiles, inflando sus cotizaciones. Sólo en Estados Unidos, y por esa asombrosa propensión a endeudarse que es propia de los norteamericanos, el consumo sigue operando como la gran locomotora. Es obvio que un repunte de tasas castigará especialmente al mercado hipotecario, pero si es moderado no causará estragos.
De manera que la laxa política monetaria de Alan Greenspan vino cebando de dinero los mercados especulativos dentro y fuera de los Estados Unidos. Según informaba días pasados The Economist, nunca estuvieron tan caras las casas en EE.UU., Gran Bretaña, España y Australia. Estas cosas siempre pueden acabar mal, arrasando la solvencia de los bancos, y por eso las bancas centrales inglesa y australiana incrementaron recientemente las tasas, buscando frenar la hinchazón.
También ha sido buen negocio para los especuladores tomar prestados dólares a costo muy bajo para reinvertirlos en títulos de deuda de países emergentes vistos con simpatía, como Brasil, o en el galopante crecimiento edilicio de Shangai, entre otras opciones. Otra fuente de mucha liquidez provino de las masivas compras de dólares y de títulos estadounidenses por parte de China, Japón y otros países asiáticos, decididos a no permitir que sus respectivas monedas se revaluasen. La contrapartida de esa gigantesca acumulación de reservas es una equivalente expansión de medios de pago locales, que genera inflación. De suerte que, si por un lado la FED debilita al dólar con su política monetaria de mano abierta, la reacción defensiva de los países asiáticos añade más liquidez aún.