Domingo, 2 de octubre de 2011 | Hoy
EL MUNDO › EL EX CANCILLER BRASILEÑO CELSO LAFER HABLO DE LA PRIMAVERA ARABE Y SU IMPACTO EN LATINOAMERICA
Según el veterano diplomático brasileño, la revuelta es un movimiento de la plaza, no del palacio, y tiene una dimensión de participación popular. El rol de la ONU y Turquía en Medio Oriente y de Unasur y Mercosur en América latina.
De visita en Argentina, el ex canciller de Brasil Celso Lafer dialogó con Página/12 sobre el alcance de las rebeliones en el mundo musulmán. El doctor en Ciencia Política fue ministro de Relaciones Exteriores durante los gobiernos de Collor de Mello (1992) y Fernando Henrique Cardoso (2001/02), a quien atribuye el comienzo del estrechamiento de los vínculos entre los países de la región. Tras recibir el título de Doctor Honoris Causa por la Universidad Nacional de Tres de Febrero, Lafer dice que Latinoamérica es hoy una región más densa en comparación con la década pasada, debido a las nuevas izquierdas en Venezuela, Perú, Bolivia y Ecuador. “Hay más diferencias de percepción sobre el funcionamiento de las cosas. El manejo de la cooperación de la concertación hoy sigue siendo importante, pero también más difícil por la heterogeneidad”, dice el ex canciller.
–¿Se puede trazar un paralelismo entre la horizontalidad de la Argentina de 2002 de las asambleas con Egipto de 2011, donde hay una coalición que presiona desde las bases para que se lleven a cabo las promesas del gobierno interino?
–Hay tres palabras con similitudes que sirven para entender estas experiencias. Revuelta, rebelión y revolución. Rebelión tiene que ver con la desobediencia e insatisfacción, y con crítica a la autoridad. Revuelta es querer volver atrás, insatisfacción con el presente y el mal funcionamiento de instituciones, de corrupción, falta de horizontes y perspectivas. En Europa hay una combinación de revuelta y rebelión. Normalmente los rebeldes y revoltosos son minorías. Lo que pasó en Argentina en 2001 y 2002 con las manifestaciones de disconformidad, no fue un elemento minoritario. Tanto la rebeldía como la revuelta son movimientos de la plaza, no del palacio, y tienen una dimensión de participación popular. Lo que pasó en Egipto fue algo imprevisible que no estaba en los planes, así como tampoco lo estaba el derrumbe del Muro de Berlín. Fue una aspiración de liberación de la opresión económica y política. La liberación de la opresión no lleva automáticamente a la construcción de la libertad, que requiere de instituciones apropiadas. Si uno mira la Primavera Arabe, uno ve un momento de esperanza importante, de determinación, que se verá más adelante qué características tendrá.
–¿Se puede hablar de rebelión popular en Libia después de la incursión con helicópteros Apache de la OTAN?
–Si no hubiera existido una intervención humanitaria, los rebeldes habrían sido masacrados en una escala significativa.
–El Consejo de Seguridad no se pone de acuerdo para imponer sanciones a Siria o intervenir para proteger a los civiles por la negativa de Rusia y China. ¿Por qué ocurre ello?
–La resolución del Consejo de Seguridad bajo esta idea que hoy circula en la ONU es sobre la responsabilidad de proteger. Es un concepto en desarrollo justificado cuando se trata de crímenes que son tipificados como de lesa humanidad por el estatuto de Roma. La intervención en Libia fue mucho más allá de los poderes consentidos por el Consejo de Seguridad, con consecuencias importantes. Es por eso que la presidenta Dilma Rousseff en su discurso ante la Asamblea General, dice que las responsabilidades de proteger deben ir acompañadas de las responsabilidades al proteger. Lo de Siria fue un imprevisto inesperado, porque la gente creía que (el presidente) Al Assad tenía un control muy significativo sobre la sociedad, cosa que no ocurrió. Siria tiene equilibrios internos entre minorías que complejizan el caso. Los alawitas, los católicos y los kurdos son un ejemplo de ello. Turquía, que siempre fue un aliado del régimen sirio, retira el apoyo anterior.
–Con una fuerte imagen de su primer ministro recién reelecto, ¿Turquía se erige como la potencia populista más importante del mundo musulmán?
–Hoy hay un momento de retrotraimiento y una presencia fuerte de Turquía, que como hace 20 años, se vuelve un actor de peso para la región. Turquía ocupó un papel geopolítico importante durante la Guerra Fría. Turquía buscó un rol más activo en la Europa comunitaria, que aún no ha logrado. Está en un período de crecimiento económico y democrático hasta ahora con buenos resultados. Hay una contención de la acción de los militares, y por otro lado una disminución de la laicidad del estado turco, dentro de las reglas democráticas. Es natural que Turquía pueda en estas circunstancias volver a tener un rol como un actor en una región, donde antes era vista como el Imperio Otomano.
–¿Cuál es el proceso político por el cual los países de Latinoamérica priorizan más las relaciones entre ellos, desde que usted fue canciller?
–El presidente Henrique Cardoso le dio mucha importancia a América del Sur. Tuvo la percepción de que la idea era importante, pero muy amplia para ser operativa. Entonces en 2000 hizo la primera reunión de jefes de Estado de América del Sur. Quería la mejor economía de su geografía. Nuestra misión era ver en qué medida el acercamiento del Mercosur iba a crear bloques de construcción. El gobierno de Lula siguió en esta dirección. Unasur es una expresión más político-activista que económica. Posibilitada también por la consolidación de la economía y la sociedad brasileña en el período Cardoso, y por condiciones más favorables del entorno internacional en la actualidad.
Informe: Juan Nicenboim.
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