Miércoles, 6 de noviembre de 2013 | Hoy
EL MUNDO › OPINIóN
Por Atilio A. Boron
Para recordar: este 4 de noviembre, se cumplieron ocho años de una fecha memorable para las luchas antiimperialistas de nuestra América. En ese mismo día, pero del año 2005, se enterraba en Mar del Plata el más ambicioso proyecto de Estados Unidos para América latina y el Caribe: la creación del ALCA, el Acuerdo de Libre Comercio de las Américas. Fue una batalla decisiva librada en el marco de la IV Cumbre de Presidentes de las Américas, en la cual había una ausencia que brillaba enceguecedoramente: Cuba, pero que estaba presente y hablaba nada menos que por la voz de Hugo Chávez.
Pese a que en la agenda temática previamente acordada no se contemplaba discutir la propuesta del ALCA, Estados Unidos –con la ayuda de su socio/peón, Canadá– trató de imponer el tema y lograr un voto positivo en la Cumbre que abriese de par en par las puertas al proyecto imperialista. Este proponía instaurar la más irrestricta liberalización comercial bajo la forma de un tratado global de libre comercio –un TLC para las Américas– que, como enseña la experiencia práctica de países como México (la economía con mayor período de vigencia del TLC), Colombia, Perú y Chile, sólo profundizaría los lazos de dependencia, la vulnerabilidad externa, la extranjerización de las economías, la pobreza y la polarización social y el saqueo de los bienes comunes de la región. No es casual que sean precisamente los países “beneficiados” por los TLC aquellos en donde más se agitan las protestas populares del continente. Como lo recordara Eduardo Galeano, el libre cambio cristaliza la división internacional del trabajo en la cual algunas economías se especializan en ganar y otras en perder. De eso se trataba el ALCA, y eso es lo que fue derrotado en Mar del Plata.
Al pronunciar el discurso de apertura de las sesiones de la Cumbre, Néstor Kirchner se manifestó en contra de la pretensión de incorporar el tratamiento del ALCA en las deliberaciones,lo que provocó la insistencia de Canadá, acompañado por los gobiernos conservadores de México (presidido por Vicente Fox); el de Panamá (presidido para su eterna deshonra por Martín Torrijos, que traicionó el legado de su padre, Omar Torrijos, quien recuperó el canal de Panamá de manos yanquis); y, sibilinamente, por el presidente de Chile, Ricardo Lagos. Pero las intervenciones posteriores de Luiz Inácio Lula da Silva, Tabaré Vázquez y, sobre todo, de Hugo Chávez, liquidaron definitivamente ese proyecto y en la declaración final quedó claro, en negro sobre blanco, que no había acuerdo sobre el tema y que, por lo tanto, quedaba postergado indefinidamente. Fue, dicho en términos diplomáticos, el certificado de defunción del ALCA.
La de Mar del Plata fue una batalla de extraordinaria importancia y que algunos sectores atrasados de la izquierda y del “progresismo” no aprecian en su justo término porque subestiman el papel de la lucha antiimperialista para la construcción de una alternativa socialista en nuestros países. El estratega de ese combate fue Fidel, y el gran mariscal de campo fue Chávez, contando con la importantísima colaboración de Néstor Kirchner y Lula. Muy difícil para éstos, por diferentes razones. Para Kirchner, porque era el anfitrión de la Cumbre y tenía que desairar a Bush en su propia cara, y lo hizo; y para Lula, porque dentro de su gobierno había sectores –¡que todavía los hay en el gobierno de Dilma!– que favorecían al proyecto y que creen que Brasil nada tiene que hacer con América latina. La batalla que estos tres libraron dentro de la Cumbre fue impulsada y facilitada por la extraordinaria movilización popular que se dio cita en Mar del Plata, producto de la eficacia de la larga campaña continental de “no al ALCA” y del generalizado repudio que suscitaba la figura de George W. Bush, verdugo de Irak y Afganistán y, tal como lo denunciara Noam Chomsky, uno de los más sanguinarios criminales de guerra de los últimos tiempos. La Contracumbre de los movimientos fue un factor de enorme gravitación para frenar, desde afuera del recinto donde se reunían los presidentes, la iniciativa norteamericana y para persuadir a los gobernantes dubitativos o inclinados a aceptar las órdenes del imperio que aprobar el ALCA significaría poco menos que provocar un incendio en sus propios países. Poco después, Evo Morales accedería a la presidencia de Bolivia y al año siguiente haría lo propio Rafael Correa en Ecuador, alterando significativamente el mapa sociopolítico de América latina y ratificando el retroceso del imperialismo en la región. Para concluir: hay muchas razones para celebrar un nuevo aniversario de esa gran victoria de nuestros pueblos, que en su abrumadora mayoría fue ignorado por los medios de comunicación. Sería una desgracia que tamaña proeza popular cayera en el olvido.
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