Domingo, 2 de diciembre de 2012 | Hoy
EL MUNDO › ESCENARIO
Por Santiago O’Donnell
Al nuevo presidente de Egipto le dicen El Faraón, porque se quedó con todo el Poder Ejecutivo, Legislativo y Judicial y ahora quiere imponer una constitución escrita exclusivamente por sus simpatizantes. Para imponer la nueva constitución, el presidente anunció que sus superpoderes expiran el día en que entre en vigencia la nueva Carta Magna, que antes debe ser aprobada por plebiscito nacional. Como incentivo para votar una constitución, suena bastante extorsivo: o la aprobás, o sigue la dictadura. Tampoco hay por qué creerle al presidente egipcio Mohamed Mursi, apodado El Faraón. Prácticamente no existen ejemplos en la historia de autócratas que renuncien voluntariamente al poder absoluto a los pocos días de asumirlo.
Una pena. Llegamos a este punto justo cuando Mursi y Egipto se llevaban todos los aplausos por su activa intervención para conseguir un alto el fuego entre israelíes y palestinos, trabajando codo a codo con los estadounidenses. Mursi parecía el líder de un gobierno musulmán moderado y democrático que apostaba a la paz en una zona conflictiva. ¿Entonces qué pasó?
Una posibilidad es que Mursi no era lo que aparentaba en su papel de garante de la paz y la tolerancia en Medio Oriente, sino todo lo contrario: un islamista rabioso que sólo buscaba la oportunidad para manotear el poder y avanzar contra los infieles.
Pero claro, eso no es lo que dicen Mursi y sus asesores. Ellos dicen que están en medio de una pelea entre las viejas instituciones del dictador Mubarak y las nuevas instituciones de la democracia. Señalan que las cortes de la anterior dictadura han disuelto el Parlamento y una asamblea constituyente con distintos fallos judiciales. Así, dicen, impidieron que el partido del presidente, aliado a los Hermanos Musulmanes, imponga en esos cuerpos su legítima mayoría, ganada en elecciones limpias y competitivas.
En junio, la junta militar gobernante había disuelto el Parlamento un día antes de la asunción presidencial. Mursi intentó restituirlo en sus funciones, pero la Corte Constitucional ratificó la decisión de los militares. En agosto, tras forzar la renuncia de los principales comandantes que habían acompañado a Mubarak, Mursi disolvió la junta militar y asumió plenas facultades ejecutivas y legislativas. El 22 de noviembre, Mursi volvió a la carga con el decreto que dice que ninguna de las decisiones del presidente pueden ser apelables judicialmente.
El decreto también remueve a un fiscal general que venía molestando al presidente y ordena que se repitan los juicios al dictador Mubarak y sus principales colaboradores, violando el principio de que nadie puede ser juzgado dos veces por el mismo crimen. El primer juicio a Mubarak había terminado con una condena a cadena perpetua, pero no le adjudicaba responsabilidad directa en los asesinatos cometidos por sus fuerzas represivas, abriendo la puerta para una apelación.
El anuncio del decretazo del 22 de noviembre despertó protestas en todo el país y la plaza Tahrir se llenó como en sus mejores épocas. El colegio de jueces llamó a una huelga indeterminada. La oposición se unió y llamó a una protesta masiva para el martes. Los Hermanos Musulmanes convocaron a una contraprotesta el mismo día para apoyar al presidente. La tensión volvió a las calles.
Rápido de reflejos, Mursi mandó a su vocero a desactivar el conflicto. El vocero declaró que la inmunidad presidencial sólo abarcaba temas de “soberanía”, como por ejemplo declarar una guerra. Las demás acciones del presidente eran perfectamente judiciables, aclaró el vocero. Con respecto a repetir los juicios contra Mubarak y su gente, el vocero aclaró que sólo se haría si aparecen nuevas evidencias. A su vez, Mursi se reunió con los miembros de la Corte Suprema para aclarar que se sometía al imperio de la ley y salió por televisión aclarando que sus poderes eran tan necesarios como transitorios. Dijo que había asumido sus superpoderes para impedir que las cortes disolvieran una segunda asamblea constituyente, que ayer, a las apuradas, le entregó al presidente un borrador de lo que vendría a ser la nueva constitución.
Después de recibir el borrador, el presidente llamó a un referéndum ratificatorio de la constitución propuesta, para el 15 de diciembre. Pero va a ser difícil que ese plebiscito se lleve adelante con normalidad porque debería ser organizado por altas autoridades judiciales, y sin embargo esas autoridades no están de acuerdo con lo actuado por el presidente.
Aun si fuera revalidada por plebiscito, la nueva constitución carecería de legitimidad en amplios sectores de la población porque al menos 25 de los 100 constituyentes, representantes de partidos laicos, cristianos, de izquierda y árabes moderados, se retiraron de la asamblea porque dijeron que los Hermanos Musulmanes y sus aliados salafistas no tenían en cuenta sus puntos de vista.
Hay mucha discusión sobre lo que dice el texto de la constitución, porque, según la prensa egipcia, todo el tiempo le están metiendo modificaciones. En principio, el documento contempla el multipartidismo político, la alternancia pacífica del poder, la separación de poderes del Estado y la soberanía de la ley. El articulo 2 señala, al igual que la Constitución de 1971, la que regía hasta ahora, que “los principios de la sharia (ley islámica) son la fuente principal de la legislación”. Esta era la principal demanda de los grupos laicos contra la embestida salafista, que insistía en una estricta aplicación de la ley islámica como “única fuente” de la legislación.
Aunque este crucial lenguaje se mantendría, otras concesiones al islamismo duro han despertado la alarma de grupos de defensa a los derechos de la mujer. Concretamente el artículo 36, que dice que las mujeres y los hombres tienen los mismos derechos,”salvo cuando estos derechos entran en conflicto con la ley islámica”. De los cien asambleístas que redactaron la constitución, sólo siete eran mujeres, y las siete fueron renunciando una por una. Las ONG que defienden los derechos de las mujeres en Egipto exigen que la Constitución se vote por secciones, así pueden organizar la oposición al capítulo 36, que las discrimina.
Vulnerado el umbral de la democracia, todo parece indicar que se vienen días difíciles en Egipto.
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