Cuando a mediados de marzo la Comisión Nacional de la Competencia se instaló en el Mercado de Liniers para inspeccionar presuntas prácticas anticompetitivas, productores, consignatarios y frigoríficos coincidieron en afirmar que allí funcionaba lo más parecido a un mercado de competencia perfecta. Sus defensores aseguraron que los 55 consignatarios encargados de rematar la hacienda y los más de 70 compradores autorizados garantizaban la transparencia. “Es imposible que todos se pongan de acuerdo”, señalaban a coro. Sin embargo, el viernes pasado un puñado de frigoríficos, incentivado por el Gobierno, se encargó de demostrar lo contrario. Página/12 revela a continuación cómo se gestó el lockout industrial que hizo tambalear el paro convocado por CRA.

Los productores esperaban las presiones del secretario de Comercio Interior, Guillermo Moreno, “invitándolos” a enviar ganado a Liniers para que los efectos del paro no se notaran. Esas “sugerencias” existieron. Sin embargo, la sorpresa vino del lado de la demanda. El viernes ninguno de los principales frigoríficos que venden carne en el mercado interno se presentó a comprar hacienda. El resultado fue impactante: de las 12.482 cabezas que ingresaron al mercado sólo se vendieron 1997, un hecho inédito en los 105 años de historia de Liniers.

Productores y consignatarios le echan la culpa de lo ocurrido al titular de la Oficina de Control Comercial Agropecuario, Marcelo Rossi, y al jefe de Gabinete del Senasa, Carlos Milicevic, un “pingüino” oriundo de Río Gallegos, que fue director general de Agricultura y Ganadería cuando Kirchner era gobernador de Santa Cruz. Ambos funcionarios se reunieron el miércoles con los presidentes de Cadif y Ciccra, las dos cámaras que reúnen a los frigoríficos consumeros (que venden al mercado interno). Sin embargo, desde el Gobierno aseguran que la reunión no fue para presionar a los empresarios, sino para comunicarles la flexibilización de algunas normas tendientes a agilizar la faena durante el paro.

Más allá de lo verosímil que resulte la versión oficial, lo cierto es que los principales empresarios de la industria se encontraron al día siguiente, en la reunión habitual que suelen tener los jueves por la noche, y acordaron no concurrir a Liniers. Los protagonistas del lockout fueron los frigoríficos Penta y Nueva Escocia (propiedad de Juan Carlos Delaney, quien también posee Ganadera Arenales), Frigorífico Las Heras y San Roque (de Eduardo Iezzi), Planta Faenadora Bancalari (faenadora principal de Supermercado Disco, controlada por José Soma), Cotrafriya (Cooperativa de Trabajadores), Amancay Pilar y Deltacar (faenan para Carrefour y Norte) y el Supermercado Coto. Todas las fuentes coinciden en que nadie toma una decisión en el mercado sin consultarlo con esos nombres.

Los frigoríficos pueden haber sido presionados por el Gobierno para iniciar el lockout. Sin embargo, también tenían sus propios motivos para boicotear el paro. Cuando los precios bajaron en Liniers sólo una parte llegó a la carnicería. La diferencia la absorbió la industria, acrecentando su renta. Además, el Gobierno supo seducir a esas empresas con subsidios millonarios que todavía están vigentes. El paro del campo estaba alterando un statu quo que los favorecía y los industriales salieron a marcar el terreno con una jugada que también los fortalece para la negociación que deberán encarar con los productores si quieren volver a recrear un frente común. Por ahora lo único claro es que la movida del viernes dejó nocaut al ruralismo confederado. El paro que impulsaron no se notará en Liniers y ayer, luego de varias idas y vueltas, aseguraron que no extenderán la protesta más allá de lo previsto, dejando en evidencia sus dificultades internas. Es probable que, en el futuro, campo e industria vuelvan a cerrar filas, pero será muy difícil que puedan volver a hablar de Liniers como un mercado de competencia perfecta.