ECONOMíA › A QUE APOSTAR EN UNA ARGENTINA SIN DIVISAS
La vida después del dólar
Los dilemas del licenciado Rudiez. La historia de Marx y su peluquero. Eso que los economistas llaman tipo de cambio interno. Un país, la Argentina, que por segunda vez, en los 90, erró las señales y desalentó la generación de los dólares que precisaba para afrontar su explosiva deuda. Dónde calentará el sol estos años. Todo eso y mucho más.
Por Julio Nudler
Averiguar si el dólar seguirá subiendo en los próximos días, o si en cambio bajará como aseguran Duhalde y Blejer, es clave para resolver si comprar o no. Pero tanto o más importante es saber qué va a pasar con el tipo de cambio en los próximos años, porque ese dato sería muy útil para decidir a qué dedicarse en el futuro. En este sentido, si el licenciado Rudiez escuchara a los economistas (no es descartable que cuente con alguno entre sus pacientes), empezaría a replantearse su permanencia en la profesión freudiana, al menos desde un punto de vista monetario. Y no por una razón particular, que vaya a afectar especialmente a los psicoanalistas, sino porque la terapia debería correr, se supone, la suerte de todo no transable en la Argentina que se vislumbra para esta década: bajar en términos relativos sus precios, tarifas, aranceles u honorarios, frente al encarecimiento de los transables (es decir, los productos exportables o importables). Lo típico –porque no es más que eso– de un país donde escasearán las divisas. La historia de Marx y el peluquero puede ilustrar este asunto.
A fines de la década de los 80, cuando Daniel Marx era el representante financiero argentino ante Estados Unidos y otros países, aprovechaba sus periódicos viajes a Buenos Aires para cortarse el pelo. Lo que en Washington le costaba 10 dólares, aquí lo resolvía gastando sólo uno, por la misma calidad de servicio. Pero algunos años más tarde, ya como secretario de Finanzas, distraía un rato en sus misiones al Norte para visitar la barbería, porque gracias a la convertibilidad y a los muchos dólares que entraban al país a cambio de los bonos de deuda que colocaba el Estado, su peluquero porteño cobraba 15 dólares por igual faena.
Marcela Cristini y Cynthia Moskovits, economistas de FIEL, explican en un reciente escrito que “una forma alternativa de interpretar el tipo de cambio real es definirlo como el precio relativo entre los bienes transables y no transables de la economía”. A eso se llama “tipo de cambio interno”. Lo que ellas dicen es que cuando en un país escasean las divisas (es decir, cuando salen más de las que entran), surge un impulso a generarlas mediante el aumento de las exportaciones, y a ahorrarlas a través de un encarecimiento de las importaciones.
Para que esto se materialice debe dedicarse una mayor proporción de recursos a la producción de bienes transables, que serán exportados o con los cuales se sustituirán importaciones. Por tanto, los productores deberán recibir la señal adecuada, que no es otra sino una suba en el precio de los transables, por encima de los no transables.
Cristini y Moskovits consignan aquí una observación muy interesante: dicen que durante las décadas del 70 y del 90, en muchas economías emergentes (la argentina entre ellas) ocurrió que el rápido ingreso de capitales extranjeros determinaba un aumento temporario en el precio de los no transables (servicios) por encima de los transables, aumento que limitaba la oferta futura de divisas justamente cuando éstas debían generarse para el repago de las deudas contraídas. Y añaden que en varios casos este efecto se combinaba con el aumento del gasto público, como sucedió en la Argentina, redoblando así la presión alcista sobre el precio de los no transables.
Este proceso se empantanó localmente en la interminable recesión que comenzó en 1998, profundizada por un encadenamiento de sucesos adversos para el país en la economía mundial. Pero interesa aquí notar que la depresión implica una sistemática caída en la productividad, aunque solo sea porque se trabaja con crecientes márgenes de capacidad ociosa, y que por tanto el tipo de cambio real necesario para restablecer el equilibrio es cada vez más alto. Dicho de otro modo, hace falta una devaluación cada vez más drástica del peso. ¿Pero cuál es ese dólar: 3, 4, 5 pesos? Imposible saberlo mientras no se despejen incertidumbres varias; por ejemplo, la del arreglo a que se llegará con los acreedores externos, porque entonces se sabrá cuánto habrá que pagarles por año. Pero aun olvidándose de eso, para saber si un dólar es alto o bajo hay que estar en condiciones de correlacionarlo con una tasa de interés. El inconveniente es que en la Argentina no la hay por la desarticulación del sistema financiero. Ahora el Banco Central está procurando crear un mercado para la colocación de letras, que le servirían para absorber o inyectar liquidez, determinando así la cantidad de dinero en el sistema, con lo que induciría subas o bajas de la tasa de interés y gravitaría indirectamente sobre la cotización del dólar. Como por ahora el único mercado que funciona es el cambiario, Mario Blejer tiene un solo instrumento, que es vender o no dólares. Esas intervenciones fueron poco exitosas hasta el momento, entre otras razones porque también para el público hay un único mercado, el cambiario, y a él acude para proteger el dinero que consigue liberar del corralito.
Como por no haber mercado financiero tampoco hay crédito, la señal de precios que induciría al licenciado Rudiez a cerrar su consultorio y dedicarse a fabricar divanes por ejemplo, ya que son transables, funciona con serias restricciones. No hay nadie dispuesto a financiar un proyecto ni proveer capital de trabajo. El día que exista todo eso, el tipo de cambio real de equilibrio bajará y los terapeutas, poco a poco, podrán volver a Freud.