Domingo, 19 de junio de 2011 | Hoy
EL MUNDO › OPINION
Por Eric Nepomuceno
El cerro de Mangueira, en Río, abriga la más tradicional y popular escuela de zumbó de Brasil. Es cuna de lo mejor que creó el zumbó. Abriga mucha memoria, arte popular, mucha historia. Abriga también a una poderosa y violenta banda que controla buena parte del tráfico de drogas de la ciudad.
Especie de fortaleza incólume e inexpugnable, el cerro y su favela de casi 50 mil moradores amanecen hoy absolutamente cercados. Trátase de la implantación de otra de las UPP –las Unidades de Policía Pacificadora–, la 18ª que el gobierno de Río decidió instalar en buena parte de las 1020 favelas existentes en la ciudad. Para “pacificar” el cerro tan emblemático estaba previsto que al amanecer de este domingo 400 hombres de la policía militar, apoyados por 15 blindados de la marina, un número no divulgado de helicópteros de guerra de la fuerza aérea brasileña y gruesos contingentes de policías civiles y federales, invadiesen la favela. El cerro de Mangueira está cerca del Maracaná y de otros puntos importantes para el Mundial de 2014 y de los Juegos Olímpicos de 2016. Dice el gobierno de Río que, una vez instalada la UPP y “pacificada” la favela, alrededor de 300 mil habitantes serán beneficiados.
Bueno: lo primero que hay que entender es cómo se da ese cálculo, ya que en la Mangueira vive poco menos de la sexta parte de ese total. Fácil: para la secretaría provincial de Seguridad Pública se considera beneficiada la parcela de la población que vive en un radio de dos kilómetros de un cerro controlado por los narcotraficantes. ¿Por qué dos kilómetros? Porque es el alcance de un tiro de fusil. Así las cosas. Acorde con el raro cálculo de las autoridades, en los últimos dos años han sido beneficiados poco más de un millón de cariocas, gracias a las UPP.
Ocurre que, una vez más, se repetirá la misma práctica registrada en las 17 ocupaciones anteriores. Desde hace varios días las autoridades anuncian a los cuatro vientos el operativo de hoy. Gracias a eso, los jefes y subjefes y sub-subjefes ya se largaron rumbo a otros cerros, de tal forma que no habrá resistencia alguna. Dentro de pocos días volverá, aunque en escala mucho menor, el negocio de la venta de drogas. Ya no se verán grupos de muchachos fuertemente armados, no habrá leyes y limitaciones impuestas a punta de fusil, no habrá secuestros y asesinatos como muestra de quien detiene el poder total sobre la población. Tampoco, o al menos eso se espera, habrá incursiones policiales violentas, ni extorsiones por doquier. Arreglos entre traficantes y policiales se darán de manera más discreta, y costarán menos al narcotráfico.
Habrá otros beneficiados: en los alrededores del cerro, los precios de los inmuebles aumentarán, el comercio verá cómo se incrementan sus actividades, y bajará de manera impresionante el número de atención a víctimas de tiros en los hospitales.
¿Qué será de los traficantes que huyeron? Ningún problema: buscarán abrigo en otras favelas y seguirán controlando la venta de drogas y armas. Hasta hace poquitos días, la misma Mangueira era el puerto seguro de jefes y jefecitos escapados de favelas invadidas que recibieron Unidades de Policía Pacificadora. Esa especie de acuerdo tácito y jamás reconocido entre traficantes y policías resulta, es una máquina aceitada. Buen indicio de que el negocio de la droga sigue funcionando normal está en los precios, que siguen estables.
Hace poco, el mismo secretario de Seguridad Pública de Río, José Mariano Beltrame, admitió lo que es obvio: de nada sirve ocupar un cerro y controlar una favela si luego no se ofrecen condiciones de vida mínimamente dignas a sus habitantes. Si el Estado no se hace efectivamente presente. Si no se va más allá de asumir el control geográfico y dejar que todo lo demás siga como antes.
Hasta ahora, dos o tres de las favelas “pacificadas” se transformaron en atracción turística para jóvenes de las clases medias o visitantes extranjeros que se encantan al conocer la vida típica y pintoresca de los pobres. Que ofrecen a los típicos visitantes comidas típicas, bebidas típicas y cantan sambas típicos. Las otras favelas siguen a la espera de algo más que policías manteniendo traficantes alejados.
Los moradores de las favelas siguen reclamando que se implanten proyectos sociales, condiciones sanitarias mínimas, en fin, que saquen el “territorio pacificado” de la marginalidad. El gobernador de Río, Sergio Cabral, de palabra tan fácil como inconsecuente, asegura que todo está bien y que antes de diciembre habrá en las favelas “pacificadas” proyectos de inclusión social y cursos de capacitación profesional. Ya el alcalde de la ciudad, Eduardo Paes, una especie de muñeco que padece de incontinencia verbal, optó por la vía rápida: decretó que donde exista una UPP pase a haber una “comunidad”, y no una favela.
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