Jueves, 28 de agosto de 2008 | Hoy
EL MUNDO › EL CANCILLER KOUCHNER ALERTó SOBRE EL AVANCE RUSO EN CRIMEA, UCRANIA Y MOLDAVIA
Los medios franceses reflejan el temor que existe en Europa occidental al resurgimiento de la ex Unión Soviética y el gobierno de Nicolas Sarkozy condenó con lenguaje diplomático el reconocimiento que hizo Moscú de la independencia de Osetia del Sur y Abjasia.
Por Eduardo Febbro
Desde París
La disputa por dos territorios situados en el Cáucaso, Abjasia y Osetia del Sur, desencadenó una mutación tan rápida como impensable en el espacio de las relaciones internacionales. Luego del reconocimiento de la independencia de ambos territorios separatistas formulado por Moscú, las capitales occidentales se despertaron ayer con expresiones que abarcan todo el abanico del lenguaje diplomático para condenar a Moscú. Sin embargo, como lo resume en su primera plana el vespertino francés Le Monde, “el golpe de Moscú deja a Europa desamparada”. Aunque los dirigentes del Viejo Continente argumenten que el resurgimiento de Rusia como imperio a través de la independencia de Abjasia y Osetia del sur no implica una reactualización de la Guerra Fría, las características del antagonismo se asemejan en mucho a esa guerra fría que se inició en 1947, luego de que el entonces secretario de Estado norteamericano George Catlett Marshall lanzara el plan económico que lleva su nombre con el propósito de reactivar las economías de la Europa occidental azotada por la Segunda Guerra Mundial. Considerado hostil por Moscú, el plan Marshall dio lugar a uno de los enfrentamientos más extensos de la historia.
Carrera armamentista, creación de la OTAN en 1949 seguida por el Pacto de Varsovia que agrupó a los países del orden comunista, crisis de los misiles en Cuba (1962), conflictos de todo tipo como los de Corea y Vietnam, en donde cada potencia apoyaba a un campo distinto, invasión de Hungría (1956) y de Checoslovaquia (1968), ocupación de Afganistán por los soviéticos (1979), apoyo norteamericano a las más hediondas dictaduras que haya conocido América latina en los años ’60 y ’70, despliegue de euromisiles de la OTAN en el Viejo Continente (1983): larga es la serie de episodios y enfrentamientos por otras vías que caracterizó la Guerra Fría y que concluyó con la llegada de Mijail Gorbachov a la cabeza de la ex Unión Soviética (1985), la posterior caída del Muro de Berlín en 1989 y, acto final, la firma en París el 19 de noviembre de 1990 de una declaración común entre los entonces 16 países de la OTAN y los seis del Pacto de Varsovia en la que se pone término a la Guerra Fría.
Pero la crisis que se forjó en Georgia parece reactualizar ese esquema. Los países europeos reiteraron ayer su oposición a la decisión de Rusia de reconocer la independencia de los dos territorios separatistas georgianos. Más aún, el canciller francés, Bernard Kouchner, evocó una nueva amenaza: la posibilidad de que Rusia extendiera sus ambiciones a otros territorios. Según Kouchner, “es muy peligroso, (...) hay otros objetivos que uno puede suponer que son objetivos rusos, en particular Crimea, Ucrania y Moldavia. ¿Tiene que haber un enfrentamiento? Yo espero que no..., que se opte por una solución política”.
Francia, que asume actualmente la presidencia semestral de la Unión Europea, convocó para el próximo lunes 1o de septiembre a una cumbre de la Unión Europea en Bruselas a fin de que los 27 Estados miembros adopten una posición común. Ayer también, el presidente francés, Nicolas Sarkozy, acusó a Rusia de operar “un cambio unilateral de las fronteras” e interpeló a Moscú para que, sin demora, retire las fuerzas militares presentes en Georgia “hasta las líneas anteriores al estallido de las hostilidades”. Pero ningún analista cree que la geografía política vuelva a su orden anterior. La responsabilidad del movimiento que se produjo incumbe tanto a los occidentales como al presidente de Georgia, Mijail Saakashvili, que cayó en la trampa de las provocaciones rusas alentado por el apoyo que Washington le prometió en caso de tensiones con Moscú. En la primera semana de agosto el presidente georgiano decidió recuperar por las armas el control del enclave osetio, independiente de facto desde 1992. Moscú respondió militarmente y el 12 de agosto el presidente ruso dio por terminadas las operaciones militares y aceptó el plan de paz de seis puntos negociado por Nicolas Sarkozy en nombre de la UE. Pero su pleno respeto quedó entre las sombras hasta el reconocimiento de las independencias, que, en efecto, produjo un cambio de fronteras. Las buenas relaciones que marcaron el estilo de los contactos entre europeos, norteamericanos y rusos desde el fin de la Unión Soviética no sobrevivieron a las tensiones en el Cáucaso como antes habían sobrevivido a las dos guerras de Chechenia y a las atrocidades cometidas allí por el ejército ruso. El bombardeo de la OTAN en Kosovo y en Serbia (1999) alimentó en Moscú un sentimiento de humillación y de revancha. La historia se dio vuelta y Moscú se tomó la suya. Tal como lo explicaba ayer en las páginas de Libération el especialista en relaciones internacionales François Heisbourg, “estamos asistiendo a un auténtico giro. Los rusos se han colocado en una situación de hostilidad sistemática. Ya no están en una lógica de entendimiento y de cooperación sino de desafíos múltiples”. Nicolas Sarkozy reiteró el miércoles que nadie quería “volver al tiempo de la Guerra Fría” y aclaró que “la OTAN no es un adversario, sino un socio de Rusia”. Tal vez los historiadores encuentren otra definición para esta fase antagónica y no la llamen “guerra fría”. Falta el adjetivo pero queda la raíz: la guerra.
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