Domingo, 9 de marzo de 2014 | Hoy
EL MUNDO › OPINION
Por Telma Luzzani
En Ucrania, hubo un golpe blando, es decir, esa alternativa de quiebre institucional que las fuerzas golpistas adoptan cuando no cuentan con los ejércitos formales para la toma ilegal del poder.
En Kiev, todo el proceso duró apenas tres meses. En ese tiempo, las manifestaciones de clases medias y universitarios que empezaron a protestar el 20 de noviembre porque el presidente Víktor Yanukovich no firmaba un Acuerdo de Asociación de Libre Comercio (una especie de ALCA) con Europa se convirtieron en pelotones de vándalos: ocuparon ministerios y edificios públicos; incendiaron sedes del partido gobernante, fábricas y sindicatos (en algunos casos con gente adentro), e incluso, el 20 de febrero, hubo un grupo que rodeó la residencia de Yanukovich y quiso lincharlo junto a su familia. ¿Qué pasó en el ínterin?
Estados Unidos –como en Libia, Siria, Venezuela– fue clave en la escalada de las protestas que pasaron del caos al golpe de Estado. La conversación que mantuvo la funcionaria del Departamento de Estado, Victoria Nuland, con el embajador norteamericano en Kiev, en diciembre de 2013, no deja dudas. Nuland coordinó las actividades de los grupos radicalizados, intervino en la formación del gobierno interino opositor y remató la charla con un sincero: “¡Y que Europa se joda!”. (Está en YouTube.)
Las marchas pacíficas fueron rápidamente cooptadas por grupos violentos como los neonazis del partido Svoboda (Libertad) y su ala ultra Pravy Sektor (sector derechista) abiertamente antijudíos y antirrusos, muchos de ellos fotografiados en la plaza Maidan con cruces esvásticas tatuadas en los brazos y pechos. Llama la atención el silencio de Israel y Estados Unidos. Incluso porque, según la agencia judía JTA, las Fuerzas de Defensa de Israel actuaron en la plaza Maidan bajo las órdenes de los neonazis.
Con estos datos sólo un ingenuo podría creer que lo de Ucrania es sólo un problema entre pro europeos y pro rusos. Aquí se juegan los intereses de la UE y los planes militares de EE.UU.
Europa está altamente interesada en vender al mercado ucraniano los productos que sus ciudadanos empobrecidos ya no pueden comprar. El acuerdo que Yanukovich no firmó implicaba para Ucrania sustituir el sistema legislativo y judicial; reconvertir su esquema económico y adecuarse a los estándares de Occidente (desde los enchufes eléctricos hasta las vías del ferrocarril ¡miles y miles de ítems!). Para que Kiev saldara sus deudas pendientes y encarara estos cambios, el FMI le ofrecía créditos multimillonarios. Hasta ahí los ucranianos aceptaban. Pero entonces Bruselas avanzó más y pidió también la libertad de la opositora Yulia Timoshenko. Por su parte, el FMI advirtió que para conceder los préstamos había que congelar salarios y jubilaciones; aumentar tarifas; reducir el Estado y privatizar empresas estatales. Con el espejo de Grecia y a un año de las elecciones presidenciales, Yanukovich se arrepintió.
En cuanto a EE.UU., tener a Ucrania en la OTAN e instalar bases militares en las fronteras de Rusia fue siempre un objetivo. Colocar en el poder un gobierno de facto ya le está dando frutos. El viernes, el nuevo ministro de Defensa solicitó la asesoría del Pentágono para una “asistencia humanitaria y operaciones de rescate”. La presencia de tropas norteamericanas cerraría el círculo que EE.UU. armó en torno de Rusia desde Afganistán, pasando por el Cáucaso, hasta Europa Oriental.
Además, existen otras vías. Los Tratados de Libre Comercio y los préstamos del FMI son siempre herramientas efectivas para imponer cláusulas que obliguen a los países a aceptar bases militares en su territorio. Se avanza en ese sentido. El director del departamento europeo del FMI, Reza Moghadam, dijo anteayer estar “positivamente impresionado” con el actual gobierno de Kiev y, asombrosamente, en tan sólo en quince días de gestión comprobó su “determinación, sentido de la responsabilidad y compromiso en la agenda de reformas económicas y la transparencia”.
Para el Kremlin, preservar su frontera europea y la península de Crimea, donde tiene su flota más poderosa con acceso al Mediterráneo y a Oriente Medio, es geoestratégicamente vital. Por eso Vladimir Putin ha puesto todo su experiencia como espía soviético y su instinto de conservación en esta pelea. Sabe que Europa no es rival: ni la city londinense va a renunciar a los multimillonarios depósitos de los magnates rusos ni Alemania va a dejar de necesitar gas. También sabe que Washington, además de planes estratégicos, tiene deseos de revancha por dos partidas que Putin le ganó en 2013: el asilo del topo Edward Snowden y las negociaciones de paz con la entrega de armas químicas en Siria.
Pero lo más importante es que en nuestro mundo global lo de Ucrania enciende una alarma. Faltaba apenas un año para elegir otro gobierno en las urnas y todo el proceso destituyente duró sólo tres meses. Venezuela y el resto de América del Sur deben tener los ojos bien abiertos.
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