ECONOMíA › SUEÑOS, CALCULOS, ERRORES Y AMBICIONES ALREDEDOR DE UNA NACIONALIZACION

Lo que se puede y lo que no se puede hacer

Desde la Constitución reformada en 1994 hasta el mismo esquema de privatización, son varios los problemas que habría que remontar para dar un paso como el de Bolivia. Las acciones de Repsol, la mediación con los socios energéticos y los sueños a archivar.

 Por Mario Wainfeld

“Sencillamente, no podemos nacionalizar los hidrocarburos como hizo Evo. Si caducáramos las concesiones, la propiedad revertiría a las provincias y no a la nación. Es uno de los muchos errores de la Constitución del ‘94. Lo peor es que nosotros tuvimos mucho que ver en ese error.” La reflexión, cuentan testigos irrefutables, surgió de labios del presidente Néstor Kirchner. La primera del plural, “nosotros”, designa a los gobernadores de provincias petroleras, incluida Santa Cruz. La autocrítica no es moneda corriente en el Gobierno. Esta tiene su interés porque alude a límites futuros impuestos por errores pasados, con la “novedad” de que esos errores no cargan sobre mochilas de terceros sino sobre la propia. “Algún día deberemos reparar ese error, cometido por inmediatismo en los ‘90. Habrá que hacer una reforma constitucional en serio, no sobre la reelección sino sobre temas importantes”, dicen que dice Kirchner. “¿Para cuándo la reforma?”, pregunta este diario a un intérprete fiel del Presidente. No ahora, no mañana, no el año que viene, es la respuesta, demasiado apaciguante para un periodista. El futuro lejano no compete a la crónica, así que es cuestión de volver al presente que arde: a Iguazú, al endiablado tramado del gas, a la fascinante dinámica político-económica de este Sur.

“Urgidos por tener recursos para enfrentar a Menem, consentimos la fragmentación de la soberanía sobre los recursos energéticos. Nos cegó la urgencia, no pensamos en el después”, reflexiona Kirchner. “Fue como votar a De la Rúa”, cuentan que compara y ese parangón, en su boca, equivale a un fuerte reproche interno. La Constitución de Santa Fe consagra en su artículo 124 que “corresponde a las provincia el dominio originario de los recursos naturales existentes en su territorio”. Esa cláusula le puso el moño a la feroz entrega del patrimonio energético nacional, lubricado con el reconocimiento de regalías a las provincias petroleras. Argentina entregó la materia prima y renunció a la renta concretando –como en tantas otras áreas– un record Guinness al desguace del Estado. No se podrá volver atrás con la brutal sencillez con que se enfeudó el futuro.

De cualquier modo, el Gobierno se propone ir revirtiendo la enorme, subsecuente, debilidad. Kirchner recibió anteayer a los integrantes del grupo Moreno, encabezados por Fernando “Pino” Solanas. Su intención no era “comprar llave en mano” las avanzadas propuestas de ese grupo (detalladas en nota aparte), perdurable paladín de la defensa y recuperación del patrimonio nacional. La mera audiencia tiene un simbolismo con aire de promesa, cuya consistencia se medirá con el tiempo. El Presidente no ahorró elogios para Pino y para el saber de Félix Herrero y comidió a Julio De Vido para dialogar con ellos.

Entre tanto, cavila acerca de cómo acrecentar el irrisorio poder con que cuenta el Estado en la empresa Repsol YPF. “Poco incidimos y poco sabemos”, rezonga un adláter presidencial, “la información se la pedimos al gobierno español”. “La relación es óptima –estipula sin hacerse ilusiones–, pero es ingenuo esperar plena franqueza de quien, a su vez, negocia con nosotros.”

La posibilidad de que Argentina readquiera acciones de Repsol es un rumor recurrente en los últimos meses. Nadie lo confirma en el Gobierno, aunque no falta quien conecte esa hipótesis con “una fantasía” que Kirchner menciona con creciente asiduidad. A fin de año, arriesga el Presidente, las reservas pueden ser iguales a las existentes antes del fastuoso pago al Fondo Monetario Internacional (FMI). “Ahí se acabarán algunas discusiones insensatas sobre la racionalidad de nuestra política”, desafía Kirchner. Quienes lo conocen, suponen que (amén de dar por cerrada una polémica) el Gobierno podría romper el chanchito. En un país devastado, es sencillo imaginar prioridades. El destartalado sistema jubilatorio podría ser uno, la recuperación de parte de la petrolera ex estatal, otro. Por ahora, queda claro, no están las reservas. Más vale, como la lecherita de la fábula, no gastar a cuenta.

Una rueda de café
y de gas para cuatro


Mucho más apremiante fue la reunión cumbre de Iguazú, que el Presidente juzgó “dura pero muy buena”, lo que en su imaginario equivale a dos elogios sumados. Cualquier periodista pagaría una buena suma para comprar el milagro de haber sido mosca y presenciar sin ser visto la charla de varias horas sostenida entre cuatro presidentes. Encuentros de esa naturaleza condensan la puja de intereses tangibles con las astucias políticas y el manejo personal de los protagonistas. El modo en que se vienen desenvolviendo esos cónclaves desautoriza cierta crítica facilista que se le hace desde atalayas de derecha. Su concreción, sus productos, no son arrebatos de divos descocados sino un cruce denso entre las necesidades políticas de cada uno y los intereses contrapuestos eventualmente compatibles de sus respectivas naciones.

La gobernabilidad democrática, el mantenimiento de la lábil legitimidad de mandatarios de países desiguales no son impurezas que dañan los etéreos mecanismos del mercado, sino ingredientes ineludibles de tratativas de largo plazo. La estabilidad política es prerrequisito de la sustentabilidad económica, máxime si ésta se pondera no sólo en función del rédito empresario sino también en términos de distribución interna de la riqueza.

A Kirchner le cupo un rol que, según los mitos urbanos, no le calza bien. Convocó el encuentro, fue el encargado de contener a los asistentes más enconados, el que debió proponer la síntesis. Por las declaraciones posteriores, parece que no desempeñó nada mal el rol.

El encuentro, según la lectura argentina, comenzó con recriminaciones severas entre Evo Morales y Lula da Silva. Muy para adentro, Kirchner comentó que ambos tenían una parte de razón en sus acusaciones mutuas. El brasileño podía sentirse afectado por el modo inconsulto en que el boliviano anunció la estatización y por el despliegue militar con que la acompañó. A su vez, los argentinos comparten con Morales un juicio muy crítico acerca del modo imperial que despliega Petrobras fuera de sus fronteras. Tras la catarsis, la charla fue muy amplia, el temario vastísimo y el documento final (burilado y sugerido por Kirchner, según cuentan en la Rosada) patentizó que la conversación no estaba saldada pero sí encaminada. Kir-chner suele elogiar la conducta de Hugo Chávez en estas tenidas. No lo hace por estar conteste con él ni por dejar de observar con preocupación la formación de un bloque Venezuela-Cuba-Bolivia sino porque lo tipifica como un político astuto, dentro de todo confiable, reconocedor de sus límites, sobre todo si no hay cámaras ni micrófonos cerca. “Es un pícaro, pero cumple, ¿eh?”, guiña el ojo el Presidente. Eso, en su imaginario, parecen ser dos loas.

Fijar el precio
es otro precio


El negocio del gas, ya se dijo en este diario, es de tracto sucesivo y prolongado. El costo de las instalaciones es como un anillo de casamiento de hierro que torna carísimo todo tipo de divorcio. El precio del gas no es uniforme en el mundo, lo que añade un factor de tensión e indeterminación al negocio. Por eso no es seria la referencia del precio del gas envasado en California que esgrimen los bolivianos pero tampoco sería justo que Brasil (muy especialmente) y Argentina (en menor proporción) se empacaran en su actual contrato con Bolivia.

“El encanto del gas es su precio”, medita con su habitual perspicacia y garbo Marco Aurelio García, asesor primerísimo de Lula. Encontrar una resultante común para ese encanto es todo un desafío a varias puntas, incluida alguna no sentada en la mesa cuadrada de Iguazú, como ya se detallará.

Brasil es el primer interesado, la industria paulista fagocita gas boliviano. Según estimaciones del mismo García, un millón de hogares brasileños se calefaccionan con fluido boliviano y un millón de autos se propulsan con ese gas. En Bolivia, ni ahí se equiparan esa cifras lo que, más allá de las diferencias de escala entre las dos sociedades, da una señal sobre lo alienado que está el pueblo de su riqueza.

En medio de un regateo ningún negociador dirá exactamente cuánto está dispuesto a ceder, pero es verosímil establecer que Bolivia se apañaría con un precio de 5 dólares y medio el millón de BTU, que es la unidad de medida internacional. Argentina se avendría a pagar algo así como 4,70 o 4,80 dólares. El encanto de ese precio se redondearía si fuera algo menor que el que concierte Brasil.

Más allá de la cumbre presidencial, el Gobierno tiene varias líneas de interlocución con el boliviano. Luis D’Elía y De Vido tienen luenga relación con dirigentes que ahora son funcionarios o legisladores de postín en La Paz. Entre ellos revistan el presidente de Yacimientos Petrolíferos Bolivianos, Jorge Alvarado; el titular del bloque oficialista de Senadores, Antonio Peredo, y el ministro de Energía, Andrés Solís Rada. En las últimas semanas De Vido y D’Elía desarrollaron esa diplomacia paralela que tanto enfada a los arrogantes profesionales de Cancillería y que tanto le gusta a Kirchner. El senador chaqueño Jorge “Coqui” Capitanich también fue de la partida. Los comedidos se toparon con un trato más distante de quienes fueron antaño sus cofrades y ahora defienden intereses nacionales, pero algo de información útil cosecharon. Por caso, que Morales piensa que debe acumular recursos cuanto antes, por fuera de las asignaciones presupuestarias, para “hacer obra” en su primer año, cuyo tercio ya está casi transcurrido. Un adelanto financiero del montante de las compras de los dos primeros años (alrededor de cien millones de dólares, guarismo accesible para los argentinos y más que rotundo para los bolivianos) podría lubricar un arreglo. El precio tiene su encanto, la plata en mano también.

Pero, además, para el Gobierno el interés central no es el consumo actual sino las potencialidades futuras. Según los –ordinariamente entre optimistas y voluntaristas– cálculos oficiales, Argentina no necesita el gas boliviano para autoabastecerse ni lo necesitaría en los próximos dos años extrapolando un crecimiento similar al actual. Pero dos años pasan pronto, y hay otros emprendimientos en carpeta. La cooperación con Bolivia debería incluir, según maquinan en Planificación y en la Rosada, el gasoducto del Noroeste. Argentina podría trocar gas por divisas pero también por obra pública compartida (un nuevo puente La Quiaca–.Villazón, sin ir más lejos) y por aportes para instalar redes domiciliarias en el país hermano o para promover radicación de plantas automotrices con motores a gas, se entusiasman por acá. “Con Chávez hacemos acuerdos parecidos, De Vido le propuso a Hugo que lo convenciera a Evo de imitarlo.” La influencia de “Hugo” sobre “Evo” está en el inventario, enciende luces amarillas pero también habilita hipótesis utilitarias.

By passing

El interesado que faltó en la mesa de Iguazú es Chile. De momento, Argentina hace “by pass” de gas que compra en Bolivia al país trasandino. El pacto “puentea” el conflicto chileno-boliviano y, por ahora, tiene anuencia silente desde La Paz. Alguno de los funcionarios bolivianos que habló con la comitiva argentina dobló la apuesta. “¿Qué problema tienen ustedes con el precio de lo que les vendemos? Pueden revenderle a Chile a más de 7 dólares el BTU.” La necesidad chilena y su carestía decombustibles podrían convalidar el precio, pero a condición de que lo sustentara un acuerdo estable y no “fatto in casa”.

Una apostilla de Palacio. Argentina también mune de gas y de electricidad a Uruguay. El viernes, en simultáneo con el acto de Gualeguaychú y con las diatribas de Tabaré Vázquez a la política ambiental del Gobierno, Uruguay pidió un refuerzo de fluido eléctrico a Argentina. Ocurrió que Brasil, por circunstancias climáticas, le disminuyó el suministro. “Se la dimos sin decir nada pero Tabaré debería registrar cuánto nos necesita” –relatan en la Rosada con vena sarcástica, que trasunta la excesiva bronca que da contexto al contencioso con Uruguay.

Pero volvamos al eje del relato. La estabilidad es otro encanto y otra viga de estructura del negocio del gas. Si bien se lee, la estabilidad política debe venir en yunta con la previsibilidad económica.

Es la política, gorilas

La necesidad “comercial” y la política de Morales no son iguales pero se emparientan. Evo debe demostrar a quienes lo plebiscitaron que la nacionalización les mejora la vida. Ha honrado su promesa electoral, lo que debería ser considerado un tributo a la seguridad jurídica si ésta no fuera sólo un pretexto de fenicios. Ahora le cabe gerenciar, con sentido democrático y popular, la riqueza recuperada.

La estabilidad de los acuerdos económicos interpela a los mandatarios políticos porque son sustrato de su propia estabilidad. La perspectiva de la integración regional facilitada por la complementariedad energética es sugestiva, aunque llena de riesgos. La historia de las riquezas extractivas en la región ha sido frustrante por demás y la experiencia jamás debe ser olvidada ni menospreciada. En la actualidad existen algunas diferencias con el pasado más recurrente. El deterioro de los términos del intercambio no se repite en estos años. El precio de la carne, la soja o el petróleo trepan más que el del software o el de los autos. Ese beneficio temporal debe ser aprovechado (Chávez cabalga sobre él para alterar el mapa político de la región) pero no debería atribuírsele rango mágico. En primer lugar nada garantiza que sea eterno. En segundo lugar, las actividades que agregan valor no sólo se justifican por su impacto económico. La industrialización apareja otros largos beneficios, sociales, culturales, educativos, laborales.

Otro hecho novedoso, al menos en el caso del gas, es que los compradores (y en alguna medida las empresas explotadoras) de los recursos naturales no son metrópolis extranjeras sino países vecinos, que deberían proponerse tareas comunes. La vecindad y el regateo pueden traducirse como puro conflicto pero son también una oportunidad. La Cumbre de Iguazú demostró que sus participantes tienen reflejos rápidos y voluntad política, un buen comienzo, ni más ni menos.

Por cierto, una integración exitosa trascendería largamente un acuerdo serio sobre precios. El megagasoducto del Sur es un ejemplo de lo que podría lograrse, un emprendimiento de largo plazo que sólo puede concretarse merced a la concertación entre varios estados. En un país cuyo Estado desapareció y cuya obra pública fue nostalgia durante más de una década, cuesta creer que esa obra pueda concretarse. El Gobierno está convencido de que sí se hará. “Para 2011 o 2012”, auguró el Presidente antenoche a este cronista, en diálogo informal. Una fecha que queda muy lejos, quizás aun después de lo que –sugiere el olfato político– podría hacerse la reforma constitucional. Pero no deja de ser auspicioso (tanto como extraño en un país muy huero de planeamiento) que se piense en algo así como el largo plazo.

A Kirchner le tocó esta semana hacer de componedor. Y aunque parezca mentira, Chávez le dio una mano. Sólo quienes desconocen la política y la reducen a un pobre relato sobre arrebatos temperamentales puedensorprenderse cuando un protagonista hace lo que necesita y no lo que más le place o es más fácil.

En igual sentido, quienes escuchan al Presidente saben que (aunque muchas interpretaciones proponen lo contrario) se identifica más con Lula o con Michelle Bachelet que con Chávez o con el muy duro Morales. Pero ocurre que Venezuela y Bolivia son clave en la región, en la que no sobra nadie. Y falta mucha pero mucha política económica.

De momento la integración es un proyecto seductor y frágil que, como decía uno de sus viejos precursores, o la hacen todos o no la hace nadie.

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Imagen: AFP
 
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