Domingo, 2 de octubre de 2011 | Hoy
EL PAíS › OPINION
Por Martín Granovsky
Los periodistas no son historia. Sólo la cuentan. Aquí va un cuento que comienza, viva la contradicción, con un título donde el periodista es parte de una historia. Dice: “Martín Granovsky: Foi preciso um argentino defender Lula en París”. Traducción del portugués: “Martín Granovsky: Fue necesario que un argentino defendiera a Lula en París”.
El martes último, Página/12 publicó un artículo con el título “Los esclavistas contra Lula”. Relataba la perplejidad de dos argentinos, el aludido defensor de Lula y la historiadora Diana Quattrocchi Woisson, cuando un grupo de periodistas brasileños cuestionó con argumentos clasistas al director de Sciences Po, el prestigioso Instituto de Estudios Políticos de París, Richard Descoings. Monsieur Descoings había resuelto darle un doctorado Honoris causa al ex presidente Luiz Inácio Lula da Silva y fue castigado como los romanos hacían con los galos de Asterix. ¿Cómo premiar a un señor que no tiene título universitario? ¿A un tornero indigno de su antecesor Fernando Henrique Cardoso? ¿Al campeón de la corrupción en el Brasil? ¿Acaso era una concesión a un presidente desfavorecido por su origen social? ¿No sabía el profesor Descoings que Lula había cercenado los derechos humanos y la libertad de expresión?
El mismo martes Carta Maior, de Brasil, tradujo y publicó el artículo. Otros blogs hicieron lo mismo. En Vi o mundo, Luiz Carlos Azenha puso el título que aún sigue dando vueltas, el de “Foi preciso um argentino”. A las cinco y media de París, las doce y media del mediodía en Buenos Aires o Recife, Lula ingresó con una toga negra en el auditorio de Sciences Po. A esa hora la nota circulaba por Brasil y Francia y ya habían empezado a llegar los primeros mails.
“Mi nombre es Gerson Alves de Souza”, decía uno. “Soy brasileño, coterráneo del ex presidente Lula (nordeste de Brasil) y ejerzo la profesión de militar del ejército brasileño. No hay duda de que la ‘gran’ prensa brasileña realmente es esclavócrata, elitista, mediocre y golpista.” Escribía el señor Alves que se trata de la “elite blanca” y que los grandes medios son “un monopolio de media docena de familias tradicionales, oriundas del régimen esclavista brasileño del siglo XIX”. Y terminaba: “Aunque uno podía esperarlas, fue repugnante enterarme de las preguntas hechas por los periodistas brasileños en Sciences Po. Felicitaciones por la clase de periodismo dada a los brasileños serviles y felicidades para usted y para el pueblo argentino”.
Texto de Luiz Carlos da Silva: “Hoy vivimos un momento mágico, con crecimiento, respeto y principalmente valorizando a nuestra gente y a nuestra economía. ¡Muchas gracias por su texto! Soy un gran hincha de los deportes argentinos, tenis, basquet, hockey y, claro, fútbol. Todo gracias al gran Tevez, que jugó en el equipo de mi corazón, el Corinthians”.
Humberto Mafra envió un abrazo y dijo que “esos detalles de bastidores son muy preciados, porque reflejan la esencia de una situación”.
Vera Lucia de Oliveira pidió: “Sepa que los brasileños no odiamos a los argentinos, como los medios bandidos de aquí quieren hacernos pensar, y yo sé que también es así a la inversa, que los argentinos no odian a los brasileños”.
El señor Rilke Novato Publio, vicepresidente de la Federación Nacional de Farmacéuticos, dijo que la elite brasileña “jamás admitirá que este país debe muchas de sus conquistas recientes a un gobierno comprometido con su pueblo, cuyo presidente era un tornero mecánico, o sea de origen muy pobre, que con la inteligencia política de un gran estadista llevó a Brasil a niveles políticos y económicos nunca alcanzados antes”.
Luciana de Assis Pacheco, de la Universidad de Campinas, dijo que se sintió emocionada “sobre todo porque vos sos mi vecino sudamericano”. Escribió que “nos sentimos bien cuando conocemos buenos vecinos” y que se acordó del “sentimiento de fraternidad” que experimentó cuando leyó de joven Las venas abiertas de América Latina de Eduardo Galeano.
Una periodista brasileña, cuyo nombre se mantiene en reserva hasta que ella disponga lo contrario, contó esto: “Soy una minoría entre mis colegas, ya cansada de discutir con una elite mal informada y llena de prejuicios. A los de la Casa Grande no les gusta que un obrero metalúrgico represente la imagen de Brasil en el escenario internacional. Habría muchas críticas para hacerle al gobierno de Lula. Pero deberían basarse en hechos y no en prejuicios”.
La Casa Grande era la mansión de los esclavistas en las plantaciones.
Los periodistas son (¿somos?) gente presumida. Pero hasta el más presumido sabe que si una nota se convierte en historia no es por su genialidad, sino porque alguna cuerda habrá tocado. ¿El prejuicio descubierto con toda su desnudez entre bambalinas y presentado sin vueltas? ¿La sintonía elemental con el 84 por ciento de popularidad de Lula? ¿La fraternidad sudamericana? ¿Una identidad común expresada con palabras? ¿Esa expresión escrita no en San Pablo o Buenos Aires sino afuera de Sudamérica, en París? Las cosas que puede provocar Lula. Por suerte el martes, en Sciences Po, cuando caminaba con su toga negra rumbo al escenario, un grupo de estudiantes brasileños lo saludó levantando la bandera verde y amarilla como si entrase la selección.
En su agradecimiento por el Honoris causa, el primero entregado por Sciences Po a un latinoamericano, Lula dijo que no tenía título universitario pero que había sido el presidente que más universidades creó. Que los pobres pasaron a ser tratados como ciudadanos. Que se terminó “el mito elitista de que la calidad es incompatible con la ampliación de posibilidades”. Que el doctorado no es para él sino para el pueblo brasileño. Que el salario mínimo aumentó un 62 por ciento. Que en el mundo “la esperanza progresista surge de los vientos de América del Sur”. Que Sudamérica no es más el lugar de los problemas insolubles sino el de las esperanzas.
Contó Lula que todos los 23 de diciembre, antes de Navidad, se reunía con los cartoneros de San Pablo. Nunca le pedían nada y entonces un día él tomó la iniciativa de tramitar un crédito del Banco Nacional de Desarrollo para ellos. Dijo también: “El pobre pide poco. Y es agradecido. El rico pide un millón. Cuando se lo das, sale y se queja. ‘Quería dos y éste me dio sólo uno’. El que está equivocado no es el que protesta, sino el que no escucha al que protesta. La juventud de Egipto, de Libia y de Túnez no habla de poder, sino de esperanza y de dignidad”.
Cuando llegó a París, Lula venía de Washington, sede del Fondo Monetario Internacional. Se rió: “Cuando Brasil estaba en crisis eran todos sabihondos. En 2008, cuando cayó Lehman Brothers, los sabihondos no sabían nada. Y ahora tampoco. Lo que pasa es que Europa necesita decisiones políticas, no económicas. Y rápidas. Lo que demanda la crisis griega es hoy cuatro veces más de lo que demandaba cuando empezó. ¿Por qué hay que respetar tanto la herencia de (Ronald) Reagan y (Margaret) Thatcher y seguir desmontando el Estado mientras privatizan todo? Lo llamé a Obama y le conté que en Brasil fueron claves tres bancos durante la crisis: el Banco de la República, el Bndes y la Caixa Federal. Le pregunté si ahí no tienen bancos. Me dijo que sí, que eran los que habían provocado la crisis”.
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